Ajenos al trágico futuro que espera a su especie, los osos polares se mueven con tranquilidad en Svalbard. De hecho son los auténticos dueños de la isla. Con una población estimada de unos 3.000 ejemplares, y completamente protegidos, se pasean por el lugar con la tranquilidad de quien se sabe invulnerable.
Desde que se prohibió su caza, la población se recuperó. Hoy pueden asomar su cabeza entre los hielos, y pasear tranquilamente entre las rocas del litoral en busca de alguna foca despistada. Aunque se alimentan fundamentalmente de focas, no hacen ascos a casi nada: aves marinas, alguna ballena varada o algún pescado completan su dieta. El hombre tiene que estar siempre en guardia, y son múltiples las precauciones que deben tomarse en Svalbard para prevenir un inesperado encuentro con algún oso.
¿Invulnerable? En realidad no tanto. Pese a su protección los osos polares se enfrentan a dos peligros que ellos no ven, pero que ponen en serio riesgo su supervivencia. Ambos son causados por el ser humano: la contaminación tóxica y el cambio climático.
Por un lado, y debido a su posición en lo más alto de la cadena trófica, los osos acumulan altas concentraciones de sustancias tóxicas en sus tejidos grasos. Se trata de los llamados Contaminantes Orgánicos Persistentes (COPs). Se trata de productos contaminantes sintéticos que la naturaleza no sabe degradar, como los PCBs o las dioxinas, generados por la sociedad industrial, pero arrastrados hasta aquí a través de la cadena trófica.
La acumulación de estas sustancias en el tejido graso de los osos afecta, entre otras cosas, a su capacidad reproductora, reduciéndola. En contra de lo que pudiera pensarse, a pesar de estar lejos de las fuentes de contaminación tóxica, se encuentran muy expuestos a ella.
Por otro lado el cambio climático, y la perdida de hielo en el Ártico afecta de manera dramática a estas criaturas. Especialistas en la caza en el hielo, los osos son muy torpes cazadores en tierra o en el agua. La progresiva reducción, por tanto, de la superficie de hielo, dificulta enormemente la captura de alimentos, condenándolos a una muerte segura.
Por ello aunque ni lo sabe ni lo desea, el oso polar se ha convertido en el símbolo de la defensa de este peculiar ecosistema polar. Luchando contra el cambio climático, estamos defendiéndonos a nosotros mismos. Pero a veces necesitamos visualizar nuestra propia autodefensa en la imagen de otros animales. Por eso debemos devolver un futuro a estas criaturas salvajes.
Desde Svalbard (Ártico), Juan López de Uralde, director de Greenpeace.