Somos muchos los españoles que nos hemos criado “mirando al mar”, un 45% de la población española vive en zonas costeras y el resto ha veraneado alguna vez en algún punto de los 8.000 km de litoral de nuestro país. Españoles y extranjeros que, como el holandés Jordy Stolk, llegaron desde muy lejos y después de años de vacaciones familiares en nuestras playas, se dio cuenta de su encanto y volvieron para quedarse.

Jordy dice tener la suerte de dedicarse profesionalmente a su pasión: bucear alrededor de las islas Medes, un entorno marino espectacular del que no se quiere separar, pero que ya acusa los excesos turísticos y la mala gestión del litoral. Y es que la costa española engloba una triple dimensión, natural, social y económica, cuyo equilibrio es indispensable restablecer.

Los informes de Naciones Unidas y de instituciones especializadas son concluyentes en este sentido. Hay que avanzar hacia una gestión sostenible del litoral, en la que se evalúe la vulnerabilidad de la costa, respetando sus valores naturales, adecuando los usos sociales y económicos a los mismos y protegiendo estos tres elementos frente a los grandes riesgos inminentes entre los que ocupa un lugar privilegiado el cambio climático.

El nivel medio del mar va en aumento de año en año como consecuencia del cambio climático y esto constituye un grave riesgo para el medio ambiente, pero también para las infraestructuras y asentamientos del litoral español. El ratio de aumento en nuestro país es de unos 3 mm al año en el norte de la península y un poco menos en el Mediterráneo y según los científicos es razonable esperar un aumento de 50 cm a final de siglo. Medio metro que puede parecer insignificante pero que no lo es si tenemos en cuenta que se pierde un metro de playa por cada centímetro que aumenta el nivel del mar.

Este fenómeno es especialmente grave en playas confinadas, con arena fina y gran profundidad de corte, como las de la Costa Brava, las islas Baleares o el norte de la península y de las islas Canarias. Así lo han afirmado expertos de la talla de Raúl Medina, catedrático de la Universidad de Cantabria y miembro del Instituto de Hidráulica Ambiental que, según sus propias palabras, se dedica a “entender los procesos costeros, en particular los procesos físicos (entre los que se encuentran las respuestas de la costa al cambio climático) y a explicarlos de forma sencilla a los gestores costeros y a la sociedad en general para que, con esta información, se tomen las mejores decisiones posibles”.


La pena es que este tipo de recomendaciones caen en saco roto con el ministro de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, Miguel Arias Cañete, que, escondiendo la cabeza en la arena, se atrevía a afirmar hace unas semanas en el Consejo Asesor de Medio Ambiente que “la costa española no sufre impactos por el calentamiento global” y a a plasmarlo así en la reforma de la ley de costas, en la que la palabra “cambio climático” no aparece ni una sola vez. ¿Se le olvidaría que es su mismo ministerio el que, ya en 2005, recomendaba dar al cambio climático una dimensión transversal?

A lo mejor cree el ministro que ignorar la realidad es la mejor forma de evitarla o que “le compensa” hacerlo por proteger el interés económico de quienes van a tener manga ancha en el uso privativo del litoral... Pues ni una cosa ni la otra porque cada vez son más los estudios económicos que evalúan los impactos del cambio climático y que demuestran el sinsentido de promover hoy inversiones en zonas que, si no frenamos el cambio climático, se van a inundar.

Proteger a las poblaciones y bienes costeros cuesta hoy a las administraciones europeas un 30% más que en los años 80 y la factura de la cobertura de estos riesgos en el seguro privado tampoco ha parado de aumentar. Deberíamos reducir emisiones a marchas forzadas y considerar la variable climática en todas y en cada una de las políticas nacionales, en especial en las de gestión del litoral. Ahorraríamos en dinero, en pérdida de biodiversidad y en disgustos... pero, claro, esto es hablar de medio plazo, algo inconcebible para un Gobierno que ha demostrado actuar como un avestruz ante el peligro: agachar la cabeza para evitar ser visto.

Aida Vila (@aidavilar), responsable de la campaña Cambio climático y Energía de Greenpeace España.