Los ministros empiezan a llegar a la cumbre climática de Doha (Qatar) y, además de lidiar con el calor propio de un país, van a tener que enfrentarse a otro asunto ardiente que se está convirtiendo en el tema estrella de esta reunión. Una cuestión menor -qué hacer con los derechos de emisión sobrantes del primer periodo de compromiso del Protocolo de Kioto- que tiene el Protocolo en jaque y que puede poner en riesgo la integridad climática del nuevo acuerdo global.
Según el Protocolo de Kioto, estos derechos sobrantes -“hot air” o aire caliente- pueden traspasarse a la segunda fase del mismo que debe firmarse aquí en Qatar. Lo que debe acordarse, entre las reglas del segundo periodo de compromiso del Protocolo de Kioto, es el uso que se puede dar a estos derechos, así como su total cancelación al final de este “segundo Kioto” para evitar que el aire caliente -que ya alcanza 13.000 millones de toneladas de CO2 equivalente- se traspase al acuerdo global.
Polonia, uno de los países europeos con más “aire caliente” -por la sobreasignación de derechos de emisión y por el descenso de la actividad económica en la Europa central y del este debido al desmembramiento de la Unión Soviética- le está haciendo el trabajo sucio a Rusia, bloqueando cualquier avance en la dirección correcta en el seno de la UE. Su posición es clara e inflexible: quieren aprovechar este activo y, como la compraventa de derechos de emisión no va a ser rentable en el próximo periodo de Kioto debido a la poca ambición de los compromisos de reducción de emisiones, piden trasladarlo hasta el nuevo acuerdo global.
A nivel interno, la UE no ha sabido llegar a un consenso con Polonia y parece estar doblegándose a la rigidez de los polacos, lista para aceptar un compromiso interno en el que no se incluya la cancelación. Es urgente llegar a un compromiso porque la falta de posicionamiento unitario le impide a la UE tomar parte activa en los debates y reduce su capacidad de influencia en la negociación pero no cualquier cosa nos vale, y hay que mantener la ambición climática hasta el final. Esto es, por lo menos, lo que prometió la UE en el plenario final de la cumbre de Durban y lo que le ayudó a trazar puentes con los países más vulnerables que ahora se pueden romper.
No es cierto que en la UE esté “todo el pescado vendido” y hay formas de llegar a un acuerdo con Polonia que respete la integridad ambiental. Aumentar el compromiso europeo de reducción de emisiones para que el aire caliente se pueda vender en la segunda fase de Kioto es una de ellas, pero hay otras, incluso la forma de aislar a Polonia si nada más funciona, decidiendo la posición de la UE respecto al aire caliente mayoría cualificada, con todos menos uno de los votos a favor.
Se trata de decisiones políticas de envergadura, es cierto, y por suerte hoy llegan quienes las pueden tomar. Quiero pensar que, aunque abiertamente no lo admitan, los ministros europeos saben lo que se están jugando, porque un acuerdo en los términos que pide Polonia, no sólo sería catastrófico para el clima sino que colocaría a la UE en una posición precaria en cuanto a alianzas en la negociación climática internacional.
Si se doblega a los intereses polacos, Europa abrirá la puerta a que se arrastre el aire caliente más allá de Kioto, comprometiendo la integridad ambiental del futuro acuerdo global. Además, perderá la confianza de los más vulnerables que tanto apoyaron a la UE en Durban y quedará aislada de nuevo, cruzando los dedos para que no se repita el escenario de Copenhague en el que EEUU y China cerraron el acuerdo a sus espaldas porque si la alianza con los más vulnerables, la UE tampoco tendría con quién contar. Esperemos que los ministros recuerden que el tamaño no importa y que, en estas negociaciones, la cuestión lo que ellos llaman “una cuestión menor” les puede traer serios problemas en el futuro de la negociación climática internacional.
En Doha (Qatar), Aida Vila (@Aidavilar), responsable de la campaña Cambio climático de Greenpeace España.