Las consecuencias de la erupción volcánica en Islandia han tenido en los últimos días en vilo a toda Europa. Una vez más la Naturaleza nos muestra toda su fuerza, y pone en evidencia nuestra vulnerabilidad. En estos días, se habla mucho del posible impacto de las erupciones volcánicas en el clima, y también sobre su influencia en el cambio climático.
Por más que nos parezca imposible de igualar a un fenónemo de la magnitud de una explosión volcánica, las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero son mucho mayores que las de los volcanes. Cada año las erupciones volcánicas emiten entre 110 y 250 millones de toneladas de CO2. ¿Le parece mucho? Pues las actividades humanas multiplican por 100 esa cantidad.
Ciertamente la nube de finas partículas de ceniza puede alcanzar una gran altura, llegando incluso a la estratosfera, como ocurrió por ejemplo en el caso del Pinatubo. En este volcán filipino en el año 1991 ocurrió una violenta erupción, que produjo una gran nube que alcanzó gran altura. En aquella ocasión se produjo un enfriamiento medible, debido a que las partículas del humo en la estratosfera redujeron la llegada de rayos solares a la superficie terrestre.
En esta ocasión, al menos hasta el momento, la erupción es de mucho menor escala, y no parece que las consecuencias vayan a ser comparables.
En todo caso, estos efectos de enfriamiento consecuencia de las emisiones volcánicas son puntuales y en ningún caso inducirán a una reducción de la tendencia de calentamiento global consecuencia de las emisiones de gases de efecto invernadero de la actividad humana.
Juan López de Uralde, director de Greenpeace España