Tras las peticiones masivas de los usuarios, los procesos se aceleraron y el Santander terminó su relación con APRIL
Cada vez sucede con más frecuencia que las grandes empresas cambian sus comportamientos poco éticos ante la reacción del público. Es un ejemplo del protagonismo que está adquiriendo la sociedad gracias a las redes sociales que le confiere un gran poder frente a gigantes económicos, nunca visto antes. Cada comentario en Facebook, cada vídeo compartido, cada tuit es como un pequeño empujón que sumados pueden derribar grandes muros. Es el poder de la gente y el medio ambiente cada vez se beneficia más de él.
Un ejemplo claro es el reciente caso del Banco Santander, la primera entidad bancaria española y la 14 del mundo. La entidad tiene una avanzada política de concesión de créditos para que estos no vayan dirigidos a actividades perjudiciales para el planeta, aunque en ocasiones eso se queda en papel mojado.
Recientemente, un informe de Greenpeace demostraba que el banco estaba financiando a una de las empresas más perjudiciales para los bosques de Indonesia, uno de los últimos pulmones del planeta. La papelera APRIL ha sido acusada de talar indiscriminadamente bosques tropicales de incalculable valor medioambiental para la fabricación de papel, a pesar de lo cual, había recibido créditos del banco español a un interés muy jugoso.
Las numerosas llamadas de Greenpeace para que el banco terminara su relación con la papelera estaban siendo inútiles y los bosques de Indonesia estaban sufriendo las consecuencias.
Estos bosques son uno de los lugares del planeta más amenazados por la deforestación, especialmente por parte del sector papelero y el del aceite de palma. Las comunidades locales se ven afectadas por esta actividad, ya que a menudo son desplazadas o sufren la violencia, lo mismo que especies animales como el orangután o el tigre de Sumatra, que han visto reducido su hábitat y sus poblaciones han sido diezmadas.
Las numerosas evidencias de que todo estaba sucediendo no parecían ser suficientes para que la entidad bancaria, saltándose sus propios criterios, siguiera financiando estas prácticas. Hasta que Greenpeace hizo el caso público y miles de personas de todo el mundo comenzaron a pedir al banco, a través de las redes sociales, que tuviera coherencia y dejara de financiar a APRIL.
Si bien el banco llevaba meses diciendo que había “implementado procesos para la identificación, análisis y evaluación de los riesgos ambientales y sociales asociados a las operaciones de crédito sujetas a las políticas del Grupo”, tras las peticiones masivas de los usuarios, los procesos se aceleraron, se puso fecha de caducidad a la relación con APRIL y el Santander anunció que no renovaría el crédito.
En ocasiones se escucha a algunas personas afirmar que solas no pueden cambiar nada, pero cada vez con mayor frecuencia estos actos colectivos de presión otorgan a la ciudadanía una gran capacidad para cambiar las cosas. Algo que supone una muy buena noticia para la propia ciudadanía, pero también, como en este caso, para los bosques.
La fábula del colibrí
Algo similar al caso de APRIL ocurrió con otras empresas en el pasado, como el grupo Nestlé, que se abastecía en parte de aceite de palma también procedente de Indonesia para la elaboración de sus productos. La presión popular tras una campaña de Greenpeace hizo cambiar las prácticas de la empresa y el caso es hoy objeto de estudio en numerosas escuelas de comunicación y negocios.
Más recientemente encontramos el caso del grupo textil Inditex, matriz de Zara. Greenpeace puso de manifiesto con una exhaustiva investigación que el grupo español se abastecía de proveedores que vertían inmensas cantidades de productos tóxicos para la fabricación de sus prendas. Los contactos con la empresa resultaron en vano hasta que el caso salió a la luz y miles de personas pidieron igualmente en todo el mundo un cambio.
Esta campaña, que se llamó “Detox” (descontaminación en inglés), provocó que la empresa pusiera en marcha un ambicioso plan que ha hecho que actualmente sea un referente mundial en la eliminación de productos químicos tóxicos en su cadena de producción.
Estos son solo algunos ejemplos de los cada vez más casos que demuestran que aquella fábula del colibrí, que con las gotas de agua que transportaba en su pico pretendía apagar un gran incendio, sean cada vez menos fábula y más realidad. Y todo, gracias a mucho trabajo y compromiso y a millones de simples clics que convierten pequeñas gotas de agua en grandes chorros capaces de apagar incendios cada vez más grandes.