No es la primera vez que voy a Usinsk, en el norte de Rusia, por lo que no debiera sorprenderme. Pero, una vez más, estoy sorprendido. Estuve aquí por primera vez en mayo, donde, junto con mis colegas de Greenpeace Rusia, fui testigo y documenté las  consecuencias de los interminables derrames de petróleo que se producen en esta región tan hermosa.
 
He vuelto aquí de nuevo, no por el hedor a hidrocarburos, por la quema constante de sus gases o por los dolores de cabeza causados por los productos químicos del petróleo; sino porque tuve la oportunidad de hacer cosas positivas y para echar una mano a los pueblos indígenas de Rusia.
 
Hemos invitado a venir a Usinsk a representantes de toda la zona ártica de Rusia y a personas que habitan en Groenlandia y en el delta del Níger. Les hemos invitado a una Conferencia Indígena del Ártico. La intención es mostrarles lo que sucede aquí. Pero lo más importante es conseguir que se unan a la lucha contra la destrucción de sus hogares por parte de las empresas petroleras.
 
Durante la Conferencia, que duró tres días, escuchamos a cazadores de renos, cuya forma de vida ha sido irremediablemente alterada debido a la industria petrolífera. Escuchamos a Alice Ukoko, que proviene de Nigeria, donde su gente muere a causa de la actividad de Shell. Escuchamos a un hombre cuyo hermano murió limpiando un gran vertido de petróleo aquí, en Usinsk, en 1994. También participaron un representante del Parlamento Saami y un científico que ha realizado una modelización de los devastadores efectos que tendría, en los mares y costas del Ártico, un derrame de crudo en aguas abiertas.
 
Incluso escuchamos directamente a un representante de medio ambiente de Lukoil, que nos llevó a todo el grupo a ver sus operaciones de limpieza en el campo. Este fue quizás el momento más surrealista. Tras llevarnos a ver vertido tras vertido y como intentan limpiarlos, nos invitó a conocer el lado "verde" de la empresa. Pensamos que de nuevo veríamos en acción una nueva operación de lavado verde (greenwashing) pero, sin embargo, nos condujo a la mayor extensión de tierra contaminada por un vertido de petróleo que nunca habíamos visto. Un lugar negro hasta el horizonte, repleto de aceite viscoso y sin ningún sistema que remedie que se siga vertiendo hidrocarburos al entorno. Todavía siento los vapores tóxicos de ese sitio.
 
Tras llevarnos a conocer este lugar, lo que más me asombró fue que el representante de Lukoil pensó que ya estábamos preparados para ver el corazón de la bestia. Una enorme balsa de agua de producción bombeada a este lugar desde sus campos petrolíferos. Estas aguas matan todo a su paso y desembocan directamente y sin ningún tratamiento a un río local, un cauce de agua que alguna vez fue muy importante para los lugareños.

La falta de humanidad y el flagrante desprecio hacia el medio ambiente y hacia la vida humana por parte de la compañía petrolera me llamó poderosamente la atención. Lo que está haciendo a su propio pueblo, a su tierra y a su propia vida silvestre, para mí, es incomprensible. Nadie tendría que acostumbrarse a tal nivel de corrupción y desdén por la vida. Uno de los participantes de la Conferencia tras ver esto muy correctamente concluyó: “lo que estamos viendo aquí no es sólo un desastre ambiental, es el fin de la naturaleza”.

Blogpost por Jon Burgwald, Greenpeace Dinamarca