La Organización Metereológica Mundial (OMM) hacía público ayer que en 2015 se superó la concentración media de 400 ppm de CO2 en la atmósfera en todo el Planeta, lo que implica haber traspasado el límite de seguridad y por tanto simbólico que los más de 2.000 científicos del IPPC, que analizan el cambio climático y sus consecuencias, habían delimitado como arriesgado para la vida y el ser humano. Lo realmente preocupante no es sin embargo que se haya traspasado este umbral, sino que no hay visos de que la tendencia sea regresiva y las emisiones no parece a día de hoy que vayan a remitir; entre otras razones por la ausencia de políticas energéticas ambiciosas y coordinadas que reduzcan drásticamente el uso de combustibles fósiles.



Este dato, se suma así al resto de señales que confirman el proceso continúo de calentamiento en el que ya nos encontramos inmersos: cada año y mes que pasan se supera un nuevo récord en el incremento de temperatura registrada. La tendencia en el proceso de calentamiento es ya por tanto incuestionable, y la duda ya no está en si la temperatura seguirá ascendiendo, que lo hará, sino en si conseguiremos evitar que se sobrepasen las 450 ppm de CO2 en la atmósfera. Este es el umbral que los científicos del IPCC determinan como claramente de no retorno, el punto a partir del cual se desencadenarían los fenómenos más virulentos para la vida del planeta; procesos que escaparían además a la capacidad de control del ser humano.

La noticia hecha pública ayer por la OMM contenía además otro dato preocupante: el incremento anual en la concentración de CO2 entre 2015 y 2014 fue superior al registrado en años previos. Es decir, se produjo un salto en la tendencia registrada que el OMM achaca a una menor absorción del CO2 emitido por la vegetación, debido a la mayor virulencia de El Niño, y a un incremento de las emisiones producidas por los incendios forestales, del que entre otros son tristemente famosos los incendios que asolan desde hace unos pocos años Indonesia.

Es decir: desde la firma del Acuerdo de París la situación no ha ido a mejor. En todo el año no hemos visto ni una propuesta política dirigida a dejar sin explotar ese 80% de las reservas de energías fósiles conocidas y probadas, necesario (como señalan los científicos) para evitar alcanzar los 450 ppm de CO2 en la atmósfera, o lo que es su traducción a términos de temperatura: un incremento de 1,5ºC en la temperatura global frente a los niveles preindustriales, y al que se refería el Acuerdo de París. Y tampoco hemos oído ni una palabra de cómo los insuficientes planes presentados en París por todos los países del mundo, cuyos efectos llevarían a un incremento medio de 3ºC, van a reformularse para ser coherentes con lo acordado.

El próximo 6 de noviembre tendrá lugar la Cumbre Climática de Marraquech. Es la primera después de París, y a la luz de la evolución del proceso de calentamiento global todo este año, parece claro que es el momento de empezar ya a actuar, y la única forma de evitarlo es mediante un decidido impulso -político, institucional, social y financiero- hacia un modelo energético 100% renovable. Una transición energética a la que oponen las petroleras, mineras, grandes energéticas y todas aquellas multinacionales con intereses en las energías sucias.

Vencer esta resistencia, y conseguir que los líderes políticos pongan la balanza del lado de las renovables solo es posible mediante una fuerte y amplia movilización social, es lo que decidirá en los próximos 10 años si somos capaces de evitar la tendencia actual que nos llevaría a que en 2030 se superaran los 450 ppm y los 1,5 ºC. Un reto para el que Greenpeace junto con el movimiento ecologista trabajará incansablemente,  y cuyo mensaje pretende llevar a Marrakech en su icónico barco, el Rainbow Warrior.