En breve se cumplirá el primer aniversario del accidente nuclear de Fukushima en Japón y sus consecuencias están lejos de ser conocidas y bien evaluadas. Las tareas para restaurar la zona siguen avanzado y la reconstrucción del área devastada tratará de lograr una aparente normalidad. El Gobierno japonés se esfuerza en mostrar al mundo, lo antes posible, una recuperación titánica y un esfuerzo colectivo digno de elogio. Pero en Fukushima desgraciadamente seguirá presente la contaminación radiactiva, un legado que durante generaciones no podrá obviarse ni olvidarse.

Quienes más directamente están padeciendo los efectos de esta contaminación son las miles de granjas y explotaciones agrarias, y no solamente las que se encuentran más próximas a Fukushima. Un caso emblemático es el del cultivo del arroz, uno de los principales alimentos de la dieta japonesa. El Gobierno en su afán de minimizar la gravedad del accidente nuclear, analizó algunas partidas dando el visto bueno para su consumo. Sin embargo, agricultores de Onami, a 56 km al noroeste de la central nuclear de Fukushima, decidieron realizar un contra análisis y encontraron niveles inseguros de cesio en su arroz.

La contaminación radiactiva también ha llegado a la carne de ternera, las verduras y el té. Y no sólo a la agricultura, la pesca es otra de las actividades económicas afectadas. Los pescadores del noreste de Japón continúan sufriendo enormes pérdidas debido a que los consumidores evitan comprar su pescado y mariscos. Esta es una consecuencia directa del peligro que supone la energía nuclear. Nadie desea comer los residuos que TEPCO (la propietaria de la planta de Fukushima) y la industria nuclear han esparcido por el planeta.

Cuántas veces habrán de repetirse sucesos como estos para darnos cuenta que no controlamos la energía nuclear. La humanidad ha podido desarrollarse y avanzar sin fisión nuclear, pero nunca ha logrado sobrevivir sin alimentos sanos y no contaminados. En la actualidad, tenemos tecnología suficiente para abandonar la energía nuclear, aunque el legado creado con sus residuos radiactivos, es un precio muy elevado que deberemos pagar por la ambición y egoísmo de una industria cuyo único objetivo es hacer dinero a cualquier precio.

Julio Barea (@JulioBarea), responsable de la campaña de Energía y Residuos de Greenpeace España

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- Informe Lecciones de Fukushima
- Garoña, el precio que no podemos pagar
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