Hace cinco años estuviste en el Ártico y después en 2011 fuiste con unos científicos noruegos a la Svalbard. ¿La primera imagen?
La atrocidad del hielo, una visión muy semejante a la de la muerte. Ya sabes lo que decía Melville, que el color de la muerte no era el negro, era el blanco.
En En Mares Salvajes comentas que también hay momentos de belleza espectacular.
En varios momentos, en varios lugares, la luz se abre camino entre la niebla. Entonces los colores son tremendamente vivos: he visto el hielo convertido en una materia absolutamente rosada en un atardecer cerca de la isla de Devon. No es incompatible la atrocidad con la belleza.
Y nos estamos cargando esa belleza, esos paisajes.
Es muy peligroso lo que está pasando, el Ártico es fuente de vida. Primero, allí hay mucha vida, aunque no se vea, hay vida animal y humana que se ha acostumbrado a unas condiciones muy difíciles. Sobre todo es que todo lo que sucede en el Ártico nos va a afectar. Por ejemplo, la contaminación, el deshielo, el calentamiento global. Todo eso es muy peligroso. Y más peligroso que se deshaga el hielo que está en las zonas árticas del mar es que se deshaga el que está bajo tierra. Hay mucho hielo dentro de la tierra, de la tundra, si se deshace, se liberan gases muy peligrosos que pueden crear incendios terribles. En Rusia ocurrió hace poco.
Hay gente, empresas, periodistas que cuando les hablas del Ártico y de la campaña de Greenpeace la tachan de alarmista, pero parece que alguien tiene que levantar la voz para que reaccionemos.
Los científicos están dando la voz de alarma. En el viaje que hice a las Svalbard con científicos españoles y noruegos se trataba de estudiar hasta qué punto está afectando la actividad humana. Cuando fuimos, en mayo de 2011, el hielo se había retirado muchísimos kilómetros, mucho más de lo que los científicos esperaban.
Tú has estado allí, y has podido ver, tocar y percibir el riesgo, pero es difícil conectar con un lugar que está a miles de kilómetros física y mentalmente, es difícil entender que eso afecta a, por ejemplo, nuestro litoral, que sube el nivel del mar.
Sí, claro, está relacionado con el Ártico y, sobre todo, con el hielo que cubre la Tierra. El problema es cuando empiece el deshielo en sitios como Groenlandia o la Antártida, eso es agua arrojada, por miles de toneladas, al mar y hará que suba el nivel.
¿Cómo perciben esa realidad las personas que viven allí?
Los científicos que viven en las bases habitadas del norte de Canadá están muy preocupados, claro, pero el ciudadano normal, que vive el día a día, no tanto. Las personas somos bastante despreocupadas, pensamos que esto va a durar siempre. No nos damos cuenta del mundo que dejamos a nuestros hijos. Nosotros no veremos el desastre. Hay un dicho, creo que inuit, que dice “ten cuidado, la tierra no las heredado de tus padres, la has heredado de tus hijos”.
En el libro comentas cómo las personas se preocupan de si los osos llevarán a más o menos turistas o si un ciudadano tiene derecho o no a matar a este u otro oso. Las preocupaciones están en otro nivel.
Confiamos demasiado en nuestra capacidad para sobrevivir. No es un momento de una alarma general, pero si no se empiezan a tomar medidas, dentro de 30 o 40 años va a ser bastante grave.
El viaje es una forma de darnos cuenta de que debemos mirar más allá de nosotros.
Viajar es, sobre todo, un ejercicio intelectual de entender, de comprender. Se viaja para aprender, para comprender, se aprende mucho de la naturaleza humana.
Y tú has aprendido, por ejemplo, que las personas somos capaces de lo mejor…
Hay gente de muy noble corazón y luego hay gente que es curiosa, el explorador es un ser singular. En una biografía de Speeke, la definición de explorador es aquel que ve una montaña y se pregunta qué habrá al otro lado. Este tipo de gente es muy necesaria.
Y también somos capaces de lo peor, de poner por delante la codicia antes que la naturaleza: en el Ártico hay muchos intereses comerciales y en tu viaje te encontraste con algunos hombres de “negocios”.
El Ártico es un gran negocio, tiene el 25% de las reservas de hidrocarburos de la Tierra, tiene oro, minerales… muchos elementos que han hecho que se desate una carrera por explotar los mares e islas del Ártico, sobre todo entre Dinamarca, Canadá, Noruega, Estados Unidos y Rusia.
Hace 20 años, la Antártida se declaró santuario natural, la presión de la sociedad y organizaciones como Greenpeace lo consiguió. ¿Crees que puede lograrse también en el Ártico?
Creo que no, porque dos de las mayores potencias del mundo, Estados Unidos y Rusia, están empeñados en la carrera por el control del Ártico. Hay que intentar que esa codicia, esa ambición, se quede en lo mínimo posible.