Es la primera vez que una COP se celebra en Oriente Medio, todo un reto para una región cuya economía está basada en el petróleo, pero también una oportunidad para demostrar que han empezado a tomar conciencia del problema y, por lo tanto, para abordar vías para su solución.

La región ha cambiado mucho recientemente, se ha modernizado y su urbanismo se ha desarrollado a la vez que su economía se iba robusteciendo. De día, Doha es una ciudad en construcción, con barrios cubiertos de grúas que trabajan en nuevos centros comerciales, oficinas o hoteles, y en un gran complejo deportivo para acoger varios eventos deportivos de escala internacional. Pero es de noche, volviendo del centro de conferencias, cuando uno descubre la imagen de la que Qatar está más orgullosa: brillantes rascacielos, modernos complejos hoteleros y un sinfín de vehículos de lujo que llenan las carreteras y los párquins de los mejores restaurantes para cenar a primera línea de mar.

Sin embargo, Qatar no es solo una potencia petrolera, como decía su jefe de Estado en la sesión inaugural de la cumbre, es también un país con graves riesgos derivados del cambio climático por su clima extremo, por la escasez de agua que proviene, principalmente, de la desalinización y, sobre todo, por estar rodeado en tres de sus cuatro costados de mar.

Riesgos que, en mayor o menor medida, comparte con España aunque en nuestro país la línea de comunicación del Gobierno deje bastante más que desear; con un secretario de Estado de Medio Ambiente que pone en duda los impactos del cambio climático en el mismo Congreso de los Diputados o un ministro de Medio Ambiente que los niega directamente, por lo menos en las costas españolas, para justificar una reforma de la Ley de Costas que no contiene ni una sola referencia al riesgo que el cambio climático representa en términos de aumento del nivel del mar.

Después de un verano plagado de impactos, de nada sirve negar la evidencia porque la cumbre de Doha está estos días llena de gente que la ha vivido en primera persona y la puede contar. Impactos, riesgos, soluciones, análisis, ventajas económicas y costes... hablaremos de todo esto durante dos semanas, y hasta veremos ejemplos de países en desarrollo que avanzan más rápido que otros como España. Es el caso, por ejemplo, de Tanzania, cuyo gobierno sí está estudiando las repercusiones que para ellos tiene el aumento del nivel del mar.

Quizás hasta Qatar se dé cuenta de la razón que tienen las instituciones especializadas cuando dicen que la economía verde es la única que garantiza un lugar en el nuevo orden geopolítico mundial, y hasta los países de Oriente Medio asuman el reto de presentar -como les piden el resto de países- objetivos de reducción de emisiones que, sin tener todavía que ser obligatorios, sean verificables a nivel internacional.

Y quizás, solo quizás si esto sucede, a España se le encienda alguna alarma y entienda por fin nuestro Gobierno lo ridículo que suena su discurso al lado de esta dosis de realidad. La semana pasada, en la comparecencia de Greenpeace ante la Comisión de cambio climático del Congreso, algunos representantes de la misma quedaron en reunirse conmigo aquí en Qatar. Aquí les espero junto con representantes de los países más vulnerables interesados en conocerles. Saben, por ejemplo, lo difícil que es que Qatar reduzca emisiones cuando el petróleo es más barato que el agua, pero no creo que entiendan por qué no lo hacemos en España, en contra de las recomendaciones europeas y cuando potenciar mayor acción climática podría salvar vidas, además de reactivar la economía y colocar a España en el mapa de este nuevo orden geopolítico mundial.

Aida Vila (@Aidavilar) desde Doha (Qatar), responsable de la campaña Cambio climático de Greenpeace España.