El Ártico tiene dos fechas señaladas a lo largo del año, dos momentos que nos dicen en qué estado de salud se encuentra no sólo esta región sino todo el planeta. El dato de extensión de la capa de hielo marino que cubre el Ártico es nuestro indicador y la señal de alarma.



En marzo, después de todo el invierno, alcanza su máxima extensión. Es el máximo de hielo ártico. De forma inversa, en septiembre, tras un verano de deshielo alcanza su mínima extensión. Es el mínimo de hielo ártico.

Este año en ambos momentos han sonado las sirenas de emergencia. La extensión máxima alcanzada en marzo de este año ha sido el peor dato desde que se tienen registros, superando el récord que ya se alcanzó el año pasado. En septiembre, y con un 2016 que va camino de ser el año más caluroso, la capa de hielo de verano ha alcanzado el segundo dato más bajo, igualando el registro de 2007.

Y esto no es una novedad. Los 10 peores registros de mínimo de hielo se han dado en los últimos 10 años, hasta tal punto que la NASA ya no se sorprende y considera estos registros “la nueva norma”.
No hay ninguna duda. El hielo del Ártico desaparece ante nuestros ojos, a una velocidad mayor de lo que se había predicho hace tan solo 20 años.  

¿Y porqué nos debería preocupar lo que pasa en el Ártico? Una razón suficiente sería preocuparnos por el impacto que este cambio en su clima tiene sobre la biodiversidad única que lo habita, y sobre los más de 4 millones de personas que durante siglos han convivido con un entorno y unos recursos muy distintos a los que se están encontrando en los últimos años.

Como ejemplo de esta locura climática, Nuuk (la capital de Groenlandia) alcanzó este mes de junio temperaturas superiores a las que se registraban en Nueva York.

Pero si eso no nos basta, lo que pasa en el Ártico no queda ahí. El Ártico cubre solo el 6% de la superficie del planeta y sin embargo juega un papel vital para el sistema climático del planeta. Su superficie helada refleja la energía solar ayudando a regular el clima y a mantener las temperaturas. Pero a medida que desaparece el hielo, queda expuesta más superficie marina oscura, que a su vez absorbe más radiación solar y calienta el clima aún más. El hielo marino ayuda a regular la temperatura y salinidad de los océanos y juega un papel crucial en impulsar las corrientes marinas y atmosféricas.

En resumen es el aire acondicionado del planeta y el motor de las corrientes oceánicas y atmosféricas. Y estamos apagando el botón.

La disminución de hielo marino en el Ártico tendrá consecuencias globales, desde alterar el “aire acondicionado” del planeta y las corrientes oceánicas hasta afectar los patrones de precipitaciones y la frecuencia de tormentas extremas.

Además, el retroceso del hielo está dejando el océano Ártico desprotegido. Las pesca industrial destructiva y la industria de los combustibles fósiles se está expandiendo a zonas previamente inaccesibles que se encontraban cubiertas por el hielo.

Para frenar los peores impactos del deshielo del Ártico se debe por un lado atajar de forma urgente la causa principal de su deshielo, que no es otra que el cambio climático. Debemos transitar hacia un modelo energético renovable y cumplir con el compromiso asumido en la Cumbre del Clima de Paris para no superar el aumento de la temperatura global por encima de 1,5ºC.

Y por otro lado, las aguas internacionales del océano Ártico deben protegerse de la explotación industrial. Más de siete millones de personas se han sumado a la petición de Greenpeace por la creación de un Santuario Ártico. No podemos esperar a que suenen más alarmas.

¿Qué puedes hacer tú?
- ¡Ayúdanos! Firma para salvar el Ártico