Hace unos minutos que he llegado. Son poco más de las 9 de la mañana, el público está convocado a las 11. La quietud del agua contrasta con la
actividad del barco. Escucho el sonido de las escobas arrastrando el suelo de cubierta, de la bodega asciende el ruido de taladros.
Anoche, cuando abandoné el Arctic Sunrise, todavÃa quedaban algunos visitantes que se resistÃan a dejarlo atrás. Lo entiendo, la atmósfera en él te hace pensar en los cientos de cosas conseguidas a favor del medio ambiente. Veo a la tripulación y pienso que aunque su vida en el mar nada tiene
que ver con la mÃa en tierra, realmente tenemos un vÃnculo que nos une, más fuerte que cualquier diferencia.
Observas el buque y ves metal y objetos inanimados, ¡sientes! el barco y entonces todo cambia, sientes la vida. Admiras a los voluntarios de
Greenpeace que están estos dÃas al frente de las jornadas de puertas abiertas; y hasta el propio voluntariado es un ejemplo de ese sentimiento, renovación y constante crecimiento.
Son voluntarios que han participado en tantas actividades que es complicado contarlas todas, y las comparten con los que comienzan ahora su andadura. Me mezclo con la tripulación, coincido con ellos en el puente de mando. De repente se abre una trampilla y algún marinero sale de ella. Siento olores, ahora
están pintando; el barco está siempre en constante renovación. Me fascina el interés en la cara de la gente para la que hablamos. Recorremos con ellos los rincones del barco, hablamos al público de experiencias y logros y de todo ello me quedo sin duda con una cosa: con el rostro de los niños al recorrer el barco; es fantástico, representa ILUSIÃ"N, la misma âilusiónâ que mueve este buque y a quienes creemos que todo es posible, que todo es alcanzable.
Ilusión por la Tierra y por quienes la habitamos.
Fe MartÃnez, coordinadora del Grupo Local de voluntarios de Greenpeace en Valencia a bordo del buque de Greenpeace Arctic Sunrise.