Madrid, 8:30 de la mañana, aeropuerto de Barajas. Esperamos con nuestras maletas frente al mostrador. Todo está preparado, los ordenadores, la cámara de fotos y de vídeo y, por supuesto, los informes y demás material de la campaña: una bolsa entera con pegatinas y chapas en las que se lee “peligro bombas de racimo”.


Nos dirigimos a la capital de Irlanda para participar en la última, y decisiva, semana de la Conferencia Diplomática de Dublín, donde más de 100 gobiernos y 200 organizaciones de todo el mundo discuten, desde el pasado día 19, un tratado que regule el uso de las bombas de racimo.


Somos conscientes de que vamos a vivir una cita histórica, que asistiremos a la reunión internacional de Desarme más importante de la década y no podemos dejar de sentir cierto nerviosismo, una mezcla de esperanza y temor. Esperanza porque de aquí puede salir un texto que, por fin, prohíba un armamento que, desde los años 60 ha causado innumerables víctimas en todo el mundo. Temor de que tanto tiempo de trabajo y esfuerzo se esfume con la lúbrica de un texto que se quede en papel mojado.


Nuestro objetivo es claro: la prohibición total de este cruel e indiscriminado armamento. Esto es lo que defenderemos aquí durante los próximos días. Venimos a buscar un texto ambicioso, sin fisuras, un Tratado integral que prohíba todos los tipos de proyectiles de fragmentación (o de racimo) cuyas víctimas son en un 98% civiles.


Cuando hablamos de víctimas inocentes, no existen las medias tintas, las matizaciones no tienen cabida aquí. No hay bombas de racimo buenas, ni siquiera menos malas, cualquier tasa de error es inaceptable cuando se habla de vidas humanas, cualquier excepción resulta inaceptable para estos artefactos de muerte.


Existen ausencias importantes, los de siempre: Estados Unidos, China y Rusia (que tampoco ratificaron el Tratado de Otawa que prohibía las minas antipersonales) no han acudido a ninguna de las negociaciones del denominado Proceso de Oslo. A parte de los grandes ausentes, un grupo de países (liderados por Francia y Gran Bretaña) está defendiendo un acuerdo de mínimos. Y nosotros nos preguntamos ¿y España, qué posicionamiento va a adoptar?


No sabemos con exactitud qué postura nos vamos a encontrar por parte de la delegación española, que está siendo especialmente ambigua en todo este proceso. Por un lado, afirma que las consideraciones humanitarias son prioritarias, mientras que por otro defiende que se deben excluir del tratado algunos tipos de armas, las más modernas, curiosamente, las que se fabrican en nuestro país. No deja de ser cuanto menos sorprendente que un Gobierno que predica a los cuatro vientos su defensa de la paz, se muestre receloso y remolón cuando tiene la oportunidad de demostrar, con hechos y no palabras, su compromiso real.


Quizá aquellos que deciden por nosotros deberían, simplemente, escuchar a las víctimas:
“Sobreviví a la explosión de una bomba de racimo en septiembre de 2006. Por un momento deseé no haber sobrevivido. Ahora, un año después, puedo decir que soy afortunado de seguir con vida. A pesar de la destrucción causada por la guerra, somos capaces de rehacer los puentes y comenzar la reconstrucción. Pero ¿quién va reconstruir las vidas de la gente que ha sido mutilada o ha muerto por estas armas? Lo que cuenta es hemos sido testigo de la guerra y continuamos vivos para decirle al mundo que es necesaria la prohibición de las bombas de racimo. Miranos y verás por qué”. Mohamed Kassen Abbedd Snayeh, Líbano.


En Dublín, Marta San Román, prensa de Greenpeace.