Una reconocida actriz, una medallista olímpica, una bióloga marina experta en Ártico, un guía polar, un equipo de televisión, una periodista ambiental premiada por la ONU y un equipo de comunicación. Todos pusimos rumbo a las aguas heladas del lago Inari en Finlandia el pasado 7 de abril. Durante una semana nuestros ojos han sido los ojos de los millones de personas que quieren que este año se dé el primer paso en la protección real del Ártico.
La expedición partió de Madrid. Hasta allí llegaron la medallista olímpica Gemma Mengual procedente de Barcelona, la actriz Elena Anaya tras terminar dos días antes un rodaje en Londres, la periodista de Clarín, Marina Aizen, con el reloj aún marcando la hora de Argentina. En unas horas el asfalto de Madrid sería cambiado por las transparentes aguas heladas del lago Inari. Y lo haríamos con nuestros guías de la comunidad indígena Sami que nos han acompañado todo el viaje acercándonos a su cultura y a su tierra.
Empezamos con un viaje en el tiempo: recorremos las aguas heladas del lago Inari como lo hacía el pueblo Sami en sus orígenes trashumantes, en trineos de renos. Pero las diferencias entre el pasado y el presente se dejan ver pronto. El lago, que siempre estuvo helado durante la primavera, presenta trayectos difícilmente transitables. El agua deshelada hace que nos hundamos en el hielo. Ya la primera noche tenemos que cambiar los planes. Nuestra idea era dormir sobre el hielo, en la tienda tradicional sami, el lavvu. Pero los guías lo desaconsejan: “el lago no es seguro”. Así que tenemos que buscar un trozo de tierra sobre el que montar los lavvus. Constatamos en primera persona los datos que días antes publicaba la prensa de todo el mundo: según el Instituto de Meteorología de Finlandia, la temperatura media es este país ha aumentado más de 2 ºC en los últimos 166 años. Eso significa que las temperaturas en Finlandia están subiendo dos veces más rápido que en cualquier lugar del mundo.
El avance del deshielo
Los científicos lo advierten una y otra vez: el cambio climático avanza imparable. Y el Ártico es una de las zonas del planeta que más sufre sus consecuencias. En enero de 2015, la extensión de hielo ártico fue la tercera más baja en ese mes desde 1979. En los últimos 30 años se estima que se ha perdido el 75% del volumen de hielo marino de verano. Y las consecuencias de este deshielo las sufrimos todos. O casi todos. Porque para las grandes petroleras el deshielo significa nuevas rutas de navegación para poder extraer crudo donde nadie antes había podido llegar. El mismo petróleo que luego generará más cambio climático, más deshielo. Una ecuación peligrosa.
Los renos son miembros de mi familia
Y no solo los científicos constatan el cambio climático en el Ártico. Los Sami que llevan siglos en este territorio nos lo repiten durante toda la expedición. “Los inviernos son más cortos y ya no son tan duros; hay poco hielo y poca nieve”, nos cuenta el primer día del viaje Eric, sami y pastor de renos. Al día siguiente nos lo contará de nuevo su hermano Henry: “Ahora a lo máximo a lo que llegamos en los días más fríos es a 30 ó 40 grados bajo cero. Pero los mayores nos hablan de inviernos de hasta 50 grados bajo cero”. Mientras Henry pronuncia esta frase se protege de un fuerte sol con las manos. Nos encontramos en el pueblo finlandés de Utsjoki y tenemos unos diez grados de temperatura. Esa tarde llaman periodistas para entrevistar a Elena y a Gemma y les preguntan por el frío, pero el frío lo hemos dejado atrás en el camino; los últimos días de expedición no nos abandonará el sol.
“¿Qué es lo que estamos haciendo y qué podemos hacer para frenarlo? Nuestro planeta tiene vida, y dependemos de él. Y a su vez él está en nuestras manos... Y si el Ártico tiene fiebre lo tenemos que curar”. Esta petición venía de Gemma Mengual, impactada por los efectos tan evidentes del cambio climático en estas tierras de Finlandia.
Los Sami, el rostro del Ártico
Henry y Eric son la cara humana del Ártico. Y es que a pesar de las temperaturas extremas, el Ártico es el hogar de casi cuatro millones de personas. Hay cientos de grupos indígenas diferentes, con una extensa variedad lingüística y cultural. Las comunidades más relevantes son los Nenets y Komi (Rusia), Gwich’in (Canadá y Alaska), Inuit (Rusia, Alaska, Canadá y Groenlandia), Athabaskan (Canadá y Alaska), Aleut (Alaska y Rusia) y Sami (Noruega, Finlandia, Suecia y Rusia).
Los días que hemos pasado en Finlandia hemos tenido la oportunidad de convivir con los Sami, escuchar sus historias y sus canciones tradicionales (joijks) y constatar cómo tradición y modernidad se dan la mano en esta población indígena representada ya solo por cerca de 100.000 personas. Los Sami son el 5% de la población en Laponia, una región que se extiende por cuatro países: Noruega, Suecia, Finlandia y Rusia. Las comunidades Sami han subsistido en el entorno del lago Inari durante miles de años gracias a la pesca y al pastoreo de renos. Siglos de conocimiento les han permitido sobrevivir en un entorno tan extremo. Un dato que ilustra bien su forma de vida es que tienen más de 30 palabras diferentes para nombrar los distintos tipos de nieve y centenares de palabras para referirse a la compleja cría de renos, con las que describen la edad, el tamaño, el color de los animales, la forma de la cornamenta e incluso cómo caminan.
La especial relación de los Sami con los renos se nos muestra durante todo el viaje. Antes de subirnos a los trineos el pastor de mayor edad nos dice el nombre de cada uno de los renos que nos van a acompañar. Nos advierte de que son animales asustadizos y hay que tratarlos con suavidad. Durante la travesía veremos decenas de veces a este mismo pastor hablar susurrando a sus renos. En una de las ocasiones acerca sus manos a la cornamenta de uno de ellos y cierra los ojos mientras pronuncia unas palabras que nosotros no logramos entender. Cuando le preguntamos por lo que acaba de hacer nos dice que a ese reno la cornamenta no le está creciendo bien. Nos señala el color morado que asoma en los incipientes cuernos del reno. “Eso no es bueno, intento que se le corrija”. Sin duda una relación profunda forjada durante siglos.
Mientras tomamos un té en su casa, Henry nos intenta explicar la relación de los Sami con sus renos. Aunque nos dice, con una gran sonrisa, que no tiene claro si vamos a ser capaces de entenderle. “Criamos muchos renos y luego están los que conviven con nosotros. ¿Cómo os lo explico? Son como miembros de nuestra familia”. Henry nos sigue contando. Salió de su casa natal de Utsjoki para estudiar en la Universidad. Su padre era pastor de renos, su hermano quiso seguir la tradición, pero él prefería elegir otro camino. Se licenció en Turismo y Negocios. Y llegó el dilema: echaba mucho de menos su casa y su pueblo, pero quería ejercer su carrera. Así que decidió volver a su lugar de nacimiento para contribuir con todos los conocimientos aprendidos. Se unió a la empresa familiar, que pasó de ser una granja de renos a alojar cabañas para viajeros y organizar actividades para conocer la cultura y el lugar. Ahora Henry disfruta de lo que hace. “Este trabajo me permite ejercer mi profesión y mantener viva la cultura Sami, que está desapareciendo”.
En el océano Ártico
Tras los días intensos compartidos con los Sami ponemos rumbo a Noruega. Nos llevamos mucho. Nos llevamos la belleza del Ártico y la impactante imagen del lago Inari deshelándose antes de tiempo. Nos llevamos las tradiciones Sami, el legado de un pueblo orgulloso de su cultura, un pueblo combativo que no va a resignarse a desaparecer y que lucha por conservar su identidad. Han sido días intensos en los que hemos dormido poco y vivido mucho. Elena Anaya y Gemma Mengual han aprovechado cada minuto de parada del viaje para hablar con los medios: han entrado en directo en cada programa de radio de la mañana, en los informativos, en los magazines de la tarde. Gemma habla del Ártico en los programas deportivos, Elena escribe para una revista de cine. El Ártico se cuela a través de sus testimonios en todos los rincones de las casas. El mensaje que pide su protección recorre 6.000 kilómetros cada día a través de las redes sociales, de la televisión, de los medios online, de las radios, de las revistas. Y el contador de firmas para pedir la creación de la primera área marina en el océano ártico sigue subiendo. Primero 10.000 más, luego 20.000, 30.000. Son miles las personas que nos acompañan en este viaje. Y su apoyo traspasa las fronteras.
El destino final del viaje nos aguarda en el país vecino: Noruega. Desde este país accedemos al océano Ártico. En una lancha recorremos las aguas próximas al santuario que queremos proteger. Aquí sí que se siente el frío polar en el rostro que tiene que ir protegido. Solo nos descubrimos las caras al sujetar las pancartas con el lema “Salva el Ártico”. Estamos en las aguas del océano más desprotegido del planeta. Y estamos a semanas de poder lograr que un organismo de la ONU, Ospar, asegure la protección de cerca de un 10%, lo que equivaldría a la superficie de la mitad de España. A poca gente les suenan estas siglas y sin embargo son de vital importancia. El Convenio Ospar es el instrumento legislativo encargado de la protección del medio ambiente marino del Atlántico nordeste. Es el único convenio que puede establecer un área marina protegida en parte de las aguas internacionales de la zona central del océano Ártico. En este área marina quedaría prohibidas las prospecciones petrolíferas, la pesca industrial y el transporte marítimo. Sería el primer paso en el arduo camino de establecer finalmente un Santuario en el Ártico, similar al que ya logramos en la Antártida en 1991. Este santuario prohibiría la pesca industrial, la exploración para buscar o extraer hidrocarburos u otro tipo de mineral del lecho marino, no permitiría ningún tipo de actividad militar y obligaría a estrictos controles ambientales sobre todas las embarcaciones en la zona. La superficie propuesta para este santuario es de 2,8 millones de km2. Es aproximadamente el tamaño del mar Mediterráneo, pero una fracción diminuta en la inmensidad Ártico, que ocupa 14 millones de km2.
“Nunca pensé que haría un viaje a Laponia. Y mucho menos que lo haría acompañando a una expedición de Greenpeace para salvar el Ártico. Tampoco podía imaginarme que atravesaría, en trineo de renos, un enorme lago helado finlandés. Ni esperaba navegar por su mar (…). A veces la vida te sorprende y cumples de repente sueños que nunca imaginabas. Ahora sólo soñaré con que en junio seamos muchas las personas que apoyemos esta causa, muchos más de los 7 millones que ya la apoyan y que la ONU apruebe con el tratado de Ospar la creación del Santuario Artico. Porque conservar este océano es necesario para la vida de nuestro planeta. Y porque todos queremos seguir soñando.” Con este deseo se despedía Elena Anaya de la expedición ártica. Una expedición que quedará grabada en la memoria histórica del Ártico y que quizá dentro de años podamos recordarla como ese viaje a un Ártico que aún no estaba protegido.
En el parlamento Sami
“Soy joven y me han contando historias de largos y fríos inviernos, yo nunca los he vivido.Ahora los inviernos duran poco y los huevos de mariposa no se mueren y eso es malo, porque en verano los gusanos se comen las hojas de los árboles. El invierno protege nuestra naturaleza”. Así nos resume Tiina, presidenta del Parlamento Sami su experiencia sobre los impactos del cambio climático en la tierra Sami finlandesa. Nos recibe en nuestro tercer día de expedición, con prisas porque había dejado a su marido cuidando de su hijo pequeño y se tenía que ir a dar de comer a sus renos. Otro día más el Ártico nos recibía con una temperatura inusualmente cálida, sobre los -5 ºC y con un sol brillante que no nos dejó quitarnos las gafas de sol ni un minuto.
El Parlamento Sami es un edificio magnífico en el centro de Inari. Tiina nos enseña con orgullo en el hall de entrada los diferentes gorros tradicionales que llevan las mujeres Sami. Los gorros distinguen tu estado civil: soltera, casada, viuda... Nos cuenta Tiina que están trabajando para modificar esos gorros y que distingan también a la nueva mujer más allá de la soltera, la casada y la viuda. Ahora hay muchas mujeres divorciadas, subraya. Afortunadamente, la cultura Sami permite modificar su artesanía y cambiar sus trajes tradicionales. “Esto es bueno”, remata Tiina, “significa que nuestra cultura está viva”.
Tiina nos explica que ahora el calendario tradicional Sami (que tiene ocho estaciones) no se ajusta a las estaciones reales y vuelve a destacar lo que nos contaban los guías Sami: ahora los inviernos son más cortos.
Tanto Tiina como nosotros soñamos con un invierno que siga protegiendo la naturaleza.
Laura P. Picarzo
Directora de Comunicación de Greenpeace España
@laurapicarzo