Biólogo de carrera y apicultor de profesión, lleva más de un cuarto de siglo inmerso en el fascinante mundo de las abejas. Explica, con voz calma y acento andaluz, cómo es la relación de un apicultor con sus colmenas. “Yo siempre digo que a las abejas hay que dejarlas que hablen, que te cuenten qué cosas les gustan de lo que tú les haces, qué cosas no les gustan”.
No esconde su fascinación por una de las comunidades de seres vivos más perfectas que existen, en la que todo está milimétricamente organizado, en la que cada individuo no es sino una parte de un todo que funciona en total coordinación. “Cuanto más las conoces, más apasionantes te parecen. Son un mundo muy bien organizado, con sus errores, como todo. Pero son unos animales perfectamente integrados en el entorno en el que viven”, señala con marcado entusiasmo. “La colmena es un mundo en el que se pueden obtener muchos productos. Y hacerlo además respetando a las propias abejas y consiguiendo que ellas, por supuesto, también salgan adelante”, prosigue.
España es el primer productor europeo de miel y de polen. Posee la cabaña apícola más grande de toda la Unión Europea, con unos dos millones y medio de colmenas, y una de las apiculturas más profesionalizadas.
“Los plaguicidas de nueva generación nos están afectando de una manera muy callada”.
PELIGROS Y TOXICIDAD EN LOS CAMPOS
Manuel no tiene ninguna duda de que algo está pasando con las abejas. “Nosotros, que estamos todos los días en contacto con el medio, lo vemos claramente. Y las abejas te lo dicen enseguida, que su medio está cambiando, que está habiendo nuevos elementos que les están afectando, desde el cambio climático a nuevos patógenos”.
Estos nuevos patógenos, especialmente el denominado varroa (Varroa destructor), provenientes de Asia son unos de los culpables de que en nuestro país, al igual que prácticamente el resto del mundo, la abeja productora de miel (Apis mellifera) haya prácticamente desaparecido en estado silvestre.
Pero Manuel, como la gran mayoría de los apicultores, tiene claro que no se trata solo de esto. No titubea a la hora de señalar lo que, según numerosos estudios científicos, está mermando las colonias de abejas: los plaguicidas. “Sobre todo los plaguicidas de nueva generación que nos están afectando de una manera muy callada”, puntualiza.
En España la mortandad invernal natural de las colonias estaba entre el 5 y el 15%. Ahora, aseguran los apicultores, en muchas explotaciones están en mortandades hasta del 35%.
Los plaguicidas que en estos momentos están siendo cuestionados en la Unión Europea, y que los apicultores como Manuel llevan años denunciando, son plaguicidas de nueva generación con una altísima toxicidad. Tienen una gran persistencia, pueden durar varios años en el medioambiente y seguir siendo activos, y lo son en pequeñísimas cantidades. Además, son sistémicos, es decir, penetran por las hojas y envenenan toda la planta. Son, en palabras de Manuel, “auténticas bombas atómicas en el campo y en el medio”.
Los efectos en las abejas son muy claros. Desde la toxicidad aguda con la mortandad inmediata, a la toxicidad crónica que va matando a las abejas poco a poco. Además del denominado efecto subletal, “equivalente a una borrachera”. Es decir, en pequeñísimas cantidades se produce un efecto sobre el sistema nervioso de las abejas que les provoca que se desorienten y no vuelvan a la colmena. Pero, además tienen efectos fisiológicos (malformaciones, por ejemplo), efectos sobre la capacidad de aprendizaje o la reducción de la capacidad olfativa.
Con una mezcla de indignación y resignación explica que ellos son conscientes de los riesgos que corren cuando colocan sus colmenas cerca de determinados cultivos, pero saben que no tienen mucha opción. “Todos los años es así, cuando no te envenenan en un colmenar te envenenan en otro. Yo tengo en estos momentos muchísimas más bajas que las que tenía hace 15 o 20 años, antes de que se empezaran a utilizar este tipo de productos”.
Los apicultores no dudan de la repercusión del declive de las abejas, como tampoco lo hacen los científicos. Para ellos es muy clara y evidente, pero también lo está empezando a ser para la mayoría de la población que empieza a ser consciente del papel que realizan estos insectos.
Y es que, una sola colonia de abejas puede polinizar 250 millones de flores cada día, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura (FAO). Solo en Europa, en torno al 84% de los principales cultivos dependen de la polinización animal, y en buena parte de la polinización de las abejas. A nivel mundial, una tercera parte de todo lo que comemos depende de la polinización. La mayoría de los cultivos para consumo (frutas, verduras y frutos secos) dependen de las abejas. Según la FAO, 71 de los 100 cultivos que proporcionan el 90% de los alimentos en todo el mundo, son polinizados por las abejas.
De un punto de vista meramente económico también merece la pena proteger a las abejas. La polinización supone solo para la agricultura a nivel mundial unos 265.000 millones de euros anuales, para la europea unos 22.000 millones. En el caso español se calcula una cifra entre 2.500 y 3.000 millones.
Primeros pasos, aunque insuficientes
El 24 de mayo, la Comisión Europea publicó el texto definitivo de la prohibición de tres insecticidas de la familia de los neonicotinoides (clotianidina, imidacloprid y tiametoxam) por su demostrada toxicidad para las abejas. La propuesta, aunque es temporal (dos años a partir del 1 de diciembre de 2013) y parcial (no se aplica a todos los cultivos, excluye los invernaderos, los cereales de invierno y las fumigaciones después de la floración) es un primer y decisivo paso.
Tres días después de esta importante medida, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria hizo pública la evaluación científica del fipronil, un insecticida ampliamente utilizado. Los resultados fueron concluyentes y afirmaron que plantea “un riesgo agudo alto para las abejas cuando se utiliza como tratamiento de semillas de maíz”. Ahora, se espera que la CE haga una propuesta parecida a la que llevó a la prohibición parcial y temporal de los tres neonicotinoides y que prohíba también este peligroso plaguicida.
Pero las soluciones tienen que ir mucho más allá si se quiere garantizar la supervivencia de las abejas y del resto de polinizadores. Es fundamental cambiar el modelo agrícola industrial y promover la agricultura ecológica. Para ello, las prohibiciones deben ser permanentes y sin limitaciones y deben ampliarse a todos los plaguicidas tóxicos para estos insectos, empezando por los siete más tóxicos identificados por Greenpeace (los mencionados anteriormente más el clorpirifos, el deltametrin y el cipermetrin). Además, deben ir acompañadas de medidas que permitan salvaguardar lo más importante para las abejas, su hábitat. Algo que, ahora mismo, no parece fácil, puesto que ni siquiera está sobre la mesa.
Pero Manuel es optimista respecto al futuro, sabe que la problemática de las abejas ya ha dejado de ser un tema meramente apícola. Es consciente de que “nos estamos enfrentando a las empresas más poderosas que hay sobre la tierra”. Pero, como él explica, tras más de 15 años de lucha, nunca pensaron llegar tan lejos. “Jamás soñamos los apicultores que íbamos a estar en el momento en que estamos ahora”, explica esperanzado. “Hemos visto que ha habido todo un movimiento social y en estos momentos hay muchísima gente que está pidiendo la prohibición de estos plaguicidas y yo creo que eso no se va a parar”.
La próxima vez que una abeja zumbe a tu alrededor recuerda que de su supervivencia depende también la agricultura, la alimentación y el medio ambiente. “Hay una frase atribuida a Einstein, auque hay debate de si realmente lo dijo él o no, que dice que si las abejas desaparecieran nos quedarían 4 o 5 años de vida a la humanidad”, concluye Manuel.