Activistas de Greenpeace contra la guerra de IraqSe han cumplido cinco años desde la invasión de Iraq. Una guerra para la que sus promotores - los halcones neocon - buscaron múltiples justificaciones y excusas que a lo largo de estos años han quedado desmentidas. En su día ya advertimos que Iraq se invadía con el único objetivo de controlar las segundas reservas mundiales de petróleo. Aquella guerra por el petróleo se ha convertido en una cruenta matanza diaria, y en campo de entrenamiento de aquellos terroristas a los que decía combatir.

El coste en vidas humanas es hoy abrumador. Aunque se habla más de los 4.000 soldados estadounidenses muertos, la revista médica The Lancet cifra en 600.000 el número total de víctimas entre la población iraquí, si se incluyen no sólo los muertos debido a la violencia sino los que se producen como consecuencia del deterioro de las condiciones de vida y la falta de asistencia sanitaria.

La situación humanitaria es dramática. Dos de cada tres iraquíes no tienen acceso  a agua probable y un tercio de la población (ocho millones de personas) necesitan ayuda de emergencia para sobrevivir. La mitad de la población activa está desempleada y más del 40% vive con menos de un dólar al día, es decir, en el umbral de la extrema pobreza. Los sistemas de salud y educación han colapsado. Pero quizá el dato más espectacular es el de la población que ha tenido que huir de su hogar: 2,2 millones de personas huyeron a países vecinos y se han convertido en refugiados, y más de dos millones han sido desplazados dentro del país. Todos ellos viven en condiciones penosas.

El desolador balance de aquella aventura, nos lleva a concluir se trata de uno de los episodios más negros del mundo contemporáneo. Aquellos que se empeñaron en impulsar este guerra, son los mismos que promovieron y promueven el negacionismo climático.

Huérfanos de argumentos para seguir negando el cambio climático, los escépticos argumentan ahora que hay otros problemas en los que invertir recursos, en vez de combatir el cambio climático. Teniendo en cuenta que el negacionismo del cambio climático proviene de las mismas cocinas en las que se cocinó la guerra de Iraq, es conveniente hacer alguna consideración: sólo con lo que se ha gastado hasta ahora en destruir Iraq, podría financiarse el cambio hacia fuentes renovables de energía en todo el mundo de aquí al año 2.030 para frenar la actual tendencia de calentamiento.

El coste en vidas humanas es sin duda el más doloroso. Pero también hay un coste ambiental de la guerra. Se ha publicado en Estados Unidos un interesante estudio (A Climate of War) que analiza en detalle esos costes. Merece la pena echarle un vistazo.

Juan López de Uralde, director de Greenpeace.