Ha pasado poco más de una semana desde que el buque portacontenedores Rena se encallase en el arrecife Astrolabio, cerca de la costa de Tauranga (Nueva Zelanda) y empezara a tener problemas. Desafortunadamente la situación sigue empeorando. El buque transporta 1.700 toneladas de petróleo pesado, de los cuales se estimó inicialmente que se habían vertido al mar 30 toneladas. Sin embargo, ya los medios de comunicación informan de que se han filtrado entre 130 a 350 toneladas de petróleo, y muchos contenedores pesados caen al mar. Más y más glóbulos tóxicos de petróleo llegan a las playas. Manchas de petróleo espeso, penetrante, de dos a tres metros de ancho, ya cubren la playa de Papamoa.

El Ministro de Medio Ambiente neozelandés Nick Smith ha declarado que el vertido se ha convertido en el peor desastre ambiental en la historia marítima de Nueva Zelanda.

El petróleo del buque Rena se está extendiendo más rápidamente de lo esperado, y a su paso deja atrás aves y otras especies marinas muertas.
El capitán del barco tiene ya cargos por incumplimiento del artículo 65 de la Ley Marítima, que trata de las actividades peligrosas relacionadas con buques o productos marítimos. Y es posible que se le acuse de más infracciones.
Así que la situación es grave, y las malas condiciones meteorológicas siguen obstaculizando los esfuerzos para hacer frente al vertido y salvar el Rena. Es posible que el barco se rompa y deje salir la mayor parte del crudo pesado restante.

Lo que es más alarmante es que están emergiendo evidencias de que la Rena había recibido controles de seguridad ya en Australia y, más recientemente, en Bluff y resultaba que el buque carecía de mapas y equipos de navegación suficientes. Sin embargo, se permitió que navegase en las aguas costeras de Nueva Zelanda, hasta que chocó con uno de los arrecifes más famosos de la costa de la Isla Norte.

Ya que todavía el desastre no está solucionado, las labores de rescate continúan. De hecho, Greenpeace se han unido a muchos otros grupos y ha puesto a disposición equipos y voluntarios para proteger el litoral.

Este trágico incidente, sin embargo, representa una severa advertencia de la fragilidad del medio marino ante un sistema energético basado en los combustibles fósiles y subraya la necesidad de protegerlo de cualquier catástrofe futura. Además, ha demostrado como no es posible lidiar con un vertido de petróleo de forma segura y sin impactos para el medio ambiente: independientemente de que la fuente del vertido sea un buque o la explosión de un pozo como en el golfo de México.

Nueva Zelanda, como España, tiene planes para abrir sus aguas a la exploración de nuevos pozos de petróleo en aguas profundas. El desastre del Rena ha puesto al descubierto la incapacidad del Gobierno neozelandés para hacer frente a dicho suceso, lo que ha llevado incluso a la líder del Partido Laborista, Phil Goff a declarar que: "Si no podemos hacer frente a un barco que encalla en el mar a tan sólo unos kilómetros de un puerto importante, y nos toma tanto tiempo para responder a eso, ¿qué posibilidades tendríamos en el caso de que fallara un pozo de petróleo y vertiera cientos de miles de toneladas al mar?".
Sin suda una pregunta muy pertinente que deberíamos ponernos también en España.

El trágico desarrollo de los acontecimientos de Nueva Zelanda arrojan una vez más una larga sombra sobre un mundo dominado por un concepto 0.3 de la energía

El mismo concepto del que emana la supuesta necesidad de llenar la costa española de pozos de petróleo en aguas profunda, a pesar de que ya hemos demostrado que España podría llegar a un sector energético de cero emisiones y libre de petróleo antes de 2050 gracias a inteligencia, eficiencia y renovables al 100%.

Es hora de decir no a la perforación de más pozos de petróleo en aguas profundas en Nueva Zelanda así como en España.

ACTÚA: Pide a los candidatos a las elecciones españolas un sistema energético inteligente, eficiente y renovable al 100%

Sara Pizzinato (@pizzina78), responsable de la campaña de Transporte de Greenpeace

Imagen: © Simon Grant / Greenpeace