Esa es la hipótesis de partida para nuestro informe Protección a Toda Costa. La economía crece, la venta de suelo se dinamiza. Se flexibilizan las normas ambientales, se reforma la Ley de Costas, la de Evaluación de Impacto Ambiental, se quiere reformar la de Patrimonio Natural y Biodiversidad, la Ley de Suelo de Canarias.

Todo cuadra, los porcentajes de crecimiento y desarrollo económico ocupan titulares en los medios. Y la realidad es que el mercado de la vivienda creció en 2016 a un ritmo que no se veía desde hace una década.

En los últimos 24 años la urbanización en la costa de nuestro país ha crecido un 57%. Son los datos que vuelca el informe realizado junto con el Observatorio de la Sostenibilidad. Para ello hemos analizado 21 millones de hectáreas en nuestra costa con el uso de imágenes de satélite y el legado de ladrillo y hormigón que dejamos en la costa. Aunque ha aumentado la urbanización, la protección en la misma franja y en los mismos años solo llega al 27%. Y en muchos de esos casos, los espacios protegidos no tienen ninguna regulación efectiva que limite la actividad humana. ¡Qué lenta la protección, qué rápida la destrucción!

Junto a lo ya destruido, junto a lo ya protegido, hay 52 tramos del litoral que hay que mirar con lupa. Son zonas que no están construidas, que no están protegidas, pero que están bien comunicadas por autovías o paseos marítimos. Que están en la linde de un parque natural. En esos tramos, la voraz depredación de la industria turístico-inmobiliaria puede seguir buscando una segunda edad de oro del ladrillo en nuestro país.

Y mientras, barbaridades acaecidas en nuestro litoral como el hotel ilegal del Algarrobico siguen en pie. Estamos a bordo de nuestro barco Esperanza en el tour “Protección a Toda Costa”. Y aquí, en Málaga y las asociaciones vecinales nos cuentan que las dos últimas playas del municipio sin urbanizar ya tienen planeados sus proyectos urbanísticos, tres bloques de viviendas y nos terrenos comprados por un jeque árabe... y en el puerto también se proyecta un rascacielos para un hotel de lujo. La destrucción no es gratuíta y las aguas, por ejemplo, del Guadalhorce salen parcialmente sin depurar a la mar. De hecho, la ciudad ha perdido sus cuatro banderas azules en la playa.

Este informe es un punto de partida para lanzar un mensaje claro: no podemos permitirnos más destrucción costera. Tenemos que proteger lo poquito que nos queda sin destruir. Porque no nos podemos permitir el lujo de volver de nuevo a impulsar el desarrollo económico de nuestro país a base de más ladrillo y más hormigón en la costa. Y aun queda Esperanza.