Yokohama, Tokio. Primer día de mi viaje a Fukushima. Ha sido un viaje largo, pero al ver el Rainbow Warrior y comenzar a subir por su escalerilla todo ha cobrado sentido.


Hoy es 12 de febrero de 2016. Dentro de menos de un mes se cumplirá el quinto aniversario del accidente nuclear de Fukushima. Once años antes, en 2005, entraba en vigor el Protocolo de Kioto. Ambos acontecimientos ocurrieron en Japón, y ambos describen perfectamente la crisis ambiental que enfrenta nuestro planeta a causa de un modelo energético sucio, peligroso y obsoleto. Y marcan dos momentos importantes para mí en mi viaje personal y profesional con Greenpeace.

En febrero de 2005 comenzaba mi andadura en Greenpeace celebrando la entrada en vigor del Protokolo de Kioto, un acuerdo que marcó un antes y un después en la lucha contra el calentamiento global. En abril de 2011 me incorporé a la campaña Nuclear, justo tras el accidente de Fukushima, que aniquiló el mito de la seguridad de la energía nuclear. En aquellos momentos la gente en Alemania, el entonces Primer Ministro de Japón, Naoto Kan y yo misma creímos que era el principio del fin de la energía nuclear. ¡Hasta Gas Natural Fenosa lo pensó!

No sé si Gas Natural sigue creyéndolo, pero Alemania, con su cierre nuclear, y yo seguimos insistiendo en el cierre nuclear. Naoto Kan también, aunque el actual primer ministro japonés quiere reabrir de nuevo todas las nucleares, que llevan paradas casi desde entonces. Es incomprensible que el Gobierno de Japón impulse las nucleares a pesar del sufrimiento y el daño causado a cientos de miles de japoneses. Pero no es el único caso: en España se está impulsando la reapertura de la central nuclear de Garoña, que también lleva parada tres años. Además, lo está haciendo el CSN, institución que vela por la seguridad nuclear, desoyendo así la opinión mayoritaria del Parlamento.


Equipo a bordo del Rainbow Warrior. Raquel Montón, responsable de la campaña de nuclear de Greenpeace, primera por la izquierda

Supero la escalerilla y saludo a mis compañeros de viaje. Siento el ligero vaivén del barco, que me acompañará por las aguas del Pacífico rumbo a las costas orientales de Japón camino de Fukushima cinco años después de que comenzará un accidente que todavía sigue en marcha. Un accidente que no deberíamos permitir que pudiese volver a ocurrir, y eso solo lo podemos conseguir apostando por el fin de la energía nuclear. Para eso trabaja Greenpeace, y para eso estoy aquí.