Siempre me gustó Greenpeace. Desde chico he tenido una simpatía inherente hacia el logo de letras verdes y los barbudos en lancha. Con los años mi pasión por la naturaleza se fue transformando en una preocupación consciente por la necesidad de actuar para preservar el medio ambiente. Pero no fue hasta hace poco más de dos meses que tuve la oportunidad de conocer personalmente el trabajo de Greenpeace.

Me encontraba viviendo en Madrid desde hace unos ocho meses, estudiando un master en Relaciones Internacionales con la intención de profundizar mis estudios en Periodismo. Mi situación era un tanto apremiante, el máster avanzaba sin problemas, sin embargo, no hacía mucho que mis últimos ahorros se habían terminado. Necesitaba un trabajo.

Fue entonces cuando una mañana de finales de abril el equipo de Diálogo Directo de Madrid tuvo la ocurrencia de trabajar frente al centro comercial La Vaguada, en el Barrio del Pilar. Quiso el destino que ese día mi nevera se encontrase en una situación penosa y, camino de hacer las compras, me encontrase con la sonrisa de Montse. Ella me habló de Greenpeace y yo le conté mi situación. Tuvimos una charla agradable, tras la cual seguí camino al supermercado. En algún punto entre los yogures y el arroz basmati la idea vino a mi mente. ¿Por qué no trabajar en Greenpeace? La respuesta no se hizo esperar, a los pocos minutos regresaba con mi CV en mano y la certeza de que el reciente encuentro había sido todo menos casual.

Tras una semana y dos entrevistas ya era parte del equipo del DD de Madrid. Quizás sea un buen momento para explicar qué es lo que hacemos. Nuestro trabajo es llevar el mensaje de Greenpeace a la calle. Buscamos gente comprometida y más que nada comprometer a la gente. Nuestro reto es esquivar la apatía y burlarnos de la gris rutina madrileña. Contamos con nuestra sonrisa y la convicción de que nuestra causa es justa y urgente. Somos una mezcla entre predicadores y vendedores ambulantes, un híbrido de terapeutas y locos, un poco músicos, un poco comediantes, bastante caraduras y muy convencidos de la importancia de lo que hacemos.

Nuestro trabajo no es fácil. Las prisas y la indiferencia de la gente se pagan caro. La calle muchas veces se convierte en el escenario de una lucha constante por levantarse el ánimo, una y otra vez. Pero contamos con un recurso inestimable: unos compañeros de equipo siempre dispuestos a alentarnos, darnos una mano o un fuerte abrazo. Durante estos meses tuve la alegría de compartir mis mañanas con el mejor equipo que podría pedir, nunca habría podido hacer mi trabajo sin la complicidad y el apoyo de mis compañeros.

La gente muchas veces me pregunta por qué me gusta un trabajo tan agotador, en el que se tiene que soportar el malhumor y la apatía de la gente, y en el que debemos lidiar con nuestra frustración y con la violencia anónima de la calle. La respuesta puede aplicarse a cualquier otra circunstancia de la vida. Si me quedase con lo malo, no habría forma de que pudiese hacer frente al desgaste emocional diario que suponen nueve negativas, 57 miradas gélidas y seis o siete contestaciones propias de un Neandertal. El secreto está en quedarse con lo bueno, con la gente que brilla, quienes hacen que valga la pena nuestro esfuerzo por dar siempre lo mejor con cada saludo, con cada buen día.

Nuestro trabajo nos permite conocer nuevas personas constantemente. Sus historias, sus opiniones, sus problemas y sus ilusiones. Algunas te inspiran, te vuelven a llenar de energía con su sonrisa y sus ganas de luchar y vivir la vida a pleno. Son pequeñas grandes alegrías que hacen el día. Otros, por el contrario, llegan con el espíritu aplastado por la brutal realidad, por el desánimo contagioso y el triste convencimiento de que todo está perdido. Regalar un gesto de calidez o un mensaje de ánimo puede resultar más difícil, pero la satisfacción es única. El beneficio siempre es mutuo, dar y recibir es la constante.

Trabajar en Greenpeace fue un desafío para mí. Si bien no soy una persona con problemas para socializar, tuve que enfrentarme a los últimos resquicios de timidez que todavía resistían dentro de mí. Mi primer día de trabajo fue en la estación de metro de Moncloa, recuerdo cómo me costaba parar a la gente, la vergüenza que sentía al interpelar a un extraño. Con el tiempo el sentido del ridículo se dio por vencido y todo se volvió más natural. Poco a poco me di cuenta de que no le estaba pidiendo nada a nadie, ni nadie me hacía un favor al hacerse socio.

La clave fue entender la importancia de nuestro trabajo como parte de Greenpeace, lo esencial de llevar el mensaje ecologista a la calle y despertar el compromiso en la gente para con la conservación de nuestro planeta. De hacer ver que si queremos un mundo más justo no podemos permitir que los recursos naturales de todos se transformen en un bien de lujo para unos pocos, y que un medio ambiente sano es un requisito fundamental para el bienestar humano. Entender que el tiempo de actuar es ahora, y que desde el equipo de Diálogo Directo lo estamos haciendo.

Gracias Eva, Fer, Irene, Jesús, Lourdes, Marta, Montse, Nuria y Patri por ser los mejores compañeros de trabajo que podría pedir.

Un fuerte abrazo, hasta siempre,

Guido Ferro, promotor del DD en Madrid
(Segundo por la izquierda en la imagen)