Era febrero de 2008 y el buque New Flame se encontraba encallado a media milla de Punta Europa frente a Gibraltar. Durante meses había vertido petróleo, había contaminado el agua de la bahía y había llenado de chapapote sus playas. Hacía medio año que este buque había chocado contra el Torm Gertrud debido a las malas comunicaciones entre los dos puertos vecinos, Gibraltar y Algeciras.
Ambas embarcaciones cruzaron sus rumbos en unas aguas permanentemente transitadas por grandes buques. Además, las deterioradas relaciones entre las administraciones gibraltareñas y españolas impidieron la colaboración necesaria para haber resuelto la situación de manera más rápida y con menores repercusiones para el medio ambiente y las personas que, como los pescadores, viven y trabajan en la bahía.
Greenpeace quiso señalar al culpable y se subió a lo alto del New Flame para desplegar un claro mensaje: “Vertido diplomático”. Y es que las ancestrales discusiones sobre la titularidad de las aguas que rodean el Peñón estaban, y aún siguen, contaminando todo en el Campo de Gibraltar.
Cuando en 2009, los grupos ecologistas de Gibraltar y Campo de Gibraltar nos juntamos para redactar y presentar a las administraciones nuestras demandas ambientales conjuntas, no fue tarea fácil.
Las décadas de “contaminación diplomática” habían deteriorado en tal modo las relaciones entre los vecinos que cualquier propuesta nueva era vista y analizada con suspicacia. Sin embargo, solo fue necesario fijar como prioridad la protección ambiental de la bahía para que en cada reunión fuesen desapareciendo un poco más los fantasmas.
Cuatro años más tarde hemos comprobado que esas demandas ecologistas no le importaron a ninguna administración. Ni a la española, ni a la británica, ni a la gibraltareña. La protección ambiental y el respeto del entorno no ha sido jamás una prioridad para ninguna de ellas y hoy tampoco lo es.
Por eso, podemos afirmar que no son los fondos marinos y los arrecifes artificiales, que no son las gasolineras flotantes y el búnkering, que no es la destrucción de una u otra costa con proyectos macrourbanísticos, es la “contaminación diplomática”. Una “contaminación diplomática” que emponzoña hasta tal punto, que hasta las propias organizaciones ecologistas somos utilizadas como arma arrojadiza. Hoy sí les importa lo que decimos. En cambio, cuando comience el curso, cuando la confrontación diplomática haya vuelto a su estado latente ya no les interesarán nuestras demandas, porque el estado ambiental de la bahía y las personas que allí viven les dan igual. Se irán a otros quehaceres y dejarán tras de sí un medio ambiente en estado crítico y un grave deterioro social en la zona.
Greenpeace queremos ser parte de la solución pero no parte del problema. Y bajo ningún concepto seremos parte en la peor de las contaminaciones que sufre la bahía, la diplomática.
Mario Rodríguez (@Mario_Rod_Var), director ejecutivo de Greenpeace España