Diez vehículos de obra, 30 activistas, palas, hormigoneras, grúa, sacos... El convoy de desmantelamiento se acerca, a primera hora de la mañana, a la central nuclear de Garoña para hacer lo que se tendría que haber hecho hace ya tiempo: desmantelar la vieja nuclear.
De nuevo, la central recibe a los activistas con agua helada y, de nuevo, aguantan a pesar del frío.
A la entrada, están esperando las mangueras de agua a presión. Los chorros de agua fría impactan contra los activistas; sus cuerpos contra el suelo al ser empujados por los guardas. De nuevo, la central recibe a los activistas con agua helada y, de nuevo, aguantan a pesar del frío.
Mojados, algunos tiritando, despliegan sus pancartas: “Garoña, desmantelamiento ya” y “Garoña, peligro nuclear”.
Mientras tanto, en las otras cinco centrales nucleares más antiguas de Europa, Greenpeace está llevando a cabo acciones simultáneas. Holanda, Francia, Bélgica, Suiza y Suecia también alertan del riesgo de estas viejas plantas. Escaladores, proyecciones, un zepelín... En total, 240 activistas en seis países con un único objetivo: pedir el cierre de estas peligrosas centrales.
Paralelamente a las seis acciones, Greenpeace lanza un informe en el que demuestra que el 44% de los reactores europeos son demasiado viejos para seguir funcionando. Estas viejas nucleares no van a salvar el clima. Para reducir las emisiones es necesario fomentar las energías renovables y la eficiencia energética, no seguir poniendo en riesgo a las personas y el medio ambiente con estas peligrosas y obsoletas instalaciones.
Por todo ello, el 5 de marzo, Greenpeace volvió a decir en Europa: Nucleares, ¡no gracias!