Lo que pasa en el Ártico, en el "refrigerador", afecta al resto del planeta
I. La preparación
-¿Al Ártico? ¿Al Polo Norte?
-Sí, para dar visibilidad…
-¡Vamos!
Me crié leyendo a Salgari y a Jack London. El simple concepto del viaje me apasiona, sobre todo, si hay un componente de aventura. ¿El Ártico? ¿Cuándo demonios iba yo a ir al Ártico, al mar de hielo, acercarme al Polo Norte en un rompehielos llamado Esperanza con amigos como Alberto Ammann y Álvaro Longoria, de la mano de gente experta y conocedora de su belleza, sus peligros y sus necesidades? ¿Y además para denunciar algo que nos afecta a todos y hacer cine documental al respecto?
Lo que pasa en el Ártico, en el “refrigerador”, afecta al resto del planeta. El deshielo es un fenómeno indiscutible y constatable, y la responsabilidad humana, parcial o total, también. Al margen de la destrucción de ese hábitat, su fauna y flora, el deshielo acelera el calentamiento global con consecuencias directas sobre todos nosotros. Intentaremos compartir con vosotros lo que aprendamos en estos días.
Y ahora os dejo. Abro mi armario –nuestros armarios nos resumen– y me doy cuenta de mi amor por el mar y el calor. ¡Ni unos miserables guantes de esquí! Toca echarse a la calle en Madrid y en agosto a equiparse para ir al Polo Norte. La cosa pinta surrealista y calurosa. Me encanta.
Al deshelarse, el Ártico cambia la salinidad del océano
II. ¡Listos!
Aunque sea una actividad surrealista y calurosa, descubro con ingenua sorpresa que equiparse para ir al Ártico en pleno ferragosto madrileño es sorprendentemente fácil. ¿Tanto viajero polar hay? De pronto imagino el Ártico lleno de turistas, cada uno llevándose fotos y trozos de hielo. Sacudo la cabeza y me digo que no, que afortunadamente el Ártico sigue siendo ese gran espacio virgen que nos ayuda a todos a seguir vivos sobre el planeta. O al menos vivos como hasta ahora.
Los buenos viajes comienzan siempre en los libros. Leer ayudar a completar informaciones y rellenar lagunas. “¿Cómo, no hay pingüinos en el Ártico?” Pues no. Hay osos polares, morsas, focas, perros, líquenes, zooplancton y fitoplancton para unas doce especies de cetáceos. Y hay Inuits, esquimales, pero no hay pingüinos.
Así que lees, fantaseas con lo que verás y la gente a la que conocerás y cargas sudando un montón de prendas térmicas pensando que más vale que sobre que echarlo de menos allí. Lecturas y practicidad, bagaje necesario en todo buen explorador.
“¡Qué calor hace!” Sí, hace calor. Los climas parecen extremarse, ¿no? Y el Ártico al deshelarse tiene parte en ello. ¿Nunca os habéis preguntado por qué Lisboa es tan templada si solo está dos grados al sur de la gélida, en invierno, Nueva York? Pues porque recibe la corriente cálida del Golfo. Al deshelarse, el Ártico cambia la salinidad del océano lo que altera los flujos de la corrientes y el clima de todo el planeta. Avisados estamos, nuestros climas y las actividades vitales y económicas a ellos asociadas pueden estar cambiando ya. Y a un ritmo increíblemente rápido.
III. Svalbard y el “Esperanza”
La tecnología nos permite hoy madrugar en Madrid y llegar Svalbard a tiempo de cenar en el “Esperanza”, uno de los barcos de Greenpeace, antiguo rompehielos matriculado en Amsterdam. Un viaje largo y fatigoso según los estándares actuales. Una fruslería comparado con los esfuerzos que sufrían los exploradores árticos, aquellos locos que por orgullo personal o nacional, vagaban durante meses por una geografía helada e inmisericorde. Hombres que intentaban plantar su bandera, hacerse con un trozo de ese infinito blanco para sus gobiernos y con un trozo de gloria para ellos.
Ese es uno de los principales problemas políticos para preservar el Ártico, que se han repartido varios países y por tanto varias codicias. Convertirlo en un santuario de y para la Humanidad, salvarlo de la explotación cortoplacista de los gobiernos (el deshielo permite acometer prospecciones petrolíferas cada vez más adentro del círculo polar y cada incremento de la actividad prospectiva contribuye a generar más deshielo) es la demanda de fondo, la más importante, en esta campaña ártica de Greenpeace.
Al subir al Esperanza en seguida sientes la fuerza de la mística del mar, de los navegantes. A falta de una presentación más formal que se hará mañana, con todos más descansados, vamos conociendo a algunos miembros de la tripulación. Todos gente joven, comprometida, y todos de distintas procedencias –hay más diez nacionalidades en la tripulación– que dan a esa lingüa franca que es el inglés una variedad de acentos pasmosa.
Pero todos nos entendemos, todos de una forma u otra estamos aquí por lo mismo. Y de pronto me descubro pensando que estas mujeres y hombres de Greenpeace están aquí luchando por todos nosotros, corriendo una carrera contra el tiempo por poner las banderas de la humanidad y la cordura en lo que queda del gran desierto blanco. Nos va a todos mucho.
Así que ahora mientras el sonido de las maquinas me arrulla en nuestra singladura hacia el norte, hacia los límites del hielo, me digo que soy un privilegiado, que estoy compartiendo barco y empresa con los verdaderos exploradores y aventureros de hoy en día. La gente que ha consagrado su vida y, en algunos casos, su libertad en proteger este planeta, del único y gran enemigo: la mentalidad cortoplacista y rapaz de gobiernos y corporaciones petroleras, la que destruye por igual a personas y medio ambiente. Al final todas las luchas son la misma lucha y estos guerreros combaten el discurso único coartada de todos los saqueos.
IV. ¡Hielo!
La proa del Esperanza rompe suavemente unas aguas oscuras, gélidas y profundas, siempre rumbo norte en busca de esos márgenes cambiantes del hielo marítimo. En el puente la carta náutica nos dice que nos deslizamos sobre 3.000 metros de profundidad. Hay una extraña belleza en el paisaje neblinoso que nos rodea, fundiendo mar y cielo en un velo de grises infinitos, rasgado cada tanto por el vuelo de gaviotas o el surtidor lejano de una ballena.
Según el barco avanza, una línea blanca, se forma en el horizonte, cada vez más clara, cada vez más cerca, cada vez más grande. Ya antes de llegar a ese limite diáfano entre mar y hielo, nos cruzamos con trozos cada vez más grande y empiezan los matices. En esos bloques van del blanco más blanco a un azul purísimo, casi eléctrico.
De repente me doy cuenta de que el Esperanza está definitivamente rodeado de enormes placas de hielo a proa y popa, a babor y estribor. Guaus se suceden de proa a popa. La vista de un mar de hielo infinito sobrecoge y fascina. Algunos nos colocamos a proa con las cámaras y nos quedamos sin palabras. Es impresionante.
Pasamos varias horas adentrándonos en el hielo, sintiendo en la poca piel al descubierto cómo, pese a marcar el termómetro unos veraniegos 2 ºC, la sensación térmica es de -15. La noción de estar asistiendo a algo único no se desvanece según pasan las horas y seguimos avanzando en el hielo. Va a más. Me digo que mirar pasar el hielo tiene algo que ver con mirar el fuego, nunca te cansa, siempre ves algo nuevo en las variables formas de las llamas o los témpanos.
Estoy sin palabras, emocionado de verdad. Agradecido a Greenpeace por haberme invitado a vivir esto. Sonrío, me siento feliz, testigo de algo único. Súbitamente triste cuando recuerdo que, con toda probabilidad, este hielo desaparezca del todo en algunos días del verano ártico en la próxima década. Y al no mantenerse como base del nuevo hielo invernal, este será cada vez menor y más delgado. Tristeza e indignación, no es justo, no es justo que futuras generaciones no puedan ver esto más que en grabaciones antiguas. No es justo que no reaccionemos, ahora o nunca, y convirtamos el Ártico en un Santuario ecológico para toda la humanidad.
V. Tan bello que duele…
El Esperanza se despierta rodeado literalmente de hielo, el que ayer atravesábamos se ha multiplicado testarudo hasta el infinito. La noche ha sido movida. A la 1:30 de la madrugada de esta noche sin oscuridad y luz perpetua, una voz ha recorrido el barco. “¡Osos! ¡Osos polares!”
La gente de guardia en el puente ha descubierto tres hermosos ejemplares apenas a 20 metros del casco. Salidos de la niebla, tres fantasmas increíblemente bellos. Enseguida nos cuentan que son una madre y sus dos cachorros, ya bastante crecidos. El oso polar es la cumbre de la cadena trófica en el Ártico, un depredador sin rival y por tanto un animal que no teme a nadie. Los tres osos se acercan, olisquean y desaparecen tan rápido como llegaron. Un depredador feroz y, corrijo, con un único y despiadado enemigo: el deshielo de su hábitat, la destrucción del Ártico.
En el Esperanza se toca diana a las 7:·30 y hasta las 8:00 se desayuna, luego tripulación e invitados acometen las tareas de limpieza. Mientras barremos y fregamos los espacios asignados todos hablamos de la visita de los osos. A las 9:00 hay una reunión en nos explican el Esperanza tratará de fijarse a la llanura de hielo para que podamos bajar. No es una operación estándar de desembarco y nos piden máxima colaboración y concentración. No deja de ser un terreno nuevo y hostil para la mayoría. No se anda igual en el desierto o en la jungla que en el hielo ártico. Pronto lo vamos a descubrir.
“Atención a dónde pisáis, que sea siempre sobre el hielo más blanco. Si el hielo se rompe y caéis al agua tendremos serios problemas para rescataros”.
Con los “trajes secos”, muy gruesos con cierre hermético, y capas y capas de aislante térmico, engorrosos de poner, “tendríamos unos diez minutos antes de que sufrierais un paro cardiaco por hipotermia y…”
“¿Y sin traje?”
“De dos a tres minutos. Fijaos donde ponéis los pies”, prosigue nuestro guía y experto en osos polares Jesper.
Pronto estamos en la cubierta de desembarco, embutidos en nuestros trajes casi espaciales. Ansiosos. Excitados como niños en la noche de Reyes. Por fin nos autorizan a bajar y en un instante nos convertimos en seres inseguros y dubitativos. Alguien da su primer paso y su pierna se hunde hasta la rodilla en un agujero de agua helada. Avanzar es tremendamente fatigoso pues no hay suelo propiamente dicho, sino hoyos, nieve, pozas traicioneras.
Pronto Jesper nos indica hacer un alto. Estamos en un muy buen lugar para filmar y fotografiar. Nos detenemos y miramos alrededor. ¡Dios mío, es tan bello que duele! Personalmente diré que es el paisaje más hermoso y sobrecogedor que he tenido la suerte de visitar en mi vida. El gran desierto blanco, el mar de hielo, la antesala del Polo Norte. Tengo ganas de gritar, de reír, todos nos miramos admirados y nos faltan las palabras para describir lo que sentimos. ¡Tan bello que duele, duele, duele! ¡Esto no puede desaparecer, no puede ser!
¡Son diamantes flotando! Esa es la imagen que me viene a la cabeza al ver cientos, miles de trozos de hielo
VI. Diamantes flotando
Te despiertas con sueño y te desperezas entre saludos: el económico “morning!”, nuestro “¡buenos días!” en al menos tres o cuatro acentos, un “bom dia!” paulista, un “buon giorno!” muy napolitano… Entre tazas de café, té, sándwiches y risas te espabilas del todo. Cuando acaba el desayuno ya estás recibiendo las primeras instrucciones del día.
“…Intentaremos aproximarnos lo máximo posible al glaciar para facilitar la filmación. El objetivo es documentar el estado del glaciar y registrar la mayor cantidad de fauna posible. Con suerte, algún oso polar”.
Saltamos a las lanchas por una escala, ayudándonos de cabos. Una vez todos a bordo, las motoras enfilan hacia la costa. Por el camino nos explican cosas de los glaciares, y de las aves que nos cruzamos y nos acompañan, curiosas.
Como viene sucediéndonos en toda la expedición, a medida que nos acercamos al frente del glaciar se callan las voces. Estamos boquiabiertos ante esa pared de hielo encajada entre montañas, un muro en el que conviven todos los tonos posibles de blanco y azul, veteado por depósitos sedimentarios que trazan caprichosas líneas negras o jirones marrones. Las motoras reducen la velocidad al mínimo y un marinero advierte al piloto de los trozos de hielo en el agua más grandes, los que han de esquivar.
¡Son diamantes flotando! Esa es la imagen que me viene a la cabeza al ver cientos, miles de trozos de hielo, de todos los tamaños, flotando sobre la superficie en calma del mar, un espejo plateado en el que invertidas se reflejan las montañas y el glaciar.
Tatiana Nuño, responsable de la campaña de Greenpeace, nos explica que los glaciares están sufriendo muchísimo por el calentamiento global, que son hielo continental y al fundirse sí que contribuyen directamente a la subida del nivel del mar, de ese mar que ya amenaza las islas de Bocas del Toro o a las Maldivas y que, de no poner freno al consumo de combustibles fósiles, lo hará con nuestras costas. Con todas las costas del planeta.
No vimos ningún oso pero para compensar, en la vuelta al Esperanza, una orca nos observó curiosa durante unos metros y una bandada de frailecillos nos acompañó un buen trecho. Pese a la protección en el camino de vuelta experimento por primera vez el frío, un frío en los pies que muerde como un perro, un frío que hiere. Pero no es nada comparado con el frío que sentimos todos a leer que el ministro de Industria ha dado permiso a Repsol para iniciar las prospecciones en Canarias. De nada valen los argumentos ecológicos, sociales e incluso emocionales de mucha gente –el pueblo y el Gobierno canario se han opuesto a estas prospecciones– frente a la ambición de petroleras y políticos.
VII. Adiós, Longyearbyen…
Nunca he sufrido el mal de tierra, ese mareo que afecta a veces a quienes desembarcan tras días de navegación. Una especie de mareo que ataca precisamente cuando todo deja de moverse. Pero tras dejar el Esperanza y su tripulación, al llegar al puerto de Longyearbyen, tras dejar atrás hielos y glaciares, al poner el pie en tierra, sí siento una especie de vértigo, de intima satisfacción, de agradecimiento a la gente de Greenpeace España por su invitación pero, sobre todo, por su lucha.
Sé que he tenido la oportunidad de recorrer paisajes únicos, extremos en sus condiciones de acceso y habitabilidad pero aún más radicales en su belleza. He podido ver los efectos del deshielo. Si este regulador del planeta es conmovedoramente bello todavía, ¿cómo sería antes de ser reducido a una cuarta parte de lo que era? Sí, el Ártico, el ecosistema perfecto, feroz y delicado, que regula gran parte del clima de la Tierra a través de corrientes marinas y atmosféricas ¡ha perdido tres cuartas partes de su volumen de hielo en los últimos treinta años!
El cortoplacismo rapaz que empuja a seguir quemando combustibles fósiles, a seguir perforando en busca de petróleo, no tiene ningún sentido salvo enriquecer más a unos cuantos ya muy ricos. ¿Qué catástrofe hará falta para que se fomente y se desarrolle al máximo, en el siglo XXI, el uso de energías renovables? La tecnología ya la tenemos. El problema es que quemar gasolina, vender coches y tener los aparatos y electrodomésticos a todo trapo sigue siendo un gran negocio para algunos. Hay que replantearlo todo.
El Ártico se derrite y con él muchas de nuestras posibilidades como especie. Es hora de unirnos intentar salvar el medio ambiente de la codicia de unos pocos. Salvar el planeta es salvarnos a nosotros y los que vendrán tras nosotros. No seamos estúpidos. El enemigo está claramente identificado. Es ahora o nunca.
Carlos Bardem