El Tribunal Supremo ha hecho pública hoy la sentencia que condena al capitán del Prestige a dos años de cárcel por un delito imprudente contra el medio ambiente. Él ha pasado a ser la cabeza de turco del caso.
Se pretende de este modo cerrar una de las peores catástrofes ecológicas que ha sufrido España. Se busca, igualmente, proteger así a los verdaderos responsables del vertido que cubrió más de 2.500 km de costas españolas, portuguesas y francesas con 77.000 toneladas de fuel residual pesado y muy tóxico.
Quienes decidieron alejar el barco de la costa, y optaron por dejar que se hundiese, y las empresas involucradas en el fatídico viaje del Prestige salen libres de toda responsabilidad. Un cierre en falso que más que resolver deja abiertos muchos flecos e interrogantes. Pero, ¿dónde están ahora esos dirigentes? Greenpeace les ponía cara y reclamaba que también estuvieran también en el banquillo. Pero de nada sirvió.
Desgraciadamente estamos demasiado acostumbrados en este país a la parodia, por eso no nos parece incomprensible que el culpable final de una catástrofe sea el operario que estaba comiendo su bocadillo en horas de trabajo. Un mal chiste, y lo peor es que no nos libra que otra catástrofe como el Prestige vuelva a producirse. Es más, da vía libre a futuras tomaduras de pelo.
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