El manto negro que se ve en la foto, en el suelo junto a las colmenas, está formado por abejas muertas. Millones de ellas. Salieron a tomar néctar de los nectarinos en flor y se envenenaron porque se habían usado plaguicidas tóxicos en los árboles de la zona. Muchas perecieron por el camino, a otras solo les dio tiempo a llegar a sus colmenas y una ridícula parte sobrevivió, sin muchas posibilidades de futuro, ya que por su compleja organización social solo pueden salir adelante como comunidad.
Este episodio ha tenido lugar en un asentamiento de colmenas en Mazarrón, Murcia, coincidiendo con las primeras fumigaciones de nectarinos cuando han empezado su floración. Es impactante, pero en general desconocido y la peor parte es que es un hecho recurrente. Cada año se repiten estas mortandades masivas de polinizadores en comunidades como Valencia o Murcia, las CCAA donde más se utilizan plaguicidas en España. La solución es sustituir esos productos tóxicos por métodos sostenibles y apostar por la agricultura ecológica, pero las multinacionales agroquímicas usan todo su poder para insistir en que se usen sus productos, sin tener en cuenta las consecuencias.
La situación de las abejas a nivel global es preocupante, pero junto a ti estamos dando pasos esperanzadores. A cierre de esta revista las denuncias de Greenpeace, junto al sector apícola murciano, han conseguido que La Consejería de Agricultura de Murcia esté llevando a cabo una investigación sobre las muertes de estas abejas para dar soluciones a la región y ya haya pactado con el sector apícola y agrícola medidas para minimizar estos episodios.
Pedro García, apicultor de Murcia
Episodios como el que documentamos no afectan solo a las abejas y a la biodiversidad, sino también a la economía. Pedro es el dueño apicultor que cuidaba de las colmenas afectadas. Al igual que otras muchas familias de Murcia, vive íntegramente de las abejas y dice que ahora el resto entero del año tendrá una extracción de miel nula. “Este es mi único recurso económico y cuando nos pasa algo así no tenemos nadie que nos ayude ni dónde recurrir”. Echando la vista atrás añade: “Yo soy la segunda generación de apicultores de mi familia y esto antes no pasaba. Ocurre desde que aquí la agricultura se está industrializando. Llevamos ocho años en los que ha pasado esto y cada vez es más y más grave”.
Texto Mónica Ortega Menéndez