Azarug Justel, activista canario
“La clave es un cambio de conciencia a nivel global”
A sus 18 años, Azarug, grancanario y enamorado del mar, tiene claro que el cambio pasa por uno mismo. Así que además de estudiar la carrera de Ciencias del Mar, colabora con varias asociaciones de su isla en defensa del medio ambiente.
Por eso participó también en la limpieza de chapapote durante el hundimiento del Oleg Naydenov y se sumó a las manifestaciones contra las prospecciones petrolíferas de Repsol en Canarias. Colabora con la Coordinadora contra la Regasificadora y en la asamblea de Santa Lucía contra las prospecciones petrolíferas, además es miembro del colectivo de Pozo Izquierdo, su pueblo, para la protección del litoral.
Coraje, voluntad y ganas de cambiar el medio ambiente en su entorno no le faltan. Tiene esperanza en su generación y cree que los jóvenes son la base del cambio: “La conciencia en la juventud está en movimiento. Se siente que la gente joven comienza a desarrollar otro tipo de mentalidad”.
Megáfono en mano, Azarug es un incondicional de las manifestaciones en defensa del medio ambiente en su isla, donde no le fallan las fuerzas para seguir sumando su granito de arena por conseguir un equilibrio entre los ecosistemas canarios y la actividad humana.
Carlos Gosálbez, viticultor ecológico
“Este planeta en el que vivimos lo tenemos prestado de nuestros hijos”
74 años. Viticultor ecológico en Pozuelo del rey (Madrid). Piloto de profesión. Enólogo de corazón. Padre de dos hijos. Profundo amante de la naturaleza. En su día a día sufre los efectos del cambio climático que observa en la producción de sus cosechas.
Su andadura vital comenzó en Alcoy, donde estudió ingeniería industrial, aunque pronto quiso cambiar de profesión y se fue a Canadá a cumplir su sueño de ser aviador. Ha trabajado durante 30 años como piloto y su compromiso con el medio ambiente le ha llevado incluso a cruzar el Atlántico en un monomotor para documentar el deshielo del Ártico.
Hoy Carlos dedica su vida a su viñedos y a su vino ecológico Qubél, tiene 11 hectáreas, aunque la mitad del terreno lo ha dedicado a reforestar plantando 2.000 árboles, para reducir o compensar su huella de carbono. En sus tierras se hacen también proyectos de investigación con la administración sobre erosión y productividad del manto natural.
Fiel a sus principios, Carlos ha certificado la huella de carbono de uno de sus vinos y está obsesionado con el cuidado y la recuperación de la naturaleza. Su mensaje es claro: “Este planeta en el que vivimos lo tenemos prestado de nuestros nietos, y tenemos la obligación de cuidarlo”.
Carolina Herrada, truficultora y veterinaria
“Las zonas rurales están sufriendo el cambio climático”
Esta truficultora y veterinaria de ganadería de profesión está observando, con sus propios ojos, los efectos que el cambio climático producen en el campo. Cada año la trufa escasea y ha disminuido muchísimo su peso. Lo que antes era una posibilidad de vida ahora se ha convertido en una proeza, porque ya no hay lluvias ni condiciones climáticas para seguir recolectando la trufa silvestre.
Vive junto a su marido Carlos en Salvacañeta (Cuenca) y son víctimas del cambio climático. “El cambio climático nos afecta a diario porque somos agricultores y truficultores, y también nos afecta por las enfermedades de los perros que nos ayudan a encontrar la trufa. Se coge muy poca y los ingresos son mínimos”.
Como veterinaria Carolina ha estudiado las enfermedades de los animales con los que trabaja y ha observado cambios producidos por el clima: “Desde hace 6 o 7 años nuestros perros truferos enferman de ehrlichiosis transmitida por garrapatas. Encontramos garrapatas en invierno, que antes era imposible porque morían de frío, que es cuando ellos salen al monte. Nunca hemos visto nada igual”.
Claudia Ballesteros, estudiante
“Juntos podemos crear un mundo mejor”
14 años. Estudiante de 3º de la ESO en el instituto Satafi de Getafe. Le gustaría estudiar ciencias y sueña con robots que funcionen con energías limpias. Ha conseguido que en su colegio se utilice papel reciclado.
Claudia es pura sonrisa y energía. Con su carnet de periodista al cuello, y después de una larga jornada de clases, Claudia dedica su tiempo libre a crear, junto a otras amigas, una revista estudiantil, el Satafi inquieto, en la que hablan sobre el cambio climático y otros problemas medioambientales.
Ella nos cuenta que los jóvenes de su edad no se preocupan por el medio ambiente pero que no está dispuesta a dejar de luchar para que la escuchen “a mi alrededor no se habla de cambio climático, no les interesa, pero como decía Mandela -la educación es la clave para cambiar el mundo-.
Yo intento siempre concienciar en mi círculo”. A sus corta edad, Claudia lo tiene muy claro: “La naturaleza nos respeta demasiado y nosotros a ella nada. O actuamos ya o perdemos la oportunidad de vencer al cambio climático”.
Iñaki Alonso, arquitecto ecológico
“Necesitamos una metamorfosis hacia una sociedad sostenible”
El respeto a la naturaleza desde la construcción es el mantra vital de Iñaki, de 44 años y arquitecto sostenible por vocación. Es fundador, junto con Álvaro Guerrero, del estudio de arquitectura sAtt en Madrid. Llevan años apostando por una arquitectura ecológica guiada por la lógica de la naturaleza.
Iñaki colabora en varias asociaciones y su locura arquitectónica se ha hecho realidad después de muchos años de luchar contracorriente. Reconoce que desde muy joven ha visto cambios en su entorno y eso le hizo reflexionar sobre el maltrato del hombre al medio ambiente y el agotamiento de los recursos naturales.
El sector de la construcción tiene un impacto del 40% de las emisiones de CO2 a la atmósfera y es el principal causante del cambio climático. A través de la arquitectura ecológica un cambio de modelo es posible, ya que se pueden construir edificios que no consuman casi energía.
“Ahora los edificios se vuelven a pensar desde un punto de vista eficiente y empiezan a aparecer edificios de energía casi nula. Pero también podemos hacer edificios que produzcan energía y que sean suministradores a través de paneles solares o minieólica”.
Jorge Puebla, productor fotovoltaico
“El sol puede ser tuyo”
Jorge es bombero en Alcobendas (Madrid). Palentino de nacimiento, está convencido de la importancia de las renovables. En 2007 comenzó la locura que hoy le ha llevado a la ruina, invirtió todos sus ahorros en una planta fotovoltaica en la Mudarra (Valladolid). Tiene dos hijos, va al trabajo en bicicleta, es deportista y está comprometido con el medio ambiente.
Sobrevive gracias al apoyo de su familia porque su día a día es convivir con deudas millonarias. “El Gobierno nos dijo el sol puede ser tuyo, invierte en renovables y después quitó las ayudas. Soy un funcionario normal, me dieron el dinero en el banco porque me avalaba el Gobierno y ahora soy un cadáver financiero”.
Hoy Jorge y su familia, son unos de los 62.000 afectados por el recorte a las renovables en nuestro país. Jorge tiene claro que la energía del sol es el presente y el futuro y aunque la situación está complicada no pierde la esperanza de un futuro renovable. “Por mi profesión todos los años vemos cómo aumentan las hectáreas que se queman, detrás está el ser humano que no mira el mañana. El presente y el futuro son las renovables para acabar con un cambio climático que puede ser irreversible”.
Nathalie Dunel, estudiante
“Somos la generación que tiene que cambiar el mundo”
Nathalie tiene 17 años y nació en Barcelona, estudia en el Liceo Francés y ya tiene muy claro que el futuro son las renovables. Fue una de las alumnas que apoyó la instalación de placas solares en su colegio. Reciclar cada semana en el punto limpio, junto a su familia, es uno de los rituales por el medio ambiente que más disfruta.
Está convencida de que el mundo debe cambiar, y ella lo consigue en sus pequeñas rutinas diarias: usando la bicicleta, reciclando, hablando con sus amigas sobre medio ambiente y en el colegio. Su voz es la de las generaciones que cambiarán el futuro y su mensaje es de esperanza: “Sigue habiendo esperanza pero el cambio, lo tenemos que hacer ahora. Los niños de ahora somos los que tenemos que dar el paso, no esperemos a dejarles toda la tarea a los que vienen por delante”.
Esta joven catalana tiene una conexión muy especial con el bosque que tiene en frente de su casa en Papiol, en el parque de Collserola, donde ha sido testigo de cómo ha cambiado: “Por aquí antes paseaba y no había nadie, ahora cuando venimos siempre llevo una bolsa para recoger toda la basura que veo. El bosque está en peligro”.