Conrado García del Vado es responsable de comunicación
“Es indudable que el medio ambiente le importa a la ciudadanía. a ver cuándo se enteran de ello los políticos”.
Amanece en Huelva. Hace un calor húmedo que se soporta solo gracias al viento de levante que corre por la ciudad estos días. Pocas horas antes, de madrugada, el Arctic Sunrise ha llegado al puerto onubense para colaborar en la campaña de Greenpeace España #ElMedioAmbienteImporta, un proyecto que pretende poner de manifiesto la necesidad de proteger el medio ambiente por sus consecuencias sociales, algo que ponía de manifiesto un exhaustivo informe de la organización ecologista donde aparecían cientos de puntos negros por toda la geografía nacional titulado “Radiografía social del medio ambiente en España”.
Esta campaña llevó al Arctic por diferentes ciudades de la costa española donde se señalaron algunos de los puntos negros más relevantes en el mapa medioambiental del país.
En uno de los mulles de Huelva ondea la bandera ecologista. Apenas hay gente por la calle pero en el acceso al puerto hay varios policías portuarios que impide el paso a cualquier persona ajena al barco o a las instalaciones portuarias. En Huelva no se podrán hacer los tradicionales “open boats”, esas visitas guiadas al barco que tanto gustan a la ciudadanía. Las autoridades han impedido que el Arctic estuviera en un mulle abierto al público, sin ninguna buena razón que lo justificara.
Desde hace años, los vecinos de Huelva pagan una condena injusta e inmerecida: sufren la contaminación provocada por su polo químico y las balsas de fosfoyesos, llenas de residuos tóxicos y radiactivos. Para quien acaba de llega a la ciudad no es extraño sentir un cierto picor en la garganta, que se acentúa cuando uno se aproxima a la zona donde se encuentran los más de 120 millones de toneladas de residuos repartidos en 120 hectáreas. Todo a escasos 500 metros del núcleo urbano. Detrás de los fosfoyesos está la empresa Fertiberia, del todopoderoso Villar Mir.
Después de contar a la tripulación del Arctic Sunrise la magnitud del problema se ven caras de consternación. “Jamás pensé que esto pudiera estar en Europa”, comenta uno de lo oficiales. “Podría haber imaginado algo así en África, Asia o América Latina, pero jamás aquí”, añade sorprendido.
El Arctic Sunrise recibe la visita de numerosos colectivos opuestos a los fosfoyesos y a la contaminación como la Mesa de la Ría. Están indignados. Muchos de ellos o sus familiares padecen o han padecido enfermedades, normalmente cáncer, y lo atribuyen al elevado índice de contaminación. Un estudio epidemiológico realizado hace unos años determinó que Huelva era el lugar con mayor índice de muertes por cáncer de España, pero parece que nadie quiere oír hablar del problema. “Hay gente muy poderosa detrás”, dice un miembro de la Mesa de la Ría, “y hay miedo a hablar”. El problema se quiere solucionar oficialmente cubriendo los fosfoyesos con tierra, “lo que equivale a ocultar la suciedad bajo la alfombra”, se lamenta.
Cuando el barco se despide de la ciudad, varios activistas quieren protestar contra el problema y realizan pancartas. “Fosfoyesos: herencia tóxica” escriben en ellas. Bajan embarcaciones neumáticas y recorren el estuario de los ríos Tinto y Odiel con su mensaje. También colocan ese lema en la cubierta del barco y lo filman desde el aire con un dron. Desde el cielo el espectáculo es dantesco: humo y polvo tóxico blanco lindando con la ciudad y las maravillosas marismas del Odiel. Navegando en las lanchas se aprecia un olor fortísimo. Los activistas se colocan máscaras para no respirar un aire que no huele bien. Ellos, como los ecologistas locales, también se indignan.
Sin salir de Andalucía, el Arctic pone rumbo a Sevilla. Hasta cuatro veces tiene que cambiar la hora y día de llegada a la capital andaluza: primero las mareas para remontar el Guadalquivir, luego los horarios de apertura de los puentes levadizos, después la ausencia de prácticos... Pero finalmente el barco llega a puerto. Allí sí se permiten las visitas de los ciudadanos que guardan largas colas bajo un sol de justicia para ver las entrañas del “Amanecer Ártico”. Los activistas colocan una pancarta a lo largo de la barandilla de la cubierta del barco con el lema del proyecto #ElMedioAmbienteImporta. “Pues claro que me importa a mí el medio ambiente”, dice una simpática señora con su inconfundible acento sevillano.
El recién nombrado consejero de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía, José Fiscal, visita el Arctic. Realiza una entrada triunfal en el rompehielos ecologista para reunirse con representantes de la organización: “¿Es un rompehielos de verdad?”, pregunta el consejero. “Es la primera vez que subo a uno, y en encima en Sevilla, tiene mérito”, añade. Es su primer acto oficial desde su nombramiento y se muestra cordial y conciliador. Casualmente, Fiscal es de Huelva y conoce bien el problema de los fosfoyesos. No se compromete a nada concreto pero sí a estudiar en detalle todas las propuestas que le hacen los miembros de Greenpeace. A la reunión también acude el presidente de la autoridad portuaria, que afirma “alegrarse” de que el Arctic haya sufrido los problemas derivados, en su opinión, de la falta de calado del Guadalquivir, algo que se solucionaría con el dragado del río. Desde hace años los grupos ecologistas locales se oponen a ese dragado que tanto añora la Autoridad Portuaria. Algún malpensado podría creer que alguien habría querido castigar a Greenpeace a propósito de este asunto.
Andalucía ha pasado de ser una potencia medioambiental con miles de hectáreas protegidas y empresas punteras en el desarrollo de energías renovables a ser una de las comunidades con más y más graves puntos negros de toda la geografía nacional. Sin duda, el consejero Fiscal tiene un gran trabajo por delante.
Y por delante el Arctic tiene todavía unos cuantos cientos de millas antes de llegar a su próximo destino: Barcelona. Durante la travesía muchos tripulantes vagan por el barco con la “Radiografía ambiental del medio ambiente en España” y preguntan por los puntos negros que aparecen en el informe mientras el barco navega por la costa española. La tripulación del Arctic la componen 28 personas de 17 nacionalidades distintas de todos los continentes: es una pequeña “ONU” ecologista flotante. El cocinero es una persona clave en el barco porque logra satisfacer los paladares de toda la tripulación a pesar de las diferencias culturales. Seguramente su buen hacer culinario contribuye a que el ambiente sea armónico y cordial.
Uno de los momentos más mágicos del viaje se vive al cruzar el estrecho de Gibraltar. La confluencia del océano Atlántico y el mar Mediterráneo, y de dos mundos, Europa y África, es siempre una experiencia inolvidable. Tras un día de navegación y dejar atrás la costa andaluza el barco llega a aguas de Murcia, donde es recibido por el patrullero de la Armada “Cazadora”, que se pone en contacto con el Arctic por radio para solicitar una gran cantidad de información (todo datos públicos y conocidos, como destino, puerto de origen, etc). La “Cazadora” acompaña a escasos metros en paralelo la navegación del Arctic. Después de varias horas de “escolta”, el barco de guerra abandona al barco de paz.
El proyecto Castor le costará a la ciudadanía más de 4.000 millones de euros, por eso es uno de los mejores ejemplos de lo que Greenpeace denuncia como un modelo energético obsoleto y caro con graves consecuencias sociales.
“Despilfarro medioambiental”
Así, el Arctic sigue su singladura rumbo al norte sin más compañía que la de los delfines listados y alguna pareja de calderones, hasta su llegada al depósito de gas Castor, situado a poca distancia de Castellón. Este proyecto abandonado, que le costará a la ciudadanía más de 4.000 millones de euros, es uno de los mejores ejemplos de lo que Greenpeace denuncia como un modelo energético obsoleto y caro con graves consecuencias sociales.
Castor era una antigua bolsa de gas y petróleo bajo el mar que, tras ser vaciada, pretendía ser usada como depósito de gas aunque cuando comenzaron las pruebas de inyección se produjeron cientos de pequeños seísmos que obligaron a paralizar el proyecto. La empresa constructora ACS, propiedad de Florentino Pérez, cobró religiosamente y los ciudadanos pagarán la factura y los intereses, de nuevo gente poderosa frente a ciudadanos indefensos.
Este caso vuelve a provocar la indignación de los activistas de Greenpeace que quieren dejar patente su repulsa para lo que protestan frente a la gigantesca planta a bordo de pequeños kayaks con pancartas donde han escrito “Castor, coste inútil” y “El medio ambiente importa”.
“Si España hubiera querido apostar por las energías renovables, habríamos evitado problemas como el del Castor”, asegura Julio Barea, geólogo de Greenpeace, que afirma que además no se realizaron los estudios sísmicos oportunos antes de comenzar el trabajo. Antes de continuar su marcha, el barco hace una parada de varias horas, ante la atenta mirada de una embarcación de la Guardia Civil.
Pocas millas al norte de Castor, en aguas de Tarragona, se encuentra la veterana plataforma petrolífera Casablanca, de Repsol, la única que opera en todo el país, desde 1982. Casablanca ha sido objeto de vertidos, multas y sanciones, pero la todopoderosa empresa petrolera parece no tener límites y ha recibido permisos para más prospecciones en la zona. Aquí también los activistas de Greenpeace protestan simulando un vertido de los muchos que ha habido en estas aguas. Se manchan las manos con productos ecológicos que ofrecen un aspecto similar al petróleo y muestran mensajes en catalán y castellano contra las prospecciones.
La protesta pacífica es observada en la cercanía por una inquieta patrullera de la Guardia Civil que protege a la mastodóntica plataforma en medio del mar frente a la minúsculas barcas ecologistas, que en todo momento respetan la zona de seguridad de medio kilómetro determinada por las autoridades. Los tripulantes del barco, algunos de ellos pasaron 3 meses en la cárcel en Rusia por protestar pacíficamente contra las prospecciones en el Ártico, se muestran sorprendidos por la continua presencia militar y policial allá donde pasa el Arctic.
Y tras la denuncia del despilfarro y la conminación, el barco ecologista llega a Barcelona. Sin problemas con autoridades portuarias o políticas, todo son facilidades. En la capital catalana es recibido por numerosas personas que lo fotografían y aplauden. Es emocionante. Poco después el barco ya está lleno de medios de comunicación, de políticos y de personas que acuden a visitarlo y que atentas escuchan las últimas aventuras del navío ecologista. Niños y niñas se fotografían junto a las barcas neumáticas y en el helipuerto del barco y muchos se dicen que de mayores quieren ser activistas y navegar los mares del planeta defendiendo el medio ambiente porque, sin duda, les importa.