La central nuclear de Fukushima fue diseñada para resistir olas de hasta 5,7 m. En 2008, la compañía eléctrica TEPCO, propietaria de la central, consideró que la posibilidad de que un tsunami de más de 10 metros golpeara la central "no era realista" y descartó  mejorar su protección. Finalmente, el 11 de marzo pasado, lo que llegó hasta la central fue un tsunami con olas de hasta 15 metros.

El accidente nuclear de Fukushima, que derrumbó por completo el mito de la supuesta invulnerabilidad de la industria nuclear occidental, demostró también que había situaciones de riesgo que la industria nuclear occidental no había querido contemplar a la hora de diseñar sus centrales, a pesar de que la realidad nos ha demostrado que luego sí ocurren.

Esto no sólo se refiere a que la industria nuclear minimizó, deliberadamente como en el caso de TEPCO, la magnitud que podrían alcanzar en la vida real diversos fenómenos naturales (terremotos, tsunamis, etc.). También se refiere, muy especialmente, a que la industria nuclear nunca se quiso plantear que una central nuclear pudiera tener que enfrentarse, por diversidad causas, a una situación de pérdida de suministro eléctrico total a la central nuclear, como ocurrió en Fukushima y que llevó a la fusión del núcleo, pérdida de las barreras de contención, etc.

Existen otras muchas causas posibles (un sabotaje terrorista, un choque de un avión, una inundación por rotura de un presa o causas naturales, un fallo técnico, errores humanos, etc.) que también hubieran podido ocasionar una pérdida prolongada de suministro eléctrico exterior en Fukushima, y entonces, la evolución de los acontecimientos hubiera sido, con toda probabilidad, la misma.

 

Entre otras muchas mentiras, la industria nuclear occidental ha hecho creer a la opinión pública que sus centrales nucleares son invulnerables al impacto de un avión comercial que colisionara contra ellas, que las barreras estructurales de que disponen estas instalaciones son suficientes para protegerse ante esa eventualidad, la cual puede ocurrir por accidente aéreo o por ataque terrorista. Pero los datos indican otra cosa bien distinta.

Debido a sus características técnicas, la central nuclear de Garoña no podría resistir ni siquiera el impacto de un avión comercial pequeño que chocara contra el edificio del reactor. En ese supuesto esta central, gemela de Fukushima, se encontraría en el peor escenario de accidente posible, especialmente por la enorme y rápida liberación de radiactividad que se produciría: la fusión del núcleo con la contención abierta,

Junto a Garoña, las centrales de Almaraz y Ascó (cada una con dos unidades) presentan una alta vulnerabilidad del edificio del reactor. La colisión de una aeronave comercial de tamaño medio o grande causaría un daño muy importante en el edificio del reactor, con los consiguientes escenarios de accidente.

Con respecto a las restantes centrales nucleares, Cofrentes, Vandellos-2 y Trillo, no puede descartarse que el reactor resultara gravemente dañado en caso de que un Airbus A380 colisionara con alguna de ellas.

Greenpeace exige al Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) que incluya, como han hecho Alemania, Bélgica y otros países, en los stress tests de las centrales nucleares españolas, las pruebas de resistencia a impactos de aeronaves, tal y como se le instó por parte del Pleno del Congreso de los Diputados del pasado 12 de abril y como se recogió en el acuerdo de la Comisión Europea del 25 de mayo.

Carlos Bravo (@CapitanFoton), responsable de la campaña Anti-nuclear de Greenpeace

- Comunicado de Prensa: Greenpeace denuncia que las centrales nucleares españolas no podrían resistir el impacto de un avión comercial