Incendio forestal en Portugal 2003
El fuego es un elemento natural que forma parte de los fenómenos
que modelan el paisaje. Especialmente en los países mediterráneos
debemos admitir que el fuego es un incómodo compañero de viaje con
el que hay que convivir.
Precisamente, gran parte de nuestra vegetación está adaptada a
la acción del fuego, con estrategias rebrotadoras o de germinación
tras el incendio.
Pero la actual situación no tiene nada que ver con fenómenos
naturales. La intensidad y recurrencia de los incendios forestales
está teniendo efectos dramáticos sobre nuestro suelo, con efectos
irreversibles en algunos casos. El fuego reiterado provoca una
merma en la capacidad de la vegetación de recolonizar el terreno o
tapizar el suelo. Las elevadas pendientes aumentan además la
erosión generando suelos cada vez menos productivos. Avenidas,
inundaciones, colmatación de embalses y sequías son consecuencia
del paso repetido del fuego por nuestros ecosistemas.
A la luz de las actuales cifras de incendios hay que reconocer
que algo se ha ido de las manos. La situación en la década de los
90 ilustra la profundidad y gravedad del problema: entre 1990 y
1999 se produjeron 181.051 incendios forestales. Es decir, una
media de 18.000 incendios al año. En ese periodo, 652.492 Ha. de
superficie arbolada fueron destruidas por los incendios forestales.
A las que hay que añadir otras 946.916 Ha. de superficie forestal
no arbolada que también sufrieron el impacto de las llamas. El 95%
de estos incendios son originados por la actividad del ser
humano.
La actual magnitud del fenómeno de los incendios forestales se
debe a factores estructurales importantes, entre los que
destacan:
El abandono drástico de las actividades agrosilvopastorales que
se ha producido en apenas treinta años debido al éxodo rural, con
un incremento de la biomasa en los ecosistemas que los hace
fácilmente combustibles
la permanencia de la cultura del fuego (quema de rastrojos y
pastos) en un amplio espectro de la población rural.
La lucha contra los incendios forestales se ha centrado casi
exclusivamente en la extinción, olvidando la prevención y una
correcta planificación forestal, enmarcada en una buena ordenación
del territorio. Pero lo cierto es que en la actualidad las mayores
inversiones en materia forestal están destinadas a la extinción de
incendios, la construcción de infraestructuras asociadas a éstos:
red de cortafuegos, red de pistas forestales, puntos de agua, etc.
y reforestación de terrenos incendiados. Es decir, que si existe
algún negocio floreciente entorno a los bosques, éste está asociado
a apagar incendios y repoblar zonas quemadas.
Pero la investigación y el combate de las causas no han sido
objeto hasta hoy de la atención de las autoridades. Si hay
responsables hay que identificarlos, analizar las causas que les
inducen a provocarlos y plantear soluciones. Estas pasan
necesariamente por el establecimiento de una gestión forestal
correcta y la definitiva aceptación de que tras los incendios
forestales existe una compleja madeja de problemas sociales,
económicos y de gestión que invitan a huir de planteamientos
simplistas y recetas mágicas. En tanto no se empiece a desliar esta
madeja, quienes queman nuestros bosques seguirán gozando del
privilegio de la impunidad.