Magazine / octubre 2013

Expedición al Ártico

La expedición encordada en el glaciar de Apusiaajik, Kulusuk (Groenlandia).

La expedición encordada en el glaciar de Apusiaajik, Kulusuk (Groenlandia).

© Greenpeace/ Pedro Armestre

En julio una expedición de Greenpeace de quince personas de España, Argentina y Dinamarca pusimos rumbo al Ártico, en Groenlandia. Nuestra misión: ser testigos del avance del deshielo y pedir que se detengan las prospecciones de petróleo en nuestra última frontera helada. Este es el diario de una semana conviviendo con los inuits, entre glaciares e icebergs.

Firma para salvar el Ártico y detener a la petroleras. www.salvaelartico.org
 “Como el Ártico se deshiele tendrán que aprender a nadar en el resto del mundo”. Bendt, guía inuit.

“Como el Ártico se deshiele tendrán que aprender a nadar en el resto del mundo”. Esta frase pronunciada por Bendt, uno de nuestros guías inuits, se nos quedó a todos grabada el primer día que pisamos el Ártico. Días más tarde saldría en decenas de medios de comunicación ante la sorpresa de Bendt. La razón es que uno de los que la escuchó fue Alejandro Sanz, miembro de esta expedición, que contó en decenas de entrevistas cómo esta frase resumía a la perfección lo que significa el Ártico para el planeta. Y es que esta era la meta de un viaje que se gestó durante meses en las oficinas de Greenpeace. Queríamos que el Ártico- un lugar que está miles de kilómetros y que a la gente le cuesta situar en un mapa- fuera de interés general. Así que con tres equipos de periodistas de España y Latinoamérica y con el músico Alejandro Sanz, altavoz internacional de la campaña, pusimos rumbo a Groenlandia. Más de 400 medios de comunicación de hasta diez nacionalidades distintas se han hecho eco de la expedición. Cada vez será más difícil para las petroleras, como Shell o Gazprom, seguir perforando el hielo ártico sin freno ni testigos y poniendo en peligro el futuro de todos.

MAPA DEL VIAJE

El destino de la expedición ha sido el Este de Groenlandia, una de las regiones más aisladas del mundo. Solo se puede acceder con barcos de suministro seis meses al año ya que está situado entre el mar de hielo polar y el casquete polar Ártico. Allí se encuentra la región de Ammassalik, con poco más de 3.000 habitantes (a pesar de ser más grande que todo Dinamarca), que está compuesta por cinco asentamientos de población inuit. Nuestro viaje se centró en dos de ellos: Kulusuk, de 316 habitantes y Tiniteqilaaq de 134. Y terminó en el casquete polar ártico, la segunda masa de hielo más grande del planeta.

Mapa del Viaje

día 1: Kulusuk. Encordados en el glaciar

Nuestro primer destino fue la pequeña ciudad de Kulusuk, que en la lengua inuit significa “el pecho del arao negro”. Todos los que íbamos a bordo del pequeño avión de hélices con destino a Kulusuk habíamos visto infinidad de veces impresionantes fotos del Ártico. Pero cuando el avión empezó a descender hacia una pequeña pista entre icebergs y enormes montañas nevadas nos dimos cuenta de que ninguna foto del Ártico es capaz de abarcar la belleza de este territorio. En los minutos del aterrizaje agotamos todos los adjetivos que se le pueden poner a este paraíso helado: “impresionante”, “maravilloso”, “imponente”… Llegamos a la conclusión de que en el diccionario no hay suficientes adjetivos para describirlo.

El mundo exterior ya se cuela en Kulusuk: internet, televisión, móviles... Y también les llega nuestra influencia en forma de cambio climático, deshielo o en la amenaza de las prospecciones petrolíferas.

En la pista nos esperaba Bendt, nuestro enlace inuit con el que hemos convivido durante el viaje y uno de los mejores amigos de Jose Naranjo, guía de la expedición con más de 20 años a la espalda recorriendo el Ártico. Ya en el pueblo de Kulusuk, nos alojamos en distintas casas de familias inuits, cada una de un color. Porque si algo caracteriza los asentamientos de esta zona son los fuertes colores de sus pequeñas casas, muy llamativos entre un paisaje invadido por el blanco y azul de los icebergs y el hielo. Naranjo nos contaba que los colores se usaban en un origen para diferenciar la función de las casas: escuela, tienda, centro social… Estar en Kulusuk es como estar en otro mundo. Se mezcla el aislamiento de la zona, que hasta poco más de cien años estaba completamente desconectada del mundo, con la llegada de la modernidad. Las casas no tienen sanitarios y el agua corriente es un lujo. Fuera de ellas los perros esperan pacientes la llegada del frío polar que congelará todo de nuevo y les permitirá correr tirando de los trineos, único transporte posible durante casi todo el año. Los inuits son eminentemente cazadores y pescadores. Viven en total armonía con su entorno respetando la cuotas de caza y pesca, tal y como han hecho durante toda su historia. Pero el mundo exterior ya se cuela en Kulusuk. Algunas casas ya cuentan con Internet, televisión o móviles y a la tienda del pueblo llegan muchos de los productos que podemos encontrar en nuestros supermercados. Y también les llega nuestra influencia en forma de cambio climático, deshielo o en la amenaza de las prospecciones petrolíferas. El deshielo lo pudimos ver en primera persona caminando, encordados y con crampones, por el glaciar de Apusiaajik. Su nombre significa “pequeño glaciar”, a pesar de que a nosotros nos pareció inmenso. Bendt nos contaba cómo el glaciar retrocede cada año: “¿Veis las marcas de las rocas? Hace cinco años no se podían ver, estaban cubiertas de nieve, ahora la nieve ya nunca llega hasta allí”. Fue la primera gran evidencia del cambio climático en nuestro viaje, la primera de una larga lista.


día 2 y 3: Tinitequilaaq. Los mosquitos del Ártico
“Yo no soy científico pero no hace falta serlo para ver que algo grave está pasando aquí”. José Naranjo, guía.

 

Las dos siguientes noches las pasamos repartidos en cinco pequeñas casas en Tinitequilaaq, un pueblo de una belleza extraordinaria, donde viven poco más de 100 personas. Aquí ninguna casa tiene ducha, retretes o agua corriente; sus habitantes se asean en un centro común que tiene un par de duchas y un lavabo. El agua la toman de un depósito comunal. Tinitequilaaq se encuentra rodeado de icebergs descomunales por lo que navegación en sus alrededores es muy complicada. A su lado se alza el fiordo de Sermilik y tras él se extiende el casquete polar, una pared de hielo de 2.400 kilómetros que cubre el 80% del país. Cuando bajamos de las barcas lo primero que vimos fue un grupo de niños, mayores y jóvenes jugando al béisbol en el centro del pueblo. Así estuvieron hasta entrada la noche, ya que en julio, mes en el que realizamos este viaje, nunca anochece en el Ártico. Tras repartirnos en las casas, salimos en las lanchas inuits a navegar entre icebergs para conocer la zona. Y sobre uno de ellos, Alejandro Sanz y la responsable de la campaña del Ártico, Pilar Marcos, desplegaron una pancarta con el lema “Salva el Ártico” para que este mensaje recorriera el mundo grabado y fotografiado por las cámaras que nos acompañaban.
Lo que no nos esperábamos encontrar en este viaje era lo que nos aguardaba el segundo día. Ascendimos 417 metros por una de las montañas que rodean Tinitequilaaq. Durante el ascenso podíamos ver el casquete polar ártico. A los pocos minutos de comenzar a subir tuvimos que empezar a quitarnos forros polares, mallas térmicas y camisetas: la temperatura llegó a alcanzar los 20 grados centígrados. Nuestro guía, José Naranjo, afirmaba perplejo: “Yo no soy científico pero no hace falta serlo para ver que algo grave está pasando aquí”. Nunca había vivido temperaturas así en el Ártico en sus más de 20 años recorriéndolo. Y lo más llamativo: los mosquitos. Nubes de mosquitos nos rodeaban en todo momento. Pablo, el segundo guía, que se remangó camiseta y pantalones por el calor acabó con tantas picaduras que era difícil de creer que eso le hubiera pasado en el Ártico. En medio de la ascensión Alejandro Sanz grabó un vídeo contando cómo nos “comían” los mosquitos estando al lado del casquete polar ártico. En pocas horas más de 25.000 personas habían visto el vídeo en youtube. No hay mejor manera de entender cómo el cambio climático está transformando nuestro planeta de manera acelerada.

día 4: Nagtivit. Nueve horas entre el hielo

 

“Desde hace años el clima es totalmente impredecible”.

El cuarto día de expedición nos mostró lo que José Naranjo nos había repetido muchas veces desde antes de comenzar el viaje: en el Ártico puedes planificar los días pero estás en manos del clima y del hielo, nunca sabes lo que te vas a encontrar. Y así fue. Comenzamos el día llegando en lanchas a Ikatec, un pueblo que fue abandonado hace poco más de 15 años y que se conserva tal y como estaba entonces. Tiene unas pocas casas diseminadas sobre un trozo de tierra. Pudimos entrar en la pequeña escuela con la pizarra aún escrita y los libros revueltos en los pupitres, visitar la iglesia que conserva un órgano que, aunque desafinado, aún suena y recorrer su cementerio. En todos los pueblos inuits te encuentras cementerios mientras paseas porque están al lado de las casas, sin vallas, formados por hileras de cruces blancas de madera. Durante el viaje hasta el pueblo abandonado, la lancha de Akkata, una de las tres pequeñas embarcaciones inuits en las movíamos, se estropeó. Eso significaba que teníamos que dar la vuelta hacia Tinitequilaaq remolcándola con las otras dos barcas. Si el día anterior alcanzamos los 20ºC, este llegamos a los 2ºC, con una sensación térmica de unos -2º. “Desde hace años el clima es totalmente impredecible” nos contaban nuestros guías. Esta temperatura nos acompañó las nueve horas que tardamos en volver. En este tiempo los icebergs se habían movido cortándonos el paso. Afortunadamente las lanchas de los inuits son su lugar de trabajo y están llenas de sedales, anzuelos y otras herramientas de pesca por lo que pudimos abrirnos paso apartando los icebergs con arpones, algo complejo cuando arrastras una lancha estropeada. Gracias a ello no tuvimos que pasar la noche atrapados o, peor aún, encallados entre icebers que se mueven y ponen en peligro la estabilidad de las embarcaciones. Nos vinieron a la mente las palabras del primer día de Naranjo: “si una persona cae en estas aguas no aguanta viva más de dos minutos, y eso una persona fuerte. Así que si os caéis tendréis que ser responsables de vuestro rescate, nadie se puede tirar a salvaros”.

día 5: Alcanzamos el casquete polar ártico

En el Ártico pierdes la noción del tiempo. Como nunca anochece parece que los días son infinitos y, sin embargo, es tan impresionante lo que te rodea que pasan volando. Sin darnos cuenta llegamos al último día de la expedición, sin saber si íbamos a ser capaces de alcanzar nuestro último destino: el casquete polar, la segunda masa de hielo más grande del planeta, tras la Antártida. Solo los expertos exploradores árticos logran acceder a esta zona que llega a tener un espesor de hasta tres kilómetros de hielo. Tras las dos horas de navegación más impresionantes de todo el viaje, entre gigantescos icebergs, llegamos al inmenso casquete polar. Lars, uno de los guías inuits, miraba incrédulo el acceso elegido. Nos contó que desde el verano pasado el hielo del casquete había retrocedido por lo menos un kilómetro.

Del Ártico vuelves con la emoción de haber visto un paisaje de una belleza extrema y con la amargura de pensar lo rápido que se está deshelando por el cambio climático.

Los quince miembros de la expedición tuvimos que encordarnos con arneses, calzarnos los crampones y portar piolets ya que en nuestro camino se interponían gruesas grietas de hasta 800 metros de caída. Recorrimos el casquete durante horas. Ríos subterráneos, una cascada de agua azul y un horizonte infinito de hielo nos transportaron a otro mundo. Y allí, en medio del casquete polar desplegamos por última vez la pancarta con la llamada a salvar el Ártico, esta vez con los 15 miembros de la expedición sujetándola. Al regresar a las barcas por última vez pensábamos que ya el Ártico nos había mostrado todo, pero en el viaje de vuelta nos regaló dos últimas estampas: una enorme luna roja reflejada en el agua entre icebergs y una ballena jorobada. Ambas se encargaron de despedir a la expedición de Greenpeace.

Del Ártico vuelves con la emoción de haber visto un paisaje de una belleza extrema y con la amargura de pensar lo rápido que se está deshelando por el cambio climático. Es imposible entender cómo se permite hacer prospecciones de petróleo en este lugar. Al noreste de Groenlandia están abriendo 50.000 km2 para la exploración y explotación de hidrocarburos. Es el proyecto Kanumas en el que participan decenas de petroleras como Shell, Statoil, BP o Exxon Mobile. Es inimaginable lo que puede suponer un vertido de petróleo en el Ártico con temperaturas bajo cero, enormes mares, vendavales con fuerza de huracán y con seis meses sin la luz solar que ayuda a degradar el petróleo. Sería una catástrofe para este paraíso de hielo donde no podemos olvidar que viven cerca de 60.000 personas. La campaña de Greenpeace por el Ártico no se detendrá hasta que se proteja, tal y como se logró con la Antártida en 1991. Solo la presión de millones de personas puede conseguirlo.

Laura P. Picarzo
Directora de Comunicación de Greenpeace España
@laurapicarzo

Laura P. Picarzo, directora de Comunicación de Greenpeace España

 

Poco después del cierre de esta revista 30 compañeros de Greenpeace fueron encarcelados en Rusia por hacer una acción pacífica en el Ártico. Los 30 siguen en prisión. No nos cansaremos de pedir su libertad. Firma aquí.