El ritmo al que avanza la represión del activismo climático es paralelo al que lo hace el consenso científico sobre la urgencia de actuar para salvar el clima. La injustificada situación de los 30 activistas de Greenpeace detenidos en Rusia por oponerse a los planes petroleros de Gazprom en el Ártico supone un hito en dicha represión, que se ha ido recrudeciendo en los últimos años desde la persecución y detención injustificada de los ecologistas en manifestaciones pacíficas, como en la Cumbre de Copenhague, a las crecientes restricciones de su acceso a determinados foros de negociación internacional.

Pero por mucho que se empeñen Gazprom y el lobby fósil, los datos científicos son ineludibles. La última prueba es el quinto informe del IPCC sobre la ciencia del cambio climático. Un documento que no deja dudas acerca de la relación entre la dependencia que tenemos de los combustibles fósiles y el cambio climático, que califica explícitamente de inequívoca, y constata que cada vez nos queda menos tiempo para evitar los peores impactos del calentamiento global. El informe es contundente: todavía hay esperanza, pero para evitar un aumento de temperatura de 2ºC, comparado con la época preindustrial, debemos invertir el ritmo de crecimiento de emisiones en esta década y reducirlo luego hasta llegar a cero entre mediados y finales de siglo.

Además, el informe del IPCC cuantifica, por primera vez, el CO2 que es posible emitir en todo el mundo de ahora a final de siglo para estar dentro de los límites de seguridad y advierte que no es más de un billón de toneladas de CO2 para todo el mundo. Una cifra que equivale a quemar poco más de la tercera parte de todas las reservas de combustible fósil que existen en el mundo y que, al ritmo que vamos, no tardaremos más de  20 o 30 años en superar.



La diferencia entre ambas cifras es tan abismal como estremecedora. Es evidente que la cifra que baraja el sector de los combustibles fósiles en sus planes de negocio y en sus análisis de las reservas mundiales disponibles,  basados en otros conceptos como el beneficio económico o la cotización de sus compañías en la bolsa internacional, tiene muy poco que ver con la realidad climática del planeta en que vivimos. Mensajes como el del IPCC son la peor amenaza para este negocio, de ahí que el sector redoble esfuerzos para que políticos, medios de comunicación y hasta instituciones judiciales le apoyen en sus planes para retrasar tanto como sea posible la acción climática internacional.

El sector de los combustibles fósiles ve cada vez más cerca el día en que el interés general se imponga a sus intereses económicos y se paralicen unos planes de negocio que ya están causando graves catástrofes a nivel internacional. Los intentos de que esto no suceda, o de que se retrase el máximo posible, acarrean consecuencias como las que sufren nuestros activistas en Rusia, pero también es la prueba más evidente de que su situación de monopolio político y económico mundial está más en riesgo que nunca.

Y ahora es, precisamente, el momento de no rendirse y de seguir empujando el cambio de paradigma que puede llevarnos a evitar los peores impactos del cambio climático.

Aida Vila (@AidaVilar), campaña de Ártico de Greenpeace

- ¡Te necesitamos! Firma para pedir a la embajada rusa que libere a los activistas de Greenpeace