De todas las frases “famosas” que nuestros representantes dijeron durante la catástrofe del Prestige, algunas tan sonrojantes que da vergüenza recordarlas, yo me quedo con la que más me impactó en su día. Corresponde al ex-presidente Aznar, que tardó un mes en acercarse al chapapote, pero no tuvo empacho al afirmar que “los perros ladran su rencor por las esquinas” en referencia a las protestas ciudadanas contra la gestión del accidente del buque, que ocasionó la peor catástrofe ambiental de la historia de nuestro país, y que fue responsabilidad de quienes decidieron alejar el petrolero “al quinto pino” (expresión atribuida al entonces ministro de Fomento Álvarez-Cascos, según cuentan).

¿Cómo puede ser la mayor preocupación de un presidente de Gobierno nuestro rencor y no el brutal impacto sobre el territorio, el mar y todos sus habitantes o las costas? porque nosotras y nosotros, los cientos de miles de voluntarios que acudimos a Galicia y a la cornisa cantábrica, luchamos con lo que teníamos a nuestro alcance, sin fotos de por medio ni disputas partidistas, para poner remedio a lo que ellos habían causado.

A mi me “tocó” el Prestige primero como responsable de la campaña de Océanos y Costas de Greenpeace y luego, en mis vacaciones, como voluntaria. Y esta segunda experiencia es la que quiero compartir.

Llevaba diez años como voluntaria en Brinzal, un Centro de Recuperación de fauna salvaje de la Comunidad de Madrid  y, en cuanto llegaron las primeras noticias de la fauna afectada por la catástrofe, decidimos aportar toda nuestra ayuda. Diferentes grupos de voluntarios estuvimos ayudando en varios centros de rescate de fauna en Galicia y en la cornisa cantábrica. Fueron días de mucha desesperación, frío, cansancio e impotencia.

Gaviotas, araos, alcas, alcatraces, frailecillos, pardelas, cormoranes... todos de chapapote hasta las cejas, por dentro y por fuera. Agotados por el peso del fueloil en sus plumas, debilitados por la intoxicación al tratar de limpiarse ellos mismos. Y lo más sobrecogedor, su silencio, su resignación. Y el chapapote, o pichi, o gallipote, que en cada tramo de costa tenía su nombre, por todos lados.

Lavar, secar, sondar, alimentar... y vuelta a empezar. Un círculo sin fin, sin horarios, sin esperanza... porque la respuesta de las autoridades tampoco estuvo a la altura en este caso, salvo contadísimas excepciones. No se pusieron los medios adecuados para acometer el trabajo necesario, ni se realizó un trabajo conjunto en los dos mil kilómetros de costa afectada.

Se recogieron 21.500 aves marinas afectadas, y SEO/BirdLife estima que entre 115.000 y 230.000 se vieron afectadas en total, unas pocas de las cuales pasaron por mis manos.
Es muy difícil describir la impotencia que se siente cuando no se pueden esperar resultados favorables de un trabajo tan agotador. Cuando te cuentan cómo, tras haber conseguido recuperar a un grupo de cormoranes y ser éstos liberados en Portugal, a cientos de kilómetros de donde fueron recogidos, sus compases internos los devuelven al punto exacto donde fueron recogidos, una vez más, empapados en chapapote.

Impotencia también porque, si ante las protestas multitudinarias de Santiago y Madrid el Gobierno hizo oídos sordos y no asumió responsabilidades, de los frailecillos, araos, gaviotas y pardelas, Aznar no debió enterarse de que estaban, porque las aves no saben ladrar.

Mariajo Caballero (@mjocaballero), directora de Campañas de Greenpeace
Imagen: Pedro Armestre (@PedroArmestre)