En lo que llevamos de primavera han visto la luz varios documentos de la Comisión Europea (CE), centrados en la realidad española, que ponen los pelos de punta. Hablo, por un lado del documento en el que se ha analizado el programa nacional de reformas y del programa de estabilidad españoles, que concluye que España ha hecho caso omiso a gran parte de las recomendaciones europeas en materia ambiental y, por el otro, del estudio sobre el estado de cumplimiento de los objetivos europeos de energías renovables en el que España es el vivo ejemplo de la política energética que no hay que adoptar.

Allá van algunos de los “grandes éxitos” de nuestro Gobierno en materia energética que menos le han gustado a la Comisión:

España tiene el honor de tener los impuestos ambientales (en % del PIB) más bajos de la UE en 2010. Tras varias propuestas de fiscalidad ambiental presentadas por Greenpeace y otras entidades y las indicaciones europeas de desplazar la presión fiscal del trabajo al consumo y a las actividades perjudiciales para el medio ambiente para salir de la crisis, la CE constata que en España "la vida sigue igual”.

Somos uno de los países en los que se mantienen más elevados los subsidios a los combustibles fósiles como las ayudas al carbón que no sólo nos cuestan dinero en si mismas sino que se traducen en un aumento de los costes de la compra de derechos de emisión. Además, España desaprovecha el potencial de aumento de los impuestos especiales sobre los combustibles de transporte y con él la oportunidad de reducir emisiones y obtener fondos para las energías limpias.

Incoherencia de medidas de política energética ejemplificadas con una moratoria unilateral a las primas a las energías renovables justo cuando la UE exige mayor coordinación de políticas y estabilidad europea a nivel de ayuda, con el mantenimiento del mercado eléctrico que falsea la competencia mediante la intervención en el precio final de la energía en beneficio de fuentes como la nuclear o la hidráulica (causa principal de los windfall profits, o beneficios llovidos del cielo) o con la falta de interconexión con la UE y el Magreb. Lo anterior repercute, según la CE, en un mayor precio de la energía y en la ralentización del desarrollo de las renovables pero también en un aumento de la dependencia energética de España (79%) que ya es muy superior a la media europea (54%).

Nuestra falta de ambición climática se ha hecho evidente en las ultimas sesiones de negociación de la UE en las que España se ha negado a aumentar el objetivo de reducción de emisiones europeo para 2020 o a reformar el mercado europeo de comercio de emisiones para asegurar un precio del carbono elevado que “aterrice” el principio de quién contamina paga e incentive la inversión en tecnologías limpias.

Esta locura energética del Gobierno de Rajoy le ha llevado hasta oponerse al redactado de una Directiva de Eficiencia Energética que sería el impulso necesario para los sectores de las tecnologías limpias y la construcción. Algo por lo que nos hemos ganado el galardón al peor país en esta negociación.

En buenas manos estamos si no somos capaces ni de proteger el medio ambiente cuando Bruselas nos lo exige por nuestra economía. Pero que no cunda el pánico, siempre podemos exigirle al Gobierno que cumpla la función por la que le hemos puesto allí... o simplemente hacer como los malos estudiantes y centrarnos en el deporte. La Roja ya ha demostrado que es capaz de devolvernos el orgullo patrio que nos  arrebatan nuestros políticos, aunque con lo que se empeña últimamente Rajoy en dejarlo por los suelos, muy bien tendrá que jugar.

Por Aida Vila (@Aidavilar), responsable de la campaña Cambio climático y Energía de Greenpeace España
Imagen:
© Steve Morgan / Greenpeace

- Análisis del Proyecto de Ley de medidas ambientales de acuerdo con las recomendaciones europeas