El océano Pacífico no es solo un lugar de islas paradisíacas. También es el lugar donde, en la inmensidad de sus aguas, se vulneran los derechos humanos y se mantiene a trabajadores en condiciones de esclavitud.
En las últimas semanas, han saltado a los medios historias sobre abusos laborales, acoso, esclavitud y trata de personas que dejan en evidencia a la industria pesquera, incluida la del atún. En Greenpeace hemos plasmado estos testimonios en videos (en inglés) donde los pescadores hablan en primera persona del acoso y abuso laboral que han sufrido a bordo de barcos atuneros en el Pacífico.
Enlace al vídeo (en inglés)
La industria del atún es un negocio global, con beneficios de miles de millones cada año e igualmente con millones de personas empleadas en pescar el atún del que otros millones de personas dependen para sobrevivir.
Por desgracia, la forma en la que operan parte de estas empresas está poniendo en riesgo todo el sistema. Están fuera de control, saqueando el océano Pacífico extrayendo demasiado pescado a la vez que incumplen las normas y los acuerdos internacionales y arrasan las aguas de las pequeñas naciones costeras.
El bonito en el Pacífico se captura con palangre, un método en el que se tira una línea con anzuelos que puede llegar a tener varios kilómetros de extensión, y suele tener como destino los mercados de atún en conserva occidentales. Estos buques pueden ser como fábricas clandestinas flotantes, que se llevan a jóvenes desesperados, lejos de sus familias, atados con contratos que pueden durar años y amenazados con grandes deudas si rompen esos contratos antes de tiempo. Permanecen en alta mar, sin posibilidad de escapar, prisioneros como si estuviesen cumpliendo una condena.
Menos del 1% de la actividad pesquera de los barcos de palangre cuenta con observadores en el Pacífico Oeste y Central por lo que no tienen a quién acudir ni dónde ir. Es el lugar perfecto para la explotación: una mano de obra cautiva.
Para añadir más leña al fuego, muchos palangreros transbordan su captura en el mar a barcos congeladores, lo que implica que los barcos de pesca pueden permanecer años en el mar. El transbordo permite la explotación humana y ambiental. Es el equivalente en la pesca del blanqueo de dinero, donde el pescado ilegal o “negro” puede entrar en la cadena de custodia y quedar perfectamente camuflado entre el pescado “limpio”. También implica que las naciones del Pacífico pierden los ingresos que supondría el procesar ese pescado en tierra.
Las flotas de cerco del Pacífico (entre las que se encuentra la española) tienen prohibido hacer transbordo en alta mar. Esta prohibición debería extenderse a los barcos de palangre. Aunque no se puede comparar el coste de vulnerar los derechos humanos con la pesca ilegal, ambos se nutren de la avaricia de una industria que está fuera de control. Pero si arreglásemos un problema, arreglaríamos el otro.
En el caso del atún, todavía hay soluciones. Mientras los stocks de atún claro están en mal estado, los de bonito (en el Pacífico) y atún listado están en un punto en el que, si se realizan cambios, podríamos asegurar suficiente pescado para el futuro. Si es pescado de forma sostenible, el atún puede alimentar y dar trabajo a personas por todo el mundo y a la vez proteger a las comunidades costeras que dependen de este recurso.
Por ello, durante dos meses, el Rainbow Warrior estará navegando por el Pacífico documentando la flota de atún que ahí opera. Mientras tanto en tierra, Greenpeace trabaja con las principales marcas de atún en España y en muchos otros países para promover este cambio y que los consumidores puedan adquirir un atún cada vez más sostenible.
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