En 1994 tres rayos provocaron incendios en Teruel, Castellón y Valencia, que quemaron en pocos días superficies superiores a 19.000 hectáreas cada uno. El mal mantenimiento de los tendidos eléctricos provocó dos macro incendios en Barcelona y Murcia, con resultados similares. Durante esta crisis, había tres incendios de grandes dimensiones y simultáneos en Valencia, dos en Barcelona y ardían también los montes en Almería. En este año se registraron seis de los diez incendios más grandes (todos mayores de 5.000 hectáreas) desde 1961. Los servicios de extinción se enfrentaron a un problema jamás visto hasta la fecha, la coordinación fue imposible, los medios insuficientes y la alarma social considerable.
Aunque nadie desea que esto ocurra, es posible que vuelva a repetirse. Algunos de los ingredientes necesarios para que se repita un verano como el de 1994 ya están en el cóctel. La pervivencia de la siniestrabilidad (chispas producidas por maquinaria agrícola y forestal, quema de rastrojos, negligencias, alta intencionalidad…) y la falta de gestión forestal y tareas preventivas son problemas estructurales en los montes españoles. También lo es el aumento de la cada vez es más difusa línea que separa la superficie forestal con urbanizaciones, camping y viviendas ubicadas fuera de los núcleos rurales, conocida técnicamente como interfaz urbano-forestal.
Otros ingredientes del cóctel son los recortes en prevención y extinción y los fenómenos meteorológicos extremos, que según los expertos son un síntoma del cambio climático: el pasado mes de mayo, con 18,6 grados de media, fue el mayo más árido y cálido desde 1964. Y el comienzo del verano de 2015 está siendo el más caluroso de los últimos 40 años, puesto que en apenas 10 días han llegado dos olas de calor, algo inaudito desde 1975.
Cuando todos estos ingredientes se conjugan, el fuego (un elemento natural del paisaje mediterráneo) toma forma de grandes incendios forestales que se encargan de gestionar el paisaje a su manera, frecuentemente de manera destructiva, reduciendo la continuidad de las masas forestales y el exceso de biomasa en los montes.
Parece que estamos abocados a que esto pase. A raíz de los grandes incendios en México en 1998, Stephen J. Pyne escribió algo demoledor: “los incendios crean oportunidades” y “las reformas en el mundo de los incendios dependen del momento: requieren una crisis general, subrayada por el fuego, suficiente para asustar a la clase política, pero no dañándola de manera que paralice su capacidad de actuar”.
¿Hace falta otro verano como el de 1994 para que el Estado y las comunidades autónomas aborden de manera decisiva el riesgo de grandes y destructivos incendios forestales?
Desde Greenpeace creemos que no debemos resignarnos y esperar a que se abra esa “ventana de oportunidad política” en la que los responsables políticos se dan cuenta del problema y deciden cambiar políticas y tomar decisiones. Las consecuencias económicas de un verano como el de 1994 serán nuevamente incalculables; la reparación de infraestructuras y la restauración ambiental serán muy costosas. Pero la pérdida de vidas humanas no habrá forma de repararla.
Miguel Ángel Soto es Responsable de la campaña de Bosques
@NanquiSoto