El viernes 12 de junio llegamos al Fiordo Magdalene tras 20 horas de navegación desde Longyerbyen. Nos dirigimos cada vez más al Norte, siempre bordeando la isla de Spitsbergen en el archipiélago de Svalbard, nuestro objetivo es constatar e inventariar el estado del medio en este esta latitud.
Durante la singladura contamos 11 barcos pesqueros con los que establecimos comunicación vía radio. El objetivo de nuestro viaje en esta segunda parte, será documentar las pesquerías que operan en estas aguas. Svalbard es una zona pesquera protegida regulada por Noruega, pero donde también pescan buques rusos, españoles y portugueses en su mayoría y en menor escala ingleses, alemanes, franceses y fineses. En el mar de Barents se encuentran los mayores caladeros de bacalao y haddok (eglefino) que se explotan con buques arrastreros que producen un fuerte impacto en el lecho marino, incluyendo corales de aguas frías y los campos de esponjas. Como consecuencia del derretimiento del hielo polar, estos arrastreros llegan cada vez a mayores latitudes a zonas donde antes no podían acceder por encontrarse cubiertas de hielo todo el año.
Una vez llegamos al fiordo de Magdalene, echamos ancla y lanzamos uno de nuestros botes para llegar a tierra. Nos encontramos en una antigua estación ballenera, que tuvo mucha importancia durante todo el siglo XVII y fue ocupada por experimentados cazadores ingleses y holandeses en su mayoría. Todavía hoy encontramos los restos de construcciones donde extraían y procesaban el aceite de ballena que venderían en Europa a altos precios para la producción de jabones, lubricantes y combustibles para lámparas. Había más de 250 barcos balleneros que cazaban hasta 1000 ballenas por año, cazaban tantas ballenas como encontraban en estas aguas, lo que provocó el colapso del mercado en apenas 100 años.
Actualmente siguen cazándose ballenas en las aguas noruegas, existen cuotas anuales que se negocian cada año y son controladas por la CBI y el gobierno, no obstante, la demanda de carne de ballena desciende cada año en este país.
Una vez pudimos descender a tierra, dimos un largo paseo y recorrimos los glaciares que rodeaban el fiordo. Hizo un buen día de verano ártico lo que nos permitió disfrutar al máximo de nuestra caminata. En esta zona viven muchos osos polares y cerca de donde caminamos observamos las huellas de uno de ellos, lo que nos indica que no andan muy lejos, de modo que tenemos que andar con cuidado, aunque hasta el momento no hemos visto ninguno.
Nos acercamos hasta la pared de uno de los glaciares y quedamos fascinados por su majestuosidad al ver cómo más de 60 metros de hielo compacto se elevaban ante nosotros desde la superficie del mar. Enormes bloques de hielo glacial repleto de fracturas descienden desde las partes más elevadas de las montañas. Los colores blancos, grises y azules, las grandes rocas atrapadas en el hielo, el crujir del hielo y el desprendimiento de algunos bloques como consecuencia del deshielo por la llegada del verano, nos dejaron sin palabras por varios minutos. Pero aunque aquí no anochece, el tiempo pasa igual y llegaba la hora de partir hacia nuevos paisajes, así que volvimos con los botes y levamos ancla.
A bordo del Esperanza, en el Ártico, Tatiana Nuño Martínez, voluntaria de Greenpeace
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