Después de dos días en el poblado Sawré Muybu hoy vamos a poder entrar en la selva, es muy peligroso, nos acompaña Nelison Bravo, un guerrero Mundurukú de 16 años. Lleva desde los 10 preparándose para ser guerrero de su pueblo, ahora está a punto de conseguirlo. Nos mira con intriga y se ríe con nuestros gorros, crema solar, mangas largas y antimosquitos. Esta es su tierra, no necesita nada de eso. Lleva un arco y flechas y un collar Mundurukú, nada más.



Camina rápido entre las ramas, los demás nos enredamos en las raíces gigantes y no nos da la vista para observar tanta naturaleza, tanta belleza. Él conoce el terreno, sabe por dónde ir y le seguimos a duras penas. En la expedición también nos acompaña también Rómulo Batista, responsable de la campaña de bosques en Manaos. Lo primero que nos enseñan es una zona del bosque que parece quemada, nos cuentan que son cultivos de mandioca, desde tiempos ancestrales los Mundurukús cultivan en la selva, en las capoeiras, que son bosques secundarios donde plantan, y después hacen una rotación de 3 años, queman, se queda el sustrato en el suelo que lo enriquece y vuelven a plantar.

               El guerrero Bravo. Retrato de Iván Solbes

Mientras caminamos el ruido de la selva es atronador, los monos gritan y hay un pájaro que hace un ruido muy peculiar. Bravo, que así le gusta que le llamen, para de caminar y nos dice que escuchemos, es un vem vexo. Seguimos caminando impresionados con lo que vemos, setas increíbles de colores intensos, árboles gigantescos, helechos que no alcanzan la vista, un grillo más grande que una mano, un hormiguero de hormigas enormes y carnívoras, todo es inmenso, impresionante, salvaje... se respira armonía con la naturaleza, se respira libertad.



Bravo para en un árbol caído. Es un solva, uno de lo árboles más especiales de la selva. Los Mundurukús los cortan cuando ellos saben que es el momento. Son enormes, y al caer dejan espacio, y permiten que entre la luz, dando paso a que puedan crecer otros árboles. Bravo nos cuenta que se hace un ritual con las mujeres y los hombres de la comunidad, se le saca la leche al árbol y se utiliza para dolores de estómago, también se comen su fruta que es muy rica, y ahí lo dejan, para que se descomponga y vuelva otra vez a la tierra, respetando el orden de la naturaleza.

Seguimos caminando y al poco Bravo se para en un sitio en el que los árboles están tirados. Nos cuenta que es un camino que hizo el Gobierno de Brasil de 15 kilómetros para empezar la construcción de la presa de Sao Luis de Tapajós. “Llegaron sin preguntar nada a los Mundurukús, tiraron los árboles y pusieron trampas a nuestros pájaros, nos impidieron cazar y pescar en esta zona”, nos cuenta. Gracias al apoyo de Greenpeace y a la presión que han hecho los Mundurukús, la construcción de la presa está parada por ahora, pero todavía no está definitivamente descartado el proyecto.



El paseo acaba en un árbol gigante, es una amapa, nos dice Bravo. A nuestros ojos, es algo absolutamente impresionante, indescriptible y grandioso. Junto al árbol se encuentra una guarida de un paca -lo sabe por cómo están colocadas las hojas y algunos frutos que suelen comer. Nos enseña también un insecto palo, una araña, a la mueve delicadamente con su flecha... Todo un recorrido para mostrar todo la vida que alberga la tierra de los Mundurukús.

Los Mundurukús llevan siglos viviendo en estos territorios junto al río Tapajós, en completa sintonía con la vida natural y animal que les rodea. Como Bravo, nuestro pequeño gran guerrero Mundurukú. Empresas como Siemens, Mapfre o Iberdrola no han querido hasta la fecha desvincularse del proyecto que dejaría sus tierras y su mundo bajo el agua. No podemos permitirlo, ayúdanos firmando, necesitamos mucha fuerza para parar este proyecto que tiene grandes intereses económicos detrás.