Lo recuerdo perfectamente, tenía sólo 6 ó 7 años y entré feliz, con mi madre y mi hermano, en el cine pensando que iba a ver una película de dibujos animados. Yo por aquél entonces, no sólo por la edad, sino porque vivía en un país diferente, todavía “en construcción”, resentido por las décadas de retraso social, económico y político, desconocía por completo lo que significaba “energía nuclear”. Pero a partir de ese día no lo olvidé jamás.

Desde luego, mis recuerdos de la película “Cuando el viento sopla” (1) no son sobre el director, ni el guión, ni acerca del complejo entramado que llevó a alguien a utilizar un arma nuclear, ni sobre el contexto político ni económico, ni siquiera puedo recordar el lugar donde sucede la tragedia, pero no olvido a aquellos dos ancianos que deciden sobrevivir a la explosión de una bomba atómica encerrados en un búnker casero. Tampoco se me olvida la ingenuidad de los dos personajes que, mientras sufren los efectos de la radiactividad, padecen una profunda transformación paralela, no sólo una degradación física lenta, sino del alma, de sus ilusiones y su esperanza. Pasa mucho tiempo hasta que se dan cuenta de que nadie volverá para buscarlos, nadie los rescatará de su pequeño búnker y de pronto se dan cuenta de que están solos y olvidados.

Ahora me pregunto si esta historia ficticia, dibujada con amables trazos, no será la historia de muchos pueblos de España, también viviendo bajo la sombra del monstruo nuclear, solos, aislados, olvidados, en sus pequeños búnkers esperando a que alguien vaya a rescatar su región del abandono y la soledad, esperando eternamente en la ingenuidad, y en silencio, como esos dos ancianos a los que casi nadie quiso escuchar en 1986.

Y es que yo todavía soy muy joven y probablemente no entiendo muchas cosas, no soy ingeniera nuclear, ni política, pero tampoco soy una anciana engañada, agradezco a mi madre el haberme mostrado la cara más dura pero real de la energía nuclear porque se nos ha olvidado, como se nos han olvidado durante décadas esos residuos que ahora nadie quiere, como olvidamos todo lo incómodo. Recuerdo que a pesar de la lucha humana que se muestra en la película, estos dos bondadosos personajes al final de la historia sienten una terrible desesperanza porque no comprenden porqué alguien ha hecho algo tan horrible.

No hace falta ser ingeniero nuclear para saber que el progreso, la evolución de las sociedades, del ser humano, no se puede supeditar a algo tan destructivo y peligroso como la energía nuclear, no hace falta ser economista ni un alto cargo político para saber que en las palabras “cementerio nuclear” no hay avance social, ni riqueza, ni empleo, sólo hay lo que hay en un cementerio “soledad y aislamiento”. Al igual que Jim y Hilda, los protagonistas de esta película, me gustaría poder entender porqué alguien ha decidido apretar un botón y destruir nuestra tierra lentamente, porqué la industria nuclear viene a silenciarnos con dinero mientras compra el futuro de todos con residuos radiactivos que no desaparecerán en cientos de miles de años. Me gustaría saber si alguien tendrá el valor buscar el verdadero progreso con las energías renovables y plantar cara a estos verdaderos “criminales de la humanidad”, si la gente se movilizará y exigirá una vida mejor o acabaremos todos encerrados en nuestro “búnker” particular esperando y esperando...

Patricia Bermejo, campaña de Energía de Greenpeace.

(1) Película "Cuando el viento sopla". 1986. Director:  Jimmy T. Murakami. Guión: Raymond Briggs (Novela: Raymond Briggs). Jim y Hilda Bloggs son una pareja de jubilados que viven en una remota zona rural de Gran Bretaña poco antes del inicio de una guerra nuclear. Profundamente patriotas, tienen absoluta confianza en su gobierno y se han informado sobre todo lo que es necesario hacer en caso de que el enemigo ataque su país. Jim ha leído los folletines oficiales sobre la la bomba atómica, e inicia la construcción de un refugio que les protegerá en caso de una explosión nuclear.