Estamos a primeros de mayo y el sol quema en la cubierta del Arctic Sunrise, amarrado en el puerto de Barcelona. El barco de Greenpeace partió a mediados de marzo de Rumanía, en un viaje que luego le llevó por Bulgaria, Grecia, Croacia e Italia. Después de España iría a Francia para terminar en Londres. Siempre con el mismo objetivo: apoyar la pesca sostenible.
“Es necesario que los políticos hagan normas coherentes”. Enric, pescador de Sitges.
Sentado en el barco a babor, Enric, un pescador de Sitges, responde pacientemente a mis preguntas y no se queja del calor que está pasando. “Nosotros usamos redes fijas, capturamos pocos peces y no dañamos los fondos, cuando quitamos la red todo queda como estaba. Esto”, me explica, “es la madre del cordero, el principal problema de la pesca: el debate entre quienes pescan pensando solo en hoy y quienes lo hacen pensando en el mañana”.
Enric dice que la solución para garantizar que mañana haya pescado en los mostradores es la pesca artesanal y sostenible: “Somos el 80% de los pescadores en Europa pero no recibimos el apoyo de las políticas pesqueras”. Él conoce casi todo sobre este oficio, que practicó desde muy joven. Ahora ya está jubilado pero todavía mantiene la agilidad y la templanza propia de los jóvenes pescadores. También conserva una buena colección de cayos en las manos fruto de años de duro trabajo. Enric prefiere no señalar a los culpables, o si dice algo pide que no se publique. Hay miedo, incluso entre los pescadores jubilados que ya no tienen por qué temer que les hundan o les quemen el barco. Queda mucho por hacer y hay nerviosismo en el sector, y también en el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medioambiente.
A primeros de mayo, Enric no sabía que su lucha y la de otros miles de compañeros pescadores tendría recompensa en forma de Política Pesquera Común unas semanas más tarde. “Es necesario que los políticos hagan normas coherentes”, dijo casi sin esperanza, como si no esperara nada de unos señores trajeados que viajan en lujosos coches con chófer y que ahora tienen la labor de apuntalar una normativa que es una victoria para todos, pero sobre todo para los océanos.
Mano a mano con los pescadores
Pero el camino de quienes han logrado esta victoria para los océanos no ha sido sencillo. Miles de pescadores y sus familias han luchado durante décadas para conseguirlo. También lo ha hecho Greenpeace, que con este viaje quiso dar un último empujón tras años de campaña para lograr una Política Pesquera Común justa con los océanos y con los pescadores que viven de ellos.
Los pescadores reconocen que les faltan medios para hacer oír su voz y mostrar su unidad. Suelen ser autónomos con muchas limitaciones, para los que es imposible hacer lobby, como hace la industria en Bruselas. Greenpeace ha querido ayudarles con este viaje a hacerles más visibles. Cuando el Arctic Sunrise llega a un nuevo país, a bordo viaja un pescador artesanal del país que acaba de dejar, quien entrega a sus compañeros anfitriones una lámpara que representa la llama que les une a todos, “la llama de la esperanza”, dice el capitán del Arctic Sunrise, el argentino Daniel Rizzoti.
En todos los puertos se recogen miles de barquitos de papel con firmas de apoyo de los ciudadanos, que luego se llevaron a Bruselas, y se celebran reuniones en la bodega del barco entre pescadores, políticos y científicos. “Yo de pesca no tengo ni idea” reconoce en un arrebato de sinceridad un político en Barcelona mientras los pescadores, le miran y sonríen meneando la cabeza afirmativamente. “Sin embargo, esto es lo que a menudo nos pasa a los políticos, que tenemos que legislar sobre temas que no conocemos, por eso me alegro de estar aquí y conocer vuestros problemas”. “Esa es la realidad”, me dice un pescador al oído.
De puerto en puerto
“Transmitir a la ciudadanía este problema que sufren los océanos y los pescadores artesanales es muy difícil”, comenta Celia Ojeda, responsable de la campaña de Océanos de Greenpeace. “La mejor forma de explicarle a la gente que Greenpeace apoya a los pescadores sostenibles porque ellos usan técnicas de pesca menos agresivas para los océanos es venir aquí”, añade Ojeda mientras señala con su dedo índice al muelle del puerto de Dénia, en Alicante, segunda etapa del barco de Greenpeace.
Frente al Arctic Sunrise, al igual que ocurriera en Barcelona, se han formado largas colas para poder visitar el barco, un antiguo rompehielos usado para la caza de focas reciclado ahora en barco ecologista. La visita guiada incluye la explicación de la campaña que se está llevando a cabo de puerto en puerto. La gente aplaude cuando termina la proyección del vídeo con el que concluye la visita.
La escena se sucede una y otra vez a lo largo de varias horas ante la mirada de Jesús, un joven veterano pescador de Dénia. “Repito siempre lo mismo”, dice con decisión, “yo lo que quiero es que mi hijo pueda tener algo que pescar si decide hacerse a la mar el día de mañana”. Jesús ha venido a la reunión que también en Dénia se ha organizado con los pescadores y los políticos locales, a la que también han invitado sin éxito al ministro Arias Cañete. “Les hemos arrancado un par de compromisos a los alcaldes, espero que no se echen atrás luego”, dice con satisfacción al terminar la reunión.
Recoger los frutos
“¿Sirve para algo esto, que Greenpeace traiga un barco y haga campaña sobre este tema?”, le pregunto a Jesús con ingenuidad. “¡Y tanto!”, responde.
“¿Sirve para algo esto, que Greenpeace traiga un barco y haga campaña sobre este tema?”, le pregunto a Jesús con ingenuidad. “¡Y tanto!”, responde. “Que se le explique a la gente qué es la pesca sostenible y aprendan a valorar nuestro trabajo y nuestros problemas no tiene precio”.
Esta misma afirmación sale de los labios de Luis, otro joven pescador con años de experiencia en el mar que piensa igual que José, a pesar de que vive a mil kilómetros de él, en Galicia, donde acaba de llegar el Arctic Sunrise. Luis anima una y otra vez por la radio de su barco a sus compañeros pescadores a que se unan a la flotilla que se está formando frente al monte Louro, en la ría de Muros. Más de 50 embarcaciones rodean al Arctic Sunrise y hacen sonar sus bocinas para pedir que su voz se escuche en Bruselas. “Espero que no nos multen”, dice Luis, que asegura que las autoridades les realizan un marcaje férreo con la amenaza constante de las sanciones si levantan demasiado la voz. “Nosotros vamos a seguir dando la lata, porque seguro que esta lucha merece la pena y pronto recogeremos los frutos”, augura Luis.
Tras la breve parada en Galicia, el barco pone rumbo al Este. Poco después llega a Bilbao. La escena de las colas se repite en el muelle del Museo Marítimo de la ciudad. “Euskadi quiere y admira mucho a sus arrantzales, por eso nos podemos permitir el lujo que desaparezcan”, me comenta un señor jubilado que se llama Iñaki y ha venido a ver el barco antes de que se abriera al público; ha pedido a la tripulación con tanto énfasis que le dejaran subir que se ha hecho una excepción. Iñaki dice estar muy preocupado por la venta de las cuotas de atún rojo de los pescadores vascos a las grandes empresas del sector. A veces es difícil explicar la campaña de Greenpeace de apoyo a la pesca sostenible y otras veces quien menos te los esperas te la explica a ti.
Javier es como todo el mundo imagina que tiene que ser un arrantzale: alto, fuerte y con una mirada recia pero afable. Habla en un perfecto inglés con los tripulantes del Arctic Sunrise, que sonríen sorprendidos. “Yo no quiero más de lo que necesito, pero que por favor no nos quiten eso, o se lo den a otros solo porque son más poderosos”, dice Javier.
Javier se ha animado hasta a participar en una rueda de prensa que Celia Ojeda y el director de Greenpeace, Mario Rodríguez, han ofrecido en el barco a los medios locales. “Lo que tengo que decir lo digo donde haga falta”, me dice con una sonrisa. Javier me saca una cabeza pero me mira casi de abajo a arriba, con una humildad que me sobrecoge. Poco después Javier partiría a bordo del Arctic Sunrise rumbo a Francia a entregar “la llama de la esperanza” a sus colegas franceses, esa que pocos días después llegó a Bruselas, de donde salió una nueva Política Pesquera Común que da mucha responsabilidad a los políticos que tienen que implantarla, pero también muchas esperanzas a los pescadores y a los océanos.
“¿Conseguiréis que de Bruselas salga una PPC justa?”, pregunto a Javier antes de zarpar, me mira y me dice: “Confiemos que sí, soy optimista y no vamos a parar hasta lograrlo”. Y sonríe afable, humilde, recio.