Optimista, decidida y locuaz incluso en castellano, Svieta sigue hoy viviendo en el mismo pueblo, Orane, de unos 600 habitantes, y es profesora de primaria y miembro del parlamento de su región, Ivankiv. Con la peculiar energía y entrega de alguien que solo vive el presente, nos comienza a contar cómo vivió el accidente.
Las consecuencias de Chernóbil
El sábado 26 de abril de 1986 uno de los reactores de la central nuclear de Chernóbil explotó debido a un sobrecalientamiento. La radiación liberada fue unas 500 veces mayor que la de la bomba atómica de Hiroshima. 31 personas murieron a consecuencia directa de la explosión, y 116.000 fueron evacuadas. Varios miles de los 600.000 “liquidadores” que se ocuparon de minimizar las primeras consecuencias del accidente murieron a causa de ello. Hoy cinco millones de personas viven en áreas contaminadas, pero no existen datos concluyentes sobre la incidencia real del accidente.
Yo tenía 12 años cuando ocurrió, en 1986. Una noche oímos un gran ruido de vehículos pasar por la carretera que lleva a Chernóbil. Luego, por la mañana, todo parecía tranquilo, hasta que empezaron a venir a nuestro pueblo vehículos del ejército, de los que salían militares con máscaras. Pero no se nos dijo nada hasta una semana después. Nuestro pueblo no fue evacuado, pero acogimos a gente de otros pueblos que sí que lo fueron. Y nos dieron ciertas precauciones básicas con las que íbamos a tener que vivir a partir de entonces: que no abriésemos las ventanas, que saliéramos a la calle lo menos posible, que las tiendas protegiesen los alimentos con plásticos, etc.
¿Sabíais que os enfrentábais a radiación?
Mi madre sí que lo sabía. De hecho mi padre había muerto dos años antes de cáncer de garganta, porque la central de Chernóbil ya había tenido problemas en 1982, aunque el Gobierno no dijo nada sobre ello. Recuerdo que en el colegio nos decían que con la radiación se puede vivir uno o dos años, y después mueres, y yo planeaba qué hacer con los dos años de vida que me quedaban.
¿Llegó mucha radiación a tu pueblo?
Por fortuna para nosotros, los tres primeros días el viento soplaba hacia el norte, no hacia nuestra aldea. Pero los militares venían a descansar y comer, y traían la radiación con ellos. Luego, en verano, nos llevaron a todos los niños del colegio a Odessa durante un mes. En ese tiempo los “liquidadores”, que entraban hasta el núcleo del reactor a limpiarlo recibiendo enormes cantidades de radiación, se quedaron a dormir en el colegio. Al volver a la escuela en otoño estaba muy contaminada.
¿Cómo se convive con la radiación?
Vivimos con miedo el primer año. Después la situación se normaliza y se dejan de tomar precauciones. La gente vuelve a comer comida local, a pescar en el río, a recoger setas del bosque. Quieren olvidar. Pero 15 años después empezamos a ver las consecuencias. Mucha gente contrae enfermedades nuevas: infarto, cáncer, problemas en la sangre, ictus…
De la calle donde vivía mi madre solo quedan vivos dos vecinos. Mi madre murió en otoño de cáncer. Y esto es solo lo que ocurre hoy: estoy segura que dentro de 10 años habrá más problemas.
¿Cómo se puede soportar vivir en un ambiente así?
Te acabas acostumbrando. No es algo por lo que te preocupes todo el rato. Nunca hacemos planes de futuro, vivimos solo un día, y lo aprovechamos. Para nosotros tener un cáncer es como tener un catarro. Cuando te toca revisión te mueres de miedo. Pero nos ayudamos mucho y nos tranquilizamos mutuamente. Intentamos siempre buscar la mejor solución. El problema es que la medicina es cara, y no hay seguro médico gratuito. A mi madre la operaron tres veces, y pudimos pagarlo porque mi hermana tenía un buen trabajo en una empresa alemana. Otras personas no podían. Recuerdo que en la primera operación de mi madre su compañera de habitación estaba lista para ir a operar, pero su hijo tuvo que recogerla porque no podía pagar la operación. Fue terrible, pero no podríamos hacer nada. La mujer fue a casa... a morir.
¿Qué le dirías a la gente de España que aún apoya la energía nuclear?
Que es mejor vivir sin electricidad a tener reactores nucleares. De verdad. Si no lo creen, que se compren un billete a Ucrania y vean qué pasa. Que intenten vivir medio año con radiación. Si aún así no se convencen, lo único que pueden hacer ya es ir a un psiquiatra.
Texto Raúl San Mateo