Este post es un colaboración de Emilio Rey (@DigitalMeteo) para la campaña de Ártico de Greenpeace


Realmente tuvimos suerte. Mucha. Y la seguimos teniendo. Aquella carambola cósmica que tuvo lugar hace 4.550 millones de años tuvo como resultado un planeta afortunado. Un planeta donde podía desarrollarse la vida. De hecho lo hizo “sólo” mil millones de años después. Quedó lo suficientemente cercano a la gran bola de fuego para que sus rayos calentaran la superficie y no la convirtieran en un disco helado, como sus vecinos más alejados del sistema. Y lo suficientemente lejos como para no convertirse en una bola de gases hirvientes con temperaturas superiores a los 300ºC, como sus hermanos Venus y Mercurio.

La Tierra quedó orbitando cómodamente alrededor de la joven estrella llamada Sol, que en ese momento no lucía con tanta intensidad como ahora. Se estima que sólo brillaba con el 70% de la luz con la que brilla en nuestros días. Eso hacía de La Tierra un lugar relativamente frío. Poco a poco, con el paso de los millardos, la actividad solar fue incrementándose y los gases de efecto invernadero, paradójicamente, ayudaron a que la estancia fuera más cómoda y que la vida explosionara en ella.

Y aquí estamos, en plena etapa de expansión de todas las formas de vida terrestres, incluyendo la humana. Y tenemos para otros 500 millones de años de condiciones habitables en este planeta -si lo cuidamos, claro- antes de que el Sol, en su imparable crecimiento hacia una Gigante Roja y 5.000 veces más brillante que en nuestros días, achicharre el ya viejo -y seguro machacado- planeta Tierra.

Pero no nos adelantemos tanto. Nuestro planeta afronta el tercer milenio con retos que nadie podía imaginar hace tan solo docenas de años. Y esa escala, cuando hemos estado hablando de cambios que se producen en millones de años, es para tenerla en cuenta. El desarrollo industrial tan acelerado y la poca conciencia sobre el cuidado de nuestra Casa Tierra han hecho saltar todas las alarmas. Si bien el clima ha cambiado siempre, y lo seguirá haciendo en los próximos milenios, el incremento global de las temperaturas en los últimos años del siglo pasado –que no en el último decenio, en donde se han estabilizado- ha puesto el foco en las posibles causas. Y en determinadas zonas. Algunas de ellas se han convertido en verdaderos laboratorios. Las zonas polares, por ejemplo. Los extremos de nuestro planeta, los puntos más alejados de la civilización y, por supuesto, los más fríos.

El clima polar reina en Ártico (polo norte) y Antártico (polo sur). Es, quizá, el clima más extremo de nuestra Casa Tierra. Las zonas antárticas son incluso más severas que las árticas, por pertenecer a un continente. Allí se ha registrado la temperatura más fría jamás registrada nunca: -89,2ºC en la base rusa de Vostok. Sí, aún hay zonas en nuestro planeta en donde la vida humana no es posible. La humedad es muy baja y las precipitaciones escasas, todas en forma de nieve, por supuesto, que se convierte en hielo la mayor parte de las veces. En los momentos “más calurosos” del año, a duras penas se superan los -10ºC.

Capítulo aparte merecen los vientos que azotan estas zonas. Conocidos como vientos catabáticos, los propician las masas de aire que se enfrían a la caída del sol y bajan las colinas heladas desde los polos con velocidades de más de 100 Km/h, ayudados por el fuerte gradiente de presión atmosférica y la propia fuerza de la gravedad. La sensación térmica que aportan en combinación con las bajísimas temperaturas se sale de las tablas, no puede ser descrita.

Pero hablemos del Ártico. La región queda bien definida por uno de los paralelos más conocidos del planeta, el Círculo Polar Ártico. Cualquier punto al norte del mismo (de latitud 66º 33’ 45’’) es zona ártica. En este caso, la mayor parte del territorio lo ocupa el Océano Glacial Ártico, que está congelado en su mayoría, sobre todo en los meses de invierno del hemisferio norte. La cantidad de hielo marino –banquisa- de la zona se usa como medidor de los efectos del calentamiento global. La banquisa ártica alcanza su máxima extensión en marzo, mientras que es en septiembre cuando queda reducida a su mínima expresión. El hielo antártico se comporta exactamente al revés, pues nuestra relación con el Sol a lo largo de las estaciones así lo define.

El grosor de la banquisa es otro parámetro que se mide. Típicamente el hielo tiene alrededor de un metro de grosor, aunque se puede llegar a 4-5 metros, incluso más, hasta 20 metros en las zonas más cercanas al Polo Norte y en pleno invierno. En verano los extremos de la banquisa se derriten y desaparecen, quedando zonas muchas del Océano Glacial Ártico en estado líquido. Este deshielo se ha acentuado en los últimos años en el Ártico –no así en el Antártico, donde está estabilizado o en ligero crecimiento- aportando un dato más de preocupación en el estado de nuestro planeta. Hay algunos estudios que hablan de que en unos años la superficie de hielo ártico de derretirá por completo en verano, dejando disponibles nuevas rutas de navegación para el transporte de mercancías. Nunca antes habríamos usado esas rutas, y, de producirse, marcaría un hito en la historia climática moderna.

Tan importante es la medición de los parámetros climatológicos y las condiciones meteorológicas reinantes en el Ártico que hace unos años se creó el National Snow and Ice Data Center (NSIDC) perteneciente a la Universidad de Colorado, Boulder, EEUU, quienes colaborando con la NASA han establecido un Índice de Hielo Marino (Sea Ice Index) y multitud de parámetros de medición.


Extensión de la banquisa de los años 2012, 2013 (hasta 30 de Junio) y las medias de 1981-2010 y de 1979-2000. Fuente: NSIDC.


Detalle de la extensión de la banquisa (cantidad de océano con al menos 15% de hielo) desde Abril de 2013 al 14 de Julio de 2013 comparado con 2012 y con la media de 1981-2010. Fuente: NSIDC

Los resultados son preocupantes. Los últimos 10 años de mediciones coinciden con los 10 años en los cuales la extensión máxima de hielo -alcanzada en marzo en el Ártico- es menor. Este 2013 es el sexto año con menor extensión máxima alcanzada. Marzo de 2011 fue el año en el que la banquisa alcanzó su máxima extensión más reducida. 

Capa de hielo marino presente este año al 14 de Julio. La línea naranja representa la media de los años 1981-2010. Fuente: NSIDC

Además, el año pasado se produjo un hecho que no se producía desde 1979. Durante el mes de julio de 2012 la capa de hielo superficial que cubre Groenlandia se derritió en un 97% de su superficie. Cuidado, no quiere decir que el 97% de todo el hielo se derritiera, sino que en los primeros centímetros de la capa superficial de la banquisa podía observarse agua líquida derretida.

Parece que este año el deshielo superficial ártico en Groenlandia no está siendo tan extenso (a estas alturas de Julio no se llega al 40% de superficie derretida) pero aún así seguimos por debajo de la media, tomada entre los años 1981 y 2010.


Tanto por ciento de territorio en Groenlandia con la capa de hielo derretida superficialmente este año, comparada con la media de 1981-2010. Fuente: NSIDC

Que la situación no sea tan preocupante con el hielo antártico no es un consuelo, al menos para mí. Las alarmas suenan en el Polo Norte, y lo mínimo que debemos hacer es hacerles caso. Prestar atención a los datos, con serenidad, sin catastrofismos que acaparen titulares fáciles y ahuyenten personas con afán de informarse de forma seria. Con el foco puesto en el cuidado al medio ambiente y el mimo en los pequeños detalles, en el día a día. Campañas como #SalvaElArtico hacen posible que tomemos conciencia del problema, que conozcamos mejor la situación.

Nuestro planeta nos viene dando lo mejor de si mismo desde hace cientos de miles de años. Nos protege de un universo helado y vacío. Y ni siquiera nos damos cuenta. Ha llegado el momento de devolver tanto cariño, saquemos lo mejor de nosotros mismos y cuidemos esta casa que nos acoge, esta casa refugio única en nuestro universo conocido. Es hora de cuidar la Casa Tierra.