A pesar de que apenas existe demanda en el mercado hay una fuerte presión por parte de la industria para que Japón no abandone la caza
Al final de la pasada reunión de la Comisión Ballenera Intencional (CBI), celebrada a mediados de septiembre en Eslovenia, muchos de los allí presentes miraron con asombro al representante de la delegación japonesa cuando afirmó que su país presentaría antes de fin de año un plan para volver a cazar cetáceos con fines “científicos” para 2015-2016.
Instantes antes, una mayoría de países había votado precisamente en contra de que los balleneros japoneses pudieran volver a las aguas del océano Antártico, por lo que interpretaron el airado anuncio del país asiático como un desafío a la voluntad de la mayoría. Por no hablar de la reciente orden del Tribunal de La Haya de prohibir que continuara con la caza al considerar que no quedaban justificados los fines científicos que alegaba.
Y es que habían pasado apenas seis meses desde que en marzo el Tribunal de Justicia Internacional prohibiera a la flota japonesa que continuara con las capturas, una decisión que Japón, aunque a regañadientes, había aceptado, por lo que sus estratagemas para esquivar la orden hicieron sonar todas las alarmas.
Desde 1986 existe una prohibición a la caza de ballenas que cumplen la mayoría de los países integrantes de la Comisión Ballenera Internacional, una organización que se encarga de regular la industria ballenera y que controla el estado de las poblaciones de cetáceos en todos los mares y océanos del planeta. Sin embargo, este veto a la caza contempla ciertas excepciones, entre las que se encuentra la caza con fines científicos, una excusa a la que Japón, un país en el que tradicionalmente la carne de ballena forma parte de la dieta tradicional de algunas regiones, se aferró para poder continuar abasteciendo a su población de la carne de este mamífero y que le ha permitido abatir a más de 10.000 ejemplares desde 1987.
“Nos tomamos muy en serio el anuncio de Japón porque, a pesar de que apenas existe demanda en el mercado, hay una fuerte presión por parte de la industria para que el país no abandone la caza”, afirma el experto en cetáceos de Greenpeace John Frizell.
Numerosos estudios apuntan a que Japón dispone de casi 5.000 toneladas de carne en cámaras frigoríficas debido la ausencia de una demanda por parte de los consumidores. Una información que corrobora una encuesta del Nippon Rearch Center, un prestigioso centro de estudios sociales del país asiático, que en 2012 halló que el 80% de la población japonesa se oponía a que su país siguiera cazando ballenas y que casi el 90% llevaba más de un año sin comprar su carne.
Para Frizell es esta ausencia de demanda es uno de los mejores aliados de las ballenas: “Existen otros países con flota ballenera, como Corea del Sur, que estarían encantados de retomar la caza, sin embargo no lo hacen porque saben que por el momento no hay mercado, por eso es importante no bajar la guardia ya que al anuncio de Japón se suman las decisiones de países como Islandia, que retomó la caza de ballenas en 2013 para abastecer a Japón, cuya flota tenía dificultades por el tsunami de 2011”.
Junto a Islandia, Noruega es otro de los pocos países que también cuenta con una flota ballenera activa, ya que, a pesar de pertenecer a la Comisión Ballenera Internacional, presentó una objeción a la moratoria de 1986 y cada año captura alrededor de medio millar de ejemplares, en buena medida también para exportar a Japón.
Cómo justificar la caza de ballenas
A la gran oposición social en los países cazadores, se suma la opinión de la mayoría de expertos que concluyen que sigue siendo necesaria la protección de las ballenas, ya que son necesarias para mantener el equilibrio de los océanos. Además muchas de ellas, como la ballena gris del Pacífico noroeste, la ballena franca del Atlántico noroeste o la ballena azul, el animal más grande del planeta, siguen amenazadas. Sin embargo, la actitud de países como Japón no ayuda a disipar los miedos de quienes temen un “efecto llamada” en otros países cuya industria sigue presionando para que sus flotas vuelvan a salir al mar.
“Japón solo ha tenido en cuenta métodos letales para sus fines científicos”, afirmó el profesor Marc Mangel de la Universidad de California ante el Tribunal de La Haya, quien recordó que existen numerosas alternativas inocuas para obtener información de las ballenas, que al ser cazadas sufren en exceso. Tanto es así, que en los años 50 el médico Harry D. Lillie afirmó que si las ballenas pudieran gritar, la industria ballenera desaparecería porque nadie sería capaz de aguantarlo.
Y mientras algunos países siguen empeñados en afilar sus arpones, todos los años las empresas que se dedican a la observación de cetáceos generan unos beneficios superiores a los 2.000 millones de euros en todo el mundo, y la cifra va en aumento. Puede que, curiosamente ahí esté su salvación de las ballenas, en otro sector industrial, pero uno que cobra para poder verlas vivas en el mar y no muertas en un plato.
Conrado García del Vado es responsable de Comunicación en Greenpeace España
@congdv