Esta pregunta nos la hacemos cada mes cuando nos llega el recibo de la luz. La respuesta no es fácil ni simple, ya que la causa de las recientes subidas es algo tan complejo como el llamado “déficit tarifario”, o en otras palabras la diferencia entre lo que cuesta la electricidad y lo que pagamos por ella.
La pregunta realmente es cómo es posible que exista ese déficit. El motivo es que el Gobierno es el que fija año tras año la tarifa que determina lo que pagamos por la electricidad la mayoría de los consumidores. Desde el año 2000, los sucesivos Gobiernos del PP y PSOE han establecido unas tarifas inferiores a lo que ha costado suministrar la electricidad. Aunque parezca que esto beneficia a los consumidores en realidad no es así, ya que el déficit se convierte en una deuda que contraemos sin quererlo con las eléctricas, y quedamos obligados a pagarla con intereses, mediante un recargo en la factura de la luz, durante 15 años, de forma que, a largo plazo, pagaremos más.
Como el déficit ha seguido creciendo como una bola de nieve, resulta imposible mantener las tarifas falseadas a la baja, y de ahí la subida que hemos visto y las que vendrán. Pero en vez de reconocer el error acumulado, el Gobierno ha pretendido justificar la subida tratando de echarle la culpa a quien no tenía nada que ver, las renovables. El problema del déficit se generó independientemente de las renovables y antes de que éstas tuvieran ningún peso significativo, y la verdad es que por mucho que se reduzcan las primas a las renovables el recibo seguirá subiendo.
Otra cuestión fundamental es que, aunque se corrija el déficit de tarifa, la tendencia del coste de la energía primaria es a subir, mientras dependamos de fuentes caras, sucias, que en su mayoría importamos y cuyos precios vienen marcados por mercados internacionales que no controlamos. Para librarnos de esa tendencia lo que necesitamos son precisamente energías renovables y autóctonas, con las que a la larga iremos teniendo un menor coste de generación, por el doble factor del avance de la tecnología y el menor uso de combustibles fósiles.
Y si lo que queremos es pagar menos, lo que hace falta no es poner el kilovatio-hora artificialmente barato, sino incentivar -con programas específicos de ahorro, eficiencia y gestión de la demanda- a que haya un menor consumo. Además, debe haber un sistema de tarifas progresivas, donde el precio sea proporcional al consumo, premiando al eficiente y penalizando al derrochador.
Existen muchos otros temas discutibles en torno al recibo de la luz, por ejemplo las subvenciones a las energías sucias, que nos podríamos ahorrar, o si debe ser siempre el consumidor doméstico quien pague el kWh más caro.
En el fondo de todo subyace la necesidad de un cambio de modelo energético, hacia una cultura de servicios donde no se trate de consumir más energía y más barata, sino de satisfacer las necesidades con el mínimo de energía y de una forma más eficiente.
Alicia Cantero, campaña de Energía de Greenpeace