En diciembre, el Presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump, nombró oficialmente al Presidente y Director Ejecutivo de Exxon, Rex Tillerson, como Secretario de Estado. Inmediatamente, diferentes colectivos, desde profesores de preescolar hasta la propia industria petrolera (e incluso senadores como Marco Rubio), han mostrado su preocupación.
Es fácil ver este nombramiento como el paso final de la convergencia entre la industria y el Gobierno, el fin de la acción climática y la prueba del poder imparable de los magnates del petróleo. Y seamos honestos, si se confirma, la presencia de Tillerson el gobierno sería terrible.
Pero el nombramiento de Tillerson revela otra importante historia: la industria del petróleo está realmente desesperada.
Las energías limpias están en auge y las reservas de petróleo cada vez tienen más riesgo de quedar encalladas, lo que significa almacenar reservas y la huída de los inversores de compañías como Exxon. Al mismo tiempo, la oposición local y nacional a las infraestructuras de gas y petróleo - como el movimiento contra el oleoducto en Dakota - está ganando, recordándonos lo profundamente impopulares que son estas compañías.
Exxon ha respondido con millones de dólares en campañas de publicidad bajo el lema “La energía vive aquí”, una campaña que pretende promocionar la tecnología innovadora de Exxon y su compromiso responsable con la reducción de la contaminación, con proclamas de sus ingenieros y científicos. Olvídate de esos pájaros chapapoteados... ¡Exxon es cool ahora, chicos!
En realidad, Exxon cuenta con acuerdos y relaciones con regímenes autoritarios sin escrúpulos para mantenerse a flote. Algunas de las sociedades más grandes de Exxon se encuentran en el Ártico ruso, donde Tillerson se ha asociado con el director general de Rosneft, Igor Sechin, un hombre al que los medios locales se refieren como Darth Vader, en empresas de perforación conjunta.
Las sanciones de Estados Unidos contra Rusia ya le han costado a Exxon más de mil millones de dólares. Quizá como pequeño premio de consolación, Tillerson ya puede disfrutar del reconocimiento de la “Orden de la Amistad” otorgada por Vladimir Putin.
En pocas palabras, Exxon necesita el poder del Departamento de Estado para que su modelo de negocio funcione. Tillerson y sus amigos de la industria necesitan una influencia significativa sobre la política exterior de Estados Unidos para seguir siendo viables. ¡Eso es un mal negocio!
¿A que no ves al director ejecutivo de Apple, Tim Cook, compitiendo para ser Secretario de Estado? No lo necesita, porque la gente sí que quiere iPhones. De hecho, en las semanas que siguieron a la victoria electoral de Trump, muchas empresas americanas comenzaron con su compromiso con el clima, con o sin Trump, porque no lo necesitan para mantenerse a flote.
Trump sigue mostrando que no hay un sueño republicano que no vaya a cumplir. Sus nombramientos son un “quién es quién” de políticos con información privilegiada y directores ejecutivos de corporaciones millonarias. Con el nombramiento de Tillerson, al que solo le falta pasar por el proceso de confirmación (que debería implicar un intenso interrogatorio del Senado de los EEUU y una presión de los ciudadanos interesados de todo el país) veremos los verdaderos colores de la industria petrolera.
Tillerson sabe que la energía renovable es muy popular en todas las afiliaciones demográficas y políticas. Sabe que se está convirtiendo en la manera más barata y más efectiva de dar energía a las comunidades y crear oportunidades económicas. Y por eso está uniendo fuerzas con la administración de Trump, para aplastar el progreso y mantener a los ricos oligarcas.
La industria del petróleo está poniendo todas las cartas sobre la mesa en un intento de demostrar su grandeza y la incapacidad de derribarlos. Pero la realidad es que este es el último aliento de una industria moribunda que sería capaz de ahogar al mundo para mantenerse a flote, lo que significa que estamos cada vez más cerca de ganar la batalla.