El debate y la polémica sobre la presencia del aceite de palma en nuestras vidas está a la orden del día. Medios de comunicación se hacen eco hoy mismo de las decisiones de pequeñas y grandes superficies del sector de la distribución de retirar los productos de aceite de palma, o al menos los de su marca blanca.



Pero parte de esta polémica viene de lejos. Desde hace una década Greenpeace viene señalando a las grandes corporaciones de la industria alimentaria y cosmética internacional como principal motor de la demanda de aceite de palma, una materia prima que hasta hace poco no éramos conscientes de su omnipresencia en nuestras vidas.

En estos 10 años hemos mantenido campañas de denuncia contra UnileverNestlé, Procter & Gamble, Colgate-Palmolive, Johnson&Johnson y Pepsico, con vídeos tan impactantes como el del Kit Kat. Recientemente se ha incorporado a esta demanda el sector de los mal llamado “biocarburantes”, cuyo biodiesel lejos de reducir las emisiones respecto a los combustibles tradicionales, supone un incremento de la contaminación.

De la misma forma que la expansión del cultivo de soja y la ganadería amenaza la Amazonía, la expansión del cultivo de palma es responsable de las altas tasas de deforestación de Indonesia, hasta el punto de que la pasada década este país ocupó puestos elevados en el ranking de países emisores de gases de efecto invernadero, contaminación procedente de la destrucción de la selva tropical.

En Indonesia, la deforestación por parte del sector del aceite de palma y el sector papelero son la causa principal causa de la pérdida de bosque tropical y de los grandes incendios forestales y las crisis sanitarias que ha vivido este país y países vecinos en años recientes. Un estudio de las Universidades de Harvard y Columbia estimó que más de 100.000 personas adultas en el mundo murieron prematuramente en el sudeste asiático como resultado de la crisis de contaminación por humo en 2015, humo procedente de la quema de la selva para implantar cultivos de palma y pasta de papel.

Hace tan sólo unas semanas, tras una campaña de Greenpeace el banco británico HSBC se comprometió a dejar de financiar la destrucción de los bosques de Indonesia, rompiendo su relación comercial a las empresas productoras de aceite de palma que estaban deforestando la selva.

Un gran paso, pero HSBC no está sólo en el negocio. Standard Chartered, ANZ, Bank of America, Deutsche Bank, BNP Paribas son entidades financieras que prestan dinero a las compañías de aceite de palma que siguen expandiendo este cultivo a costa de la selva tropical.  Y Greenpeace sigue demandando a estos bancos que establezcan política de deforestación cero que eviten seguir financiando la deforestación y la crisis climática.

El Gobierno de Indonesia, los países donantes y el sector privado tienen que seguir sintiendo la presión de activistas, consumidores e instituciones internacionales. Hoy mismo se vota en el Parlamento Europeo un informe sobre el impacto de la producción de aceite de palma. Ya el pasado 28 de febrero, la Comisión de Agricultura del Parlamento Europeo se pronunció en contra del monocultivo de palma tras un informe presentado por el diputado de Equo Florent Marcellesi. Estos informes hablan de pérdida de bosques y la bomba climática que suponen la gran cantidad de emisión de gases de efecto invernadero. Pero hace falta más presión sobre las empresas que forman parte del problema.

El aceite de palma, como la mayoría de los aceites y grasas ricos en ácidos grasos saturados (aceite de coco, manteca, tocino, algunos embutidos, panceta, etc.), son en exceso perjudiciales para la salud. Una alimentación equilibrada debería reducir la ingesta de este tipo de grasas, así como de alimentos muy elaborados, precocinados, preparados, etc.

Si, es cierto, el exceso de aceite de palma en nuestra dieta puede suponer un riesgo para nuestra salud. Pero lo que no se está diciendo de forma tan clara es que la demanda de aceite de palma supone un grave problema para la salud del planeta. Y que detrás de esta comercio hay grandes marcas y entidades financieras cómplices de esta destrucción.

Los bancos pueden dejar de financiar la deforestación. La empresa HSBC lo ha hecho, como lo hizo en 2015 el Banco de Santander cuando le pedimos en 2015 que dejara de dar dinero a una empresa papelera. Hace falta más gente que se lo diga. Las empresas que utilizan masivamente este aceite deben asegurar que el consumo de este aceite no está provocando deforestación y más cambio climático.