Cuando hace más de 66 millones de años se extinguieron los dinosaurios la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera era similar a la de actualidad, tal y como revela un estudio publicado el pasado lunes en Nature Geoscience.

Acción en la planta de carbón más antigua de Alemania.

Lo que nos separa de aquella época no es tan solo una magnitud de tiempo inabarcable para nuestra mente, sino muchas cosas más. En primer lugar que en aquel entonces el planeta era muy distinto a como nosotros lo conocemos, entre otras cosas porque era mucho más cálido, con una temperatura de 5ºC superior a la actualidad. Como consecuencia no existían los casquetes polares y el nivel del mar era entre 100 y 250 metros superior al que existe en la actualidad. Y en segundo lugar porque el predominio de los seres vivos vertebrados correspondía mayoritariamente a los reptiles, es decir los dinosaurios.

Existen varias hipótesis sobre la causa que desencadenó la extinción masiva de aquellos enormes reptiles que durante más de 160 millones poblaron masivamente la Tierra. Pero más allá de que fuera un meteorito, una intensa actividad volcánica o cualquier otro fenómeno, en lo que sí existe consenso es en el efecto causado: una enorme y abrupta alteración del clima que hizo imposible la supervivencia de los dinosaurios y del 75% de todas las formas vivas del planeta. Es decir aquella extinción masiva que se llevó por delante a los dinosaurios fue causado por un repentino y extremo cambio climático.

Desde entonces la Tierra nunca ha vuelto a estar tan caliente. En parte por la continuidad de un proceso que ya venía de atrás, basado en la captura de carbono atmosférico para formar estructuras vegetales que posteriormente se acumulaban en enormes yacimientos, bajo la tierra o el mar, por la acción de fenómenos geológicos durante millones de años. Todo ese carbono capturado es el que contribuyó junto con otros fenómenos al enfriamiento paulatino de la Tierra, periodo en el que los mamíferos se hacen con la hegemonía de la vida vertebrada, y en particular el homo sapiens en la historia geológica más reciente.

Paradójicamente, esta última especie, nosotros, hemos devuelto a la atmósfera en tan solo 100 años la mitad de todo ese carbono que la naturaleza tardó millones de años en extraer de la atmósfera. Las reservas de energías fósiles (petróleo, carbón y gas) no es más que eso: carbono almacenado por la naturaleza.

Toda esa cantidad de carbono devuelto en tan corto plazo de tiempo es lo que ya ha incrementado la temperatura media global un grado centígrado respecto a los niveles preindustriales, y el que hace que cada año y mes que pasa se batan nuevos registros históricos de temperatura.

Nuestra principal ventaja evolutiva respecto a otras especies y los dinosaurios ha sido nuestro cerebro, con su capacidad de abstracción y raciocinio. Un fenómeno único en la historia de la vida terrestre que nos ha permitido dominar el planeta y adaptarnos a sus entornos cambiantes en un periodo geológico de la Tierra comparativamente muy corto. Los dinosaurios nunca fueron conscientes de que su extinción andaba cerca ni hicieron nada por tratar de evitarla: no existen registros fósiles sobre cumbres de dinosaurios preocupados por el clima ni de movimientos organizados para concienciar a sus congéneres.

Planta de carbón en Alemania.

Cuando pensamos en dinosaurios nos viene a la mente enormes y temibles reptiles, de dientes afilados que actuaban instintivamente. Sin embargo, estos animales sin conciencia alguna fueron capaces de adaptarse y respetar los límites biofísicos del planeta durante más de 160 millones de años. El ser humano (actual homo sapiens), por el contrario, con toda nuestra capacidad de raciocinio tan solo llevamos habitando la Tierra un suspiro geológico (200.000 años) y no está claro que sobrevivamos tres generaciones más.

Aún siendo conscientes del riesgo que implica un cambio climático provocado por nosotros mismos, y de disponer de los medios y la tecnología para ponerle freno, preferimos anteponer las mismas estructuras económicas, financieras y de privilegios que hemos creado en las últimas décadas para organizarnos socialmente. El problema es que todas estas estructuras no resultan compatibles con los límites biofísicos de nuestro planeta.

Coincidiendo esta semana el día meteorológico mundial y el día del clima, conviene recordar a nuestros políticos y a nosotros mismos que si no frenamos cuanto antes la quema de combustibles fósiles, es decir el aporte de carbono almacenado a la atmósfera, lo más probable es que provoquemos una regresión de las condiciones climáticas similar a la que existía hace 66 millones de años en la que no está claro que podamos sobrevivir, y menos si el cambio si produce de manera muy abrupta como parece que está ocurriendo.

Todavía estamos a tiempo de evitar que nuestro paso por el planeta no haya sido más que una breve anécdota en la historia terrestre, y demostrar que todo nuestro poder de raciocinio no sólo sirve para tener conciencia de nuestra propia autodestrucción. Así que en vez de quedarnos esperando, actuemos; que por algo no somos dinosaurios.

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