Me levanto ilusionado sabiendo que ya hemos cruzado esa línea invisible y mágica que nos sitúa dentro del Círculo Polar Ártico. Ya en cubierta, busco en el horizonte alguna señal, ¿hielo?, que me confirme que estamos llegando al extremo norte del planeta. Nada. Sólo un mar calmado y azul, y alguna gaviota que sigue curiosa la estela del barco. Me encuentro con Paul, segundo de abordo, que mira inmutable al mar infinito.
Curiosamente él es el ice pilot (marinero especialista en hielo) de la tripulación, pero cada vez hay menos hielo con el que lidiar. "Hay que viajar mucho más al norte para encontrarlo", apunta. ¿Mucho más? Consulto nuestra posición en Google Maps. El puntito azul nos sitúa casi en el límite superior del mapa terráqueo. Me pregunto, tras seis jornadas navegando, hasta dónde habrá que llegar. Cuántos días más tendríamos que subir para ver el hielo flotante. O incluso si todavía quedará algo. Pienso en las palabras de Mike, el capitán. "Estoy aquí luchando por mi hijo de cuatro años. Quiero que también él tenga la posibilidad de disfrutar de la diversidad que yo he conocido".
Toda la tripulación, desde los marineros de cubierta a los ingenieros que lidian con las ruidosas máquinas que conforman el corazón del barco, lo tienen claro. Los miro, tratando de identificar ese elemento que logra unir rostros y aspectos tan distintos, edades y nacionalidades tan dispares. Sobre todas las cosas, es gente que ama los barcos tanto como las causas por las que lucha Greenpeace. Gente de mar, de piel curtida por el sol y el salitre, que parecen no entender la pregunta que les formulo. ¿Que por qué hay que salvar el Ártico? preguntan con gesto extraño. "Porque es lo que hay que hacer", sentencian escuetos, como si cualquier otra explicación fuese un añadido superfluo y obvio.
El capitán Mike en el puente de mando del Arctic Sunrise
Nos vamos a dormir después de muchas historias, cerrando la pesada escotilla del camarote para huir de una luz que no acaba nunca, extrañando la oscuridad nocturna que ya no volverá hasta que dejemos atrás el Círculo Polar.
El bamboleo del Arctic Sunrise, que los primeros días revolvía los estómagos a los recién llegados, ahora nos mece plácidamente para llevarnos a un sueño reparador en el que se cuelan imágenes de lo que está por ver. ¿Encontraremos hielo en Svalbard? En un par de días lo sabremos.
Me acuesto en la que será la penúltima noche a bordo del viejo rompehielos, anhelando el momento de ver el horizonte, de sentir tierra firme bajo los pies. Al fin y al cabo soy persona de campo y monte, no de mar. Pero tengo claro que seguiré luchando y animando a otros a hacerlo, para conservar lo que tenemos, lo que el planeta reserva a los que están por venir y que es tan suyo como nuestro. Desde tierra firme, recordaré a Mike y Paul, a Lena, enamorada de Greenpeace por su abuela Esperanza, a Louisette y Paloma, voluntarias en el Arctic o a Willie, artista entre fogones. Pensaré en sus consejos e historias, sus sonrisas, sus motivos... Y seguiré peleando por su causa, que es la mía, más convencido que nunca de lo importante que es estar junto a ellos, mientras siguen navegando para defender el Ártico.
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