Magazine / marzo 2012

La opinión

© Greenpeace/ Pedro Armestre

Costa con ovejas y... toneladas de hormigón

Hermosa foto, si no fuera porque la mole de hormigón del hotel El Algarrobico, homenaje al despropósito en pleno Parque Natural del Cabo de Gata, nos recuerda que paisajes como éste corren el peligro de desaparecer bajo la lenta letanía del ladrillo.

Mientras contemplo esta fotografía me viene inmediatamente a la memoria el anuncio realizado por el Gobierno el pasado mes de enero de reformar “en profundidad” la Ley de Costas. Una ley que debería ser reforzada en vez de rebajada ya que es la mejor garantía para salir de esta crisis económica sin sacrificar el delgado tramo de nuestro territorio que proporciona innumerables servicios naturales. Es nuestra defensa contra los temporales y supone el 10% de nuestro PIB.

Desde que comenzó a aplicarse la ley en 1988 se ha enfrentado a poderosos detractores: aquellos que solo ven en la franja costera una gran parcela a urbanizar. Claro está que también cuenta con numerosos benefactores que, estoy seguro, saldrán en su apoyo en los próximos meses.

"El respeto a los procesos ecológicos no es un freno al progreso sino que es el camino para salir de la crisis."

Con la entrada en vigor de la Ley de Costas en 1988 se dio un paso muy importante en la conservación de los valores naturales del litoral. La nueva ley establecía claros límites al proceso de degradación que desde la década de los 50 se había iniciado en la costa, haciendo patente su uso público para toda la ciudadanía.

El peligro con esta reforma es que se premie a quienes se guían por la especulación. Por eso, la aplicación de la Ley de Costas tiene que ser estricta, sin rebajas, eliminando las construcciones ilegales y compensando a aquellos propietarios víctimas de la mala gestión administrativa.

El respeto a los procesos ecológicos no es un freno al progreso sino que es el camino para salir de la crisis. Ni playas, ni dunas, ni albuferas, ni calas, ni acantilados pueden permitirse la reforma de la Ley de Costas. Pero tampoco se lo pueden permitir ni la industria turística ni las pesquerías artesanales, y mucho menos los pueblos costeros y sus paseos marítimos, que verían peligrar la seguridad ciudadana por la previsible subida de nivel del mar y las inundaciones y avenidas debido al cambio climático.

Un dato para la reflexión, que sea también una llamada a la acción en defensa de una costa para todos: en España se han destruido en 20 años el equivalente a ocho campos de fútbol al día en la costa.

Mario Rodríguez

 

Mario Rodríguez es el director ejecutivo de Greenpeace España
Twitter @mario_rod_var