Las abejas nos dan mucho más que miel. Su mayor tesoro es la polinización, un servicio ecológico gratuito vital para la seguridad alimentaria y para mantener el equilibrio ecológico. La polinización es el proceso que permite la fecundación de las plantas con flor y da paso a la generación de frutos y semillas y es, en su gran mayoría, realizada por insectos.

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), una colonia de abejas en Europa puede polinizar unos 250.000 millones de flores al día (¿puede haber algo más eficiente?) y se estima que por cada euro que las abejas reportan en forma de miel, polen, cera o propóleos revierten 20 en forma de polinización. Y es que la polinización, solo para la agricultura, supone unos 265 mil millones de euros al año a nivel global, unos 22.000 millones en Europa y se estima que entre 3.000 y 4.000 millones para España. Y hasta el momento nadie se ha atrevido a estimar lo que supone para la biodiversidad en general.

Pero en las últimas décadas las abejas y otros insectos polinizadores han sufrido un declive dramático. Sólo en Europa el 84% de los cultivos depende de la polinización. Si desapareciesen los polinizadores, la mayoría de frutas y verduras desaparecerían con ellos. Una de las principales causas de este declive es el uso de plaguicidas en la agricultura industrial, que la ha llevado a un callejón sin salida: también ella depende de estos insectos a los que amenaza con el uso de productos tóxicos.

Después de casi 20 años de inacción, desde que los apicultores franceses denunciaron por primera vez la posible relación de un insecticida (imidacloprid) con este declive, la Comisión Europea ha tomado cartas en el asunto y ha afirmado reiteradamente que la salud de las abejas es un asunto de vital importancia. Por ello, el pasado 24 de mayo se restringió el uso de tres insecticidas (clotianidina, imidacloprid y tiametoxam) en la Unión Europea, puesto que se ha demostrado el riesgo que suponen para las abejas. Fue un paso decisivo, sólo posible debido a la inmensa presión ciudadana. Sin embargo, queda mucho por hacer.

Estos plaguicidas son producidos por las mayores empresas químicas del planeta como Bayer o Syngenta las cuales sólo buscan aumentar sus ganancias. El imidacloprid, de Bayer, se ha convertido en el insecticida más vendido del mundo y ha reportado en 2009 más de 1.000 millones de doláres. Cartas privadas revelaron el lobby agresivo que Syngenta y Bayer pusieron en marcha contra las medidas de la UE para salvar a las abejas. Su único propósito es salvaguardar sus propios intereses.

Ahora, también bajo la solicitud de la Comisión, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria acaba de determinar que otro insecticida, el fipronil, producido por el gigante químico BASF, autorizado solamente en siete estados miembros, entre ellos España, también presenta un “riesgo agudo elevado” para las abejas en palabras de la propia agencia. Con esto se inicia un nuevo proceso que debe culminar en la prohibición total de este plaguicida y para ello necesitamos tu ayuda.

Sin ti esto no lo podemos conseguir. ¡Firma para salvar a las abejas y a la agricultura! Si su existencia sigue bajo amenaza, también la nuestra estará en serio peligro.

Luis Ferreirim (@Lferreirim), responsable de la campaña de Abejas de Greenpeace