Magazine / diciembre 2013

El precio de defender el Ártico

© Dmitri Sharomov / Greenpeace

Flashes, abrazos, risas, besos… La puerta de la prisión de San Petersburgo se abre y sale Colin, más delgado y visiblemente cansado, pero con una sonrisa en la boca. Tras 71 días puede volver a ver el cielo, a saborear la libertad, aunque sea bajo fianza. Es el último de los denominados 30 del Ártico en abandonar la prisión en la que han permanecido desde el 24 de septiembre por defender el Ártico pacíficamente. Todavía perduran los graves cargos y la incertidumbre sobre su futuro y el de sus compañeros permanece. Pero hoy, por fin, puede reunirse con ellos. “Siempre tarde”, bromea Dima Litvinov, otro de los detenidos. Se funden en un abrazo.

Colin Russell, australiano de 59 años, amante del mar y de las telecomunicaciones, es el radio operador del barco de Greenpeace Arctic Sunrise (“Amanecer Ártico”, en inglés). Su vida, como la de sus 29 compañeros, se detuvo hace más de dos meses cuando fueron encarcelados por una acción pacífica para pedir la protección del Ártico. Disparados, abordados y encarcelados. Estos 30 hombres y mujeres (28 activistas, un cámara y un fotógrafo independientes) han pasado más de dos meses en una prisión rusa, expuestos al frío, al aislamiento, a la incertidumbre. Más de dos meses de injusticia, de una sinrazón que (a pesar de la libertad bajo fianza recientemente otorgada) no ha terminado. Los graves cargos siguen pendientes y la amenaza de largos años de cárcel también.

Asalto al “Amanecer”
“Aterrizaron con su helicóptero en nuestro barco y lo tomaron a punta de pistola.”

Todo comenzó el 18 de septiembre, en el mar de Pechora, aguas internacionales. Con las primeras luces del día, un grupo de activistas de Greenpeace procedentes del Arctic Sunrise pone rumbo a la megaplataforma Prirazlómnaya, propiedad de la empresa rusa Gazprom, una inmensa mole roja de más de 100.000 toneladas dispuesta a perforar el frágil y valioso Ártico en busca de petróleo.

Prirazlómnaya es una vieja conocida de Greenpeace: en 2012 activistas de la organización ecologista ya se encaramaron a ella. Entre ellos. estaba la finlandesa Sini Saarela, una de los 30 del Ártico (Arctic30), quien entonces  aseguró, casi premoritoriamente: “Podéis intentar pararnos con agua helada, pero no nos vais a detener, porque sabemos lo importante que es evitar la extracción de petróleo para el frágil medio ambiente del Ártico. La naturaleza de la región no va a sobrevivir los vertidos de petróleo”.

Tres lanchas de la organización se aproximan veloces al gigante de hierro, dos escaladores, Sini y el suizo Marco Weber, intentan subir por sus paredes para desplegar una pancarta contra la explotación petrolífera en un ecosistema tan delicado como es el Ártico y para pedir su protección. En un momento todo se descontrola. Fuertes chorros de agua son arrojados contra los activistas mientras intentan cortar sus cabos. Les disparan. La aparición de la Guardia Costera rusa viene seguida de más disparos, de amenazas con cuchillos, embestidas de las lanchas, gritos y confusión. Los dos escaladores caen al agua, donde son arrestados por las autoridades rusas. Ahí terminó la protesta pacífica de Greenpeace, pero lo peor aún estaba por venir.

En el puente del Arctic Sunrise, Dima Litvinov, con gesto serio, de preocupación, escucha cómo las autoridades rusas le anuncian que van a “parar su barco usando armas”. Dima responde sin perder la calma: “Les pido que no lo hagan, esto pondría en riesgo a la tripulación. No es solo una cuestión legal, es una cuestión de su conciencia”. Como respuesta, el barco ruso dispara tres cañonazos.

Al día siguiente, el 19 de septiembre, se produce la detención del barco y de todas las personas a bordo. Una parte de la tripulación, que se ha congregado en cubierta, observa estupefacta, con los brazos en alto, las hélices del helicóptero de las Fuerzas Especiales rusas sobre sus cabezas. De él descienden 16 hombres encapuchados, armados, que les encañonan.

La cuenta de Twitter del barco relataba en directo el momento del abordaje: “Creemos que la Guardia Costera nos está abordando”. A través de su relato, el mundo pudo conocer, al instante, los hechos. “Autoridades rusas armadas a bordo. Están irrumpiendo ahora en la sala de telecomunicaciones. Fuertes golpes. Gritos en ruso”.

A través de las imágenes del abordaje y del relato de sus protagonistas, se han podido reconstruir esas tensas horas y los días que le precedieron. “Aterrizaron con su helicóptero en nuestro barco y lo tomaron a punta de pistola. Debo admitir que fue un momento verdaderamente aterrador y surrealista, parecía sacado de una película de acción”, explicaba el marinero Alexandre Paul.

Sin identificarse, sin ninguna explicación, rodearon a la tripulación y la congregaron en el comedor, mientras requisaban todo tipo de objetos de los camarotes (portátiles, móviles, cámaras, etc). “Vivimos cinco días de violencia: estuvieron todo el tiempo armados”, asegura el oficial argentino Hernán Pérez Orsi.

Encarcelados por defender el Ártico

El barco fue remolcado hasta tierra. Una vez en puerto, en Múrmansk, fueron interrogados en los tribunales, que establecieron prisión preventiva de dos meses para todos ellos. Unos días después se les acusaba formalmente de piratería, un cargo que supone hasta 15 años de cárcel. Ahí comenzaron más de dos meses de pesadilla, primero en las frías cárceles de Múrmansk, luego en San Petersburgo.

La holandesa Faiza Oulahsen, de 26 años, describía desde su celda la sensación de desasosiego ante esta situación.  “Dos meses en una celda es una cosa, pero ¿después de eso? ¿Qué viene después? ¿Una sentencia de meses o años en un caso basado en mentiras? Todo es completamente arbitrario. Nada es seguro. No tengo idea de cómo va a terminar todo esto, ni cuánto tiempo va a llevar. La incertidumbre me está volviendo loca”.
Todo un barco, 30 personas, de 18 nacionalidades distintas, encerrados. Desde el capitán, el legendario Peter Wilcox, que estuvo  al frente del primer Rainbow Warrior cuando fue hundido por los servicios secretos franceses; hasta el ayudante de cocina. Todos, la médica a bordo, mecánicos, responsables de campaña, activistas, todos fueron enviados a prisión.
Entre ellos estaban también el británico Kieron Bryan y el ruso Denis Sinyakov, cámara y fotógrafo independientes. Ambos estaban documentando la labor de Greenpeace como parte de su misión fundamental de ser testigo, de ser los ojos de aquello que no se ve. Infinidad de asociaciones y compañeros de profesión pidieron la libertad de los periodistas detenidos. Fue en vano. Denis declaró ante el tribunal: “La actividad de la que se me acusa se llama periodismo. Voy a seguir ejerciéndolo”.

Dificultades, frío y aislamiento

Las condiciones en la prisión no fueron fáciles. El cámara británico Kieron Bryan, de 29 años de edad, escribía en una carta al Sunday Times, que pasaba “23 horas al día en una celda de 32 m2 nada más que con un libro (...) y mis pensamientos, junto a un detenido que habla ruso”.

Aislamiento, incapacidad de comunicarse, sensación de soledad… Para luchar contra esto, la británica Alexandra Harris, responsable de comunicación, relata cómo los detenidos se comunicaban entre sí a través de golpes en un tubo de calefacción que recorría todo el edificio. “Aunque no podíamos vernos, era como si estuviéramos juntos”. Harris, en una de sus cartas, describe que utilizaba la pared conjunta con su amiga la argentina Camila Speziale, la más joven de los detenidos, de solo 21 años, para comunicarse con ella y darse ánimos a través de la música. “Damos toques en la pared al ritmo de la música. Por ejemplo, ‘No woman, no cry’ de Bob Marley. Realmente espero que todo vaya bien. Como me dijo Ana Paula, no se puede renunciar a la esperanza, que es lo único que tenemos”.

Lentamente, van pasando los días. Las apelaciones de libertad bajo fianza son rechazadas una a una. Declaran en celdas, y entre los barrotes se pueden leer escritos en papeles, en pancartas, sobre sus manos, brazos o su ropa un mismo mensaje: “Libertad para los 30 del Ártico” y “Salva el Ártico”.

Se sustituye la acusación de piratería (que el propio presidente Putin había negado) por una de vandalismo, que supone hasta siete años de cárcel pero que implica mayor posibilidad de condena. Sin embargo, la de piratería aún no se ha retirado formalmente.
El 11 de noviembre, entre fuertes medidas de seguridad y secretismo, los 30 detenidos eran trasladados a San Petersburgo en un tren prisión y repartidos en distintos penales de la ciudad.

Durante todo este tiempo, los apoyos internacionales, a todos los niveles, se suceden ininterrumpidamente, junto con movilizaciones en todos los puntos del planeta. Líderes mundiales como la presidenta de Brasil Dilma Roussef, la canciller alemana Angela Merkel, el primer ministro británico David Cameron, el presidente francés François Hollande o la política estadounidense Hillary Clinton expresaron su preocupación por la suerte de los prisioneros. Trece ganadores del Premio Nobel de la Paz, como el arzobispo Desmond Tutu, Aung San Suu Kyi o Lech Walesa también, se solidarizaron con los detenidos. El mismo Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, hizo un llamamiento a Rusia para pedir que mostrara indulgencia.

Futuro incierto

“Pude sentir el apoyo mundial, pero no lo pude ver. Por lo que me llegaba, por lo que me contaban... pero estoy muy muy agradecida. Nunca me va a alcanzar para poder agradecerles todo lo que hicieron por nosotros. De todas maneras, esto no terminó acá. Los cargos siguen vigentes”, explica Camila desde San Petersburgo, ya fuera de prisión. “Sigan luchando por nosotros. Ustedes saben que somos totalmente inocentes”.

Desde el pasado 18 de noviembre, con cuenta gotas, los 30 del Ártico fueron saliendo, uno por uno, de prisión. El tribunal de San Petersburgo les otorgó la libertad bajo fianza de 45.000 euros cada uno. Pero esto no ha terminado aún. El Comité de Investigación ha pedido tres meses más para seguir con sus “pesquisas”. El futuro sigue siendo incierto para los 30 del Ártico. No hay fechas, no hay nada claro. Ni siquiera se sabe (en el momento en el que se redacta este artículo) si podrán salir de Rusia, regresar a sus hogares o deberán permanecer en el país.

“Es salir a la calle y sentir que esto no es real y tener miedo en todo momento”, comenta Camila sobre el hecho de desconocer qué va a ocurrir con ellos. “Todo sigue en un limbo”.
Ahora puede pasar cualquier cosa, que Rusia acate la decisión del Tribunal Internacional de Derecho del Mar (que el 22 de noviembre, en respuesta a la demanda interpuesta por Holanda, país bandera del Arctic Sunrise, falló a favor de los activistas y ordenó a Rusia su liberación y la del buque), que permanezcan un año y medio sin juicio, que se haga justicia y queden completamente libres…

Ante la pregunta de los periodistas, aún en la puerta del tribunal, con la libertad recién recuperada y una imborrable sonrisa en su rostro, Sini no lo duda: “Para salvar el Ártico, todo merece la pena”.

Marco Paolo Weber
LAS CONSECUENCIAS DEL ACTIVISMO

Este caso no es la única ocasión en la que se ha intentado acallar a Greenpeace a cualquier precio. Ya lo intentaron antes y (probablemente) lo volverán a hacer. Lo intentó Francia cuando colocó dos bombas en el primer Rainbow Warrior (“Guerrero del Arcoíris”, en inglés), atentado en el que falleció el fotógrafo Fernando Pereira; Japón cuando encarceló a Junichi Sato y Toru Suzuki por sacar a la luz una gran escándalo de corrupción en la industria ballenera; o Brasil con la constante persecución a Paulo Adario para que cesase en su defensa de la Amazonia. También en Copenhague, cuando encarcelaron durante más de 20 días a cuatro activistas (entre ellos el entonces director de Greenpeace España, Juan López de Uralde). Han hundido, retenido, atacado y abordado sus barcos. Son incontables los activistas de Greenpeace que han sido detenidos, las intimidaciones, multas o amenazas. Pero, tal y como aseguran los 30 del Ártico, “no se puede hundir un Arcoíris y no se puede atrapar un Amanecer”.

Movilizaciones mundiales
MOVILIZACIONES MUNDIALES

Desde el Tíbet hasta Nueva Zelanda, de Hong Kong a Berlín, pasando por Moscú, México, Londres, Roma, Buenos Aires y un larguísimo etcétera. Durante más de dos meses, Greenpeace ha pedido de forma incansable, en los cinco continentes, la libertad de los Arctic30. Para ello no hemos dudado en escalar la Torre Eifel, poner pancartas en el monte Everest, hacer vigilias de más de 71 días, proyectar en lugares emblemáticos, organizar conciertos, marchas… Hemos acudido a embajadas, monumentos, sedes y oficinas de Gazprom y Shell, museos, eventos deportivos.  Más de 860 actos en total, en 46 países y en más de 150 ciudades, a los que se han unido más de 50.000 personas alrededor del mundo.  A estas movilizaciones, hay que sumar la petición multitudinaria de puesta en libertad a través de internet, que ha sumado más de dos millones de firmas y que continúa creciendo cada día.

Marta San RománMarta San Román es responsable de Comunicación en Greenpeace España. @martasrs

APOYOS

“Estas 30 personas están en prisión en Rusia por una protesta pacífica en el Ártico. Haz que se escuche tu voz. Llevémosles a casa”, son las palabras de Madonna pidiendo la libertad de los 30 del Ártico. Su apoyo se une al de Sir Paul McCartney, que escribió una carta personal a Vladimir Putin; a Jude Law, que acudió a varias de las concentraciones en Londres; al cantante de Blur, Damon Albarn, que empezó uno de sus conciertos mostrando una pancarta con la cara de uno de los activistas y pidiendo su libertad; a la actriz francesa Marion Cotillard, que se “encerró” en París en una jaula. Pero no han sido los únicos: Ewan McGregor, Juliette Lewis, Ricky Martin, Eduard Norton, Bono, Gael García Bernal, Ricardo Darín, Darryl Hannah… La lista es interminable y en ella destacan numerosas figuras españolas, como Alejandro Sanz, Pedro Almodóvar, Miguel Bosé, Ismael Serrano, David Trueba o Joan Manuel Serrat.